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Inés Martín Rodrigo: “Antes se quería sin filtros y ahora, con demasiados” | La Razón

La periodista publica “Las formas del querer”, una novela sobre la memoria familiar y la fragilidad de los afectos que le ha hecho merecedora del Premio Nadal 2022

ENRIQUE CIDONCHA LA RAZÓN

MARTHA MOLEÓN / LA RAZÓN

Estaba trabajando, imbuida por la dinámica absorbente y fragorosa de la redacciónconcentrada en el martilleo de las teclas, las voces y las prisas, cuando de repente sonó el teléfono. “Era finales del año pasado y estaba repasando precisamente las novedades literarias que se iban a publicar en los primeros meses del 2022. Lo cogí y me llegó la noticia de que había ganado el Premio Nadal. Fue algo total y absolutamente inesperado que me llenó de felicidad de una manera indescriptible”, relata Inés Martín Rodrigo, periodista cultural de ABC y escritora, recientemente galardonada con el premio literario más antiguo de España por su novela “Las formas del querer”, mientras nos acomodamos en las sillas que conforman la sala baja del Hotel de las Letras y la lejana pero cálida Bossa Nova que parece bajar de la planta de arriba envuelve apaciblemente la conversación.


He tenido la suerte de criarme rodeada de mujeres maravillosas que no han tenido el papel protagonista que yo creo que merecían

Inés Martín Rodrigo

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Confiesa que desde que se subió al escenario el pasado 6 de enero –cualquier fecha es susceptible ya de parecer elemento pretérito–, no deja de estar en una nube de felicidad: “Al final, una de las cosas más bonitas de este premio, si no la más bonita, ha sido esa alegría compartida por los compañeros de la profesión, por los libreros, por los escritores, por los editores y ahora espero también, por los lectores. Es el momento más feliz de mi vida y así lo estoy viviendo”, afirma minutos antes de que nos metamos de lleno en las emociones que desnuda y en los episodios que afronta esta historia de memorias familiares y afectos desplazados en la que el duelo por la pérdida de los abuelos por parte de Noray, la protagonista cuyo nombre remite a esa pértiga que se amarra a la tierra y en términos de navegación permite fijar las embarcaciones, detona un viaje sin retorno por los espejos deformados de su pasado.

La periodista estaba trabajando en la redacción cuando le comunicaron la noticia de que había ganado el Premio Nadal
La periodista estaba trabajando en la redacción cuando le comunicaron la noticia de que había ganado el Premio Nadal FOTO: ENRIQUE CIDONCHA LA RAZÓN

“En marzo de 2019 fue cuando me senté a escribir esta novela. A medida que iba avanzando el proceso de escritura nos pasó algo (a todos como sociedad) que todavía nos sigue pasando, que es la pandemia y eso transformó totalmente el propósito inicial. Hizo que esa historia que yo llevaba tiempo queriendo contar se diera la vuelta de forma completa y lo hiciera además a través de una primera persona, Noray, que se me reveló por completo hasta el punto de apoderarse de mí. Me agarré a esta historia, hice una introspección, me miré dentro y fui echando mano de mis recuerdos, de mi memoria familiar. Aunque en realidad, y ya de manera más simbólica, no tan literal, esta es una historia que yo creo que empecé a escribir tras la muerte de mi madre, que falleció hace 25 años. De alguna manera esta novela es el cierre de un viaje que empezó ahí y que de algún modo actúa como homenaje a ella”, asegura la escritora en referencia a uno de los episodios más dolorosos de su biografía.


Mi madre me enseñó que el amor tiene formas infinitas y me dio el mayor regalo que tengo en esta vida, que es haberme querido

Inés Martín Rodrigo

Cuando le preguntamos por las enseñanzas adquiridas de su madre sobre algo tan encriptado como el amor, no titubea un segundo y se muestra rotunda: “Todo, absolutamente todo. Me enseñó que el amor tiene formas infinitas y me dio el mayor regalo que tengo en esta vida que es haberme querido. Solo por el hecho de haber tenido la suerte de compartir con ella los primeros 14 años de mi vida, merece la pena estar viva, aunque me la arrebataran muy pronto. Me enseñó el amor a los libros, a la lectura y además, ahora, eso mismo es lo que está haciendo precisamente mi hermana con mis sobrinos, por eso también le dedico la novela a mi sobrino Rodrigo. Yo le miro y veo a mi madre y siento que esa cadena no solo no se ha roto, sino que cada vez está más viva”.

Cuando solo tenía 14 años, Inés Martín Rodrigo perdió a su madre
Cuando solo tenía 14 años, Inés Martín Rodrigo perdió a su madre FOTO: ENRIQUE CIDONCHA LA RAZÓN

Realmente, ¿antes se toleraba más o se quería mejor?: “¿Sabes qué creo? Que antes se quería sin filtros y ahora queremos con demasiados. Nos perdemos en esa superficialidad constante. El amor y el querer es un sentimiento mucho más natural, no lo adornemos tanto. Yo no necesito rodearlo de guirnaldas y actos fastuosos, simplemente necesito querer y sentirme querida. Creo en ese tipo de amor que narro en la novela, en ese amor desinteresado, generoso, altruista, infinito que te dan ciertas personas. En el caso de Noray son sus abuelos, hasta el punto de que cuando ellos mueren siente que su vida deja de tener significado. Yo todavía confío en que podemos pararnos y volver a experimentar ese amor. Ese amor que está presente en nuestra vida a veces de formas en las que no reparamos porque simplemente no nos detenemos. Vivimos inmersos en una vorágine tan absurda que nos consume y nos agota y al final no reparamos. Es en los gestos más pequeños o más cotidianos donde está el amor. Yo tuve la suerte de que mi infancia se construyó gracias a esos gestos, se configuró gracias al amor de mis abuelos y de muchos personajes que están en la novela como La Trini, Filomena, Blanca o el Teniente Paco. No subestimemos al amor”.

Memoria colectiva

Esas mujeres mencionadas por la autora, con manchas en el mandil y ampollas en las manos, rechazo congénito a la calorina de los veranos en el pueblo, fe ciega en la efectividad de los remedios caseros que incluyeran torreznos o cualquier tipo de alimento alto en calorías y esa sabiduría milenaria y folclórica que la vecindad procura, esas abuelas capaces de meter las piernas en un barreño con una pastilla de Espidifren disuelta en el agua para calmar “los dichosos dolores ocasionados por el reúma”, admiradoras irredentas de Maria Dolores Pradera, transitan por un espacio y tiempo compartidos a lo largo de la novela hasta el punto de convertir el dibujo de sus personalidades y luchas diarias en una consciente reivindicación de su género.

“He tenido la suerte de criarme rodeada de mujeres maravillosas, generosas y en definitiva muy poderosas, pero mujeres que no han tenido el papel protagonista que yo creo que merecían y eso se extrapola a toda la sociedad si tenemos en cuenta que una mujer hasta hace no tantos años no tenía ni siquiera derecho a tener una cuenta en el banco, por no hablar del divorcio, o del caso de Ana María Matute que, cuando se separó de su primer marido, le quitaron la custodia de su hijo. La verdad es que había una intención reivindicativa de darles el lugar que la Historia pública no les ha dado”, subraya.


La memoria empieza en la esfera personal y trasciende hasta la colectiva

Inés Martín Rodrigo

El mapa sentimental trazado por Noray puede leerse en clave de cartografía de la memoria, tanto de la individual como de la colectiva. Entre las páginas asoma la gente de los pueblos (ese lugar donde el niño ”es más libre y empieza a inventar cuentos, historias y a relacionarse con duendes como se relaciona con sus amigos”) y sus hermosas costumbres desconfiadas, su detenimiento discreto en los apegos cotidianos, su dignidad genuina adquirida tras el desgarro de una Guerra Civil que logró esperanzarse posterior y momentáneamente con los gritos transicionales de democracia: “La memoria empieza en la esfera personal y trasciende hasta la colectiva. Lo que sucede es que todas las familias se parecen y todas las familias españolas se parecen todavía más, porque tenemos un pasado reciente muy marcado. Solo teniendo presente nuestro pasado podemos mirar al futuro y cada uno, a nivel personal, tiene que mirarse en el espejo de su propio pasado y ver qué reflejo le devuelve. La Historia está ahí y debemos ponerle rostro. Pienso que ignorarlo u obviarlo no es muy útil, hay que mirarlo de frente”. El suyo propio, por fortuna, hace tiempo que dejó de doler. “Esta escritura ha sido terapéutica. Por primera vez he sido capaz de mirarme en un espejo que hasta ahora me ofrecía una imagen en la que no me reconocía, que no me gustaba. Pero ahora sí, ahora soy la Inés que quiero ser”.

Fuente: https://www.larazon.es/cultura/20220204/ocwbaxalwjcnxcgdh3cyiifj5a.html

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