El auge del ‘smartphone’, la desaparición de las líneas fijas y el uso masivo de los mensajes amenazan la cultura de la conversación telefónica… y ni siquiera la pandemia lo ha evitado: «Esperar una respuesta al instante es algo muy viejuno»
RODRIGO TERRASA / LUCÍA MARTÍN / Ilustració / PAPEL / EL MUNDO
En YouTube hay decenas de vídeos similares. Juntas a un par de millennials, les sientas delante de un teléfono de rueda de toda la vida y el resultado es chanante. Son incapaces de llamar. No se aclaran con los números, no entienden bien por qué gira esa extraña esfera de plástico que les impide pulsar sobre las cifras y a casi ninguno se le ocurre algo tan aparentemente básico como descolgar antes de empezar a marcar.
El experimento, más allá de evidenciar la velocidad a la que evoluciona la tecnología y retratar de forma cómica la brecha generacional (no se pierdan tampoco los vídeos de adolescentes con un listín telefónico o con un mapa de carreteras), es la prueba definitiva de cómo ha cambiado la cultura del teléfono en los últimos tiempos.
Según datos de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), el número de líneas de telefonía fija descendió por primera vez en 2018 tras años consecutivos de subidas, hubo un ligero repunte en 2019… y volvió a caer aún más en 2020. Hoy sólo quedan en España 19,4 millones de líneas fijas, la mayor parte de ellas dentro de paquetes de servicios que las compañías incluyen forzosamente.
Mientras se desmantelan las últimas cabinas telefónicas en España, los cálculos de la CNMC dicen que cada día desaparecen también 280 líneas fijas en los hogares, 100.000 en un año. Y eso, al margen del cambio de modelo de negocio, esconde una nueva forma de comunicarnos e incluso un choque de generaciones entre los distintos usos del teléfono en función de la edad.
Si usted tiene más de 40 años, recordará perfectamente cuando llamaban y uno necesitaba descolgar para saber quién estaba al otro lado y por quién preguntaban. Y cuando había que telefonear a casa de un amigo para quedar a merendar y luego cada uno le pasaba el auricular a su madre para que pactaran ellas las condiciones reales. Cuando nos sabíamos los números de memoria y no llegar a tiempo a contestar era casi una tragedia porque nadie podía saber quién había llamado. También cuando tu hermano mayor se pasaba horas enganchado al teléfono hablando con su novia. «Cuelga tú. No, cuelga tú». Incluso cuando salía en la tele un señor con camisa roja y casco de soldado:
-¿Está el enemigo?… Que se ponga.
Hoy, Gila mandaría un whatsapp. O, como mucho, una nota de audio.
Según el informe La Sociedad Digital en España publicado por Telefónica, antes de 2020 el uso diario de la mensajería instantánea ya casi duplicaba al de las llamadas. El 60% de la población enviaba mensajes varias veces al día, pero sólo el 24% llamaba desde su teléfono móvil y sólo un 12% usaba el fijo. Casi el 97% de los jóvenes españoles de entre 14 y 24 años ya utilizaba WhatsApp como canal preferente para comunicarse con su familia y sus amigos.
Al menos este era el panorama hasta que una pandemia lo trastocó todo. También el uso del teléfono. Durante las primeras semanas de confinamiento se multiplicó el número de llamadas, que duplicó incluso las cifras de cualquier semana de la vieja normalidad. Luego el escenario fue mutando como un virus. El teletrabajo y la distancia entre familiares provocaron que el porcentaje de españoles que realizaba videollamadas pasara de un 55,1% en 2019 al 77,7% en 2020 y que se disparara la moda de enviar notas de audio a través de WhatsApp. Cualquier cosa con tal de no volver a las llamadas de toda la vida.
Según un estudio de la empresa de compraventa de móviles BankMyCell, el 75% de los millennials evita hoy llamar por teléfono porque consume mucho tiempo, el 81% admite que siente ansiedad antes de hacer una llamada y el 88% preferiría tener datos ilimitados antes que minutos de conversación.
«Los jóvenes actúan siempre como pioneros, explorando nuevos territorios o usos de la tecnología no previstos, y el teléfono es un gran ejemplo», apunta (por cierto, en conversación telefónica) Carles Freixa, catedrático de Antropología Social de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. «Que los adolescentes convirtieran el teléfono en un instrumento para escribir y no tanto para hablar ya era algo inesperado. La pandemia sólo ha intensificado las tendencias que ya existían y ha acelerado la dimensión transmedia del teléfono. Ya no es sólo voz o texto, también son fotos, series, multiconferencias, podcast…».
Freixa recuerda que cuando llegó el teléfono a nuestras vidas hace más de un siglo supuso también una enorme ruptura en lo cotidiano. «Ya no tenías que buscar físicamente a otra persona, ni enviarle un telegrama o una carta. Se introducía el concepto de instantaneidad». Si le localizabas, podías hablar con alguien al momento y su uso se basaba en una concepción industrial del trabajo y del tiempo. Los horarios eran fijos, así que quien quisiera hablar contigo sabía que a una hora determinada o estabas en casa o en el trabajo.
«El capitalismo postindustrial rompió los horarios fijos y los jóvenes volvieron a ser pioneros en eso, porque ellos no tienen horarios. Es imposible localizarlos con la visión clásica del teléfono fijo. Nuestra vida y nuestro trabajo es más flexible que nunca y el móvil y la comunicación se han adaptado a eso», dice el antropólogo catalán. «En el fondo hemos vuelto al sistema de la carta tradicional y el telegrama. Tu le escribías a alguien y cuando el otro te leía, te respondía. Sólo hemos acortado los tiempos».
Detrás de esos nuevos usos hay una responsabilidad comercial. Cuando empezó a proliferar el uso de smartphones, las compañías telefónicas castigaban económicamente las llamadas, que eran mucho más caras que el servicio de mensajes, un formato que triunfó para sorpresa de las empresas. Cuando llegaron las tarifas planas, la nueva cultura ya estaba creada y las opciones eran casi infinitas.
«Aunque parezca que el cambio ha sido algo gradual, porque pensamos en la evolución de los distintos modelos de teléfono que hemos tenido, lo cierto es que la revolución que nos trajeron los smartphones fue vertiginosa», apunta la psicóloga Gabriela Paoli, experta en adicciones tecnológicas. «Ha cambiado totalmente nuestra manera de comunicarnos y nuestra forma de socializar. Vivimos en la era de la hiperconectividad, todo el día, y eso ha hecho que vivamos los vínculos de otra manera y nos relacionemos de forma diferente. Los adolescentes de hoy prácticamente no saben llamar, no saben ni siquiera si tienen el teléfono fijo de casa conectado, ni recordarán el número. Ellos viven el momento de la imagen y se comunican entre ellos a través de stories, fotos, tuits, emojis, memes… Todo muy reducido, muy rápido y muy visual. Mantienen incluso conversaciones a través de los estados de WhatsApp».
Los expertos hablan ya de la Generación Mute, la generación muda. Según los estudios de Telefónica, WhatsApp es ya el canal preferido para comunicarse con familiares y amistades para el 95% de la población, por encima incluso de la comunicación en persona, que se reduce al 86,6%. El 98% de las personas de hasta 34 años lo utiliza todos los días.
«Es la tecnología la que define nuestros usos y costumbres y marca nuevos protocolos», explica Enrique Dans, profesor de Innovación en IE Business School. «Antes, si querías comunicarte con alguien, no tenías más opciones que quedar físicamente con él o llamarle a un lugar concreto a una hora concreta. Ahora tienes un canal de comunicación que la persona lleva siempre encima, el móvil, y eso conlleva una serie de canales adicionales que se comportan de distinta manera: el correo, la mensajería instantánea, el chat, WhatsApp, Telegram, las redes sociales…».
Los jóvenes ya no se piden el número de teléfono para ligar, se piden la cuenta de Instagram o de TikTok.
Guardamos en el bolsillo infinidad de canales de comunicación que abren lo que Dans llama «todo un abanico de balances síncrono/asíncrono». O lo que es lo mismo: sólo la llamada nos exige una respuesta inmediata. «Los demás canales son asíncronos: yo te envío un correo y no me tienes que contestar al momento. Con los mensajes o las notas de audio pasa algo parecido. Esperar una respuesta al instante es algo muy viejuno».
Con una oferta de canales tan enorme, llamar por teléfono se ha convertido casi en una intolerable intromisión en nuestra intimidad. «Tenemos tantas posibilidades para elegir que la llamada ha perdido su sentido. Antes, si querías hablar, llamabas y ya está. Hoy hemos generado la convención de preguntar antes para no molestar y llamar puede ser visto incluso como algo de mala educación», advierte Amparo Lasén, profesora de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
Que los jóvenes estén siempre activos no significa que siempre estén disponibles. «Hablar por teléfono genera incomodidad», matiza Dans. «Por eso los jóvenes recurren a las notas de voz. Te grabo un mensaje y ya te lo escuchas cuando quieras. Llamar sólo llamas para una urgencia desmesurada, o llaman los padres cuando te quieren localizar. Los jóvenes, desde luego, no se llaman para conversar».
La psicóloga Gabriela Paoli alerta del daño en las habilidades sociales de los jóvenes que pueden traer estas nuevas formas de conversación. Piensen en la imagen de varios chavales reunidos en círculo mirando cada uno la pantalla de su teléfono sin dirigirse la palabra. Seguro que les suena.
«No se comunican de tú a tú, de forma corporal. Y cuando tienen un problema de verdad no saben comunicarlo», dice Paoli. «Por eso prefieren mandar un mensaje o como mucho una nota de audio antes que llamar. Porque cuando llamas, escuchas las emociones del otro, su respiración, sus silencios, las pausas, cómo llora o cómo se ríe… Nos estamos perdiendo mucha información».
¿Desaparecerá la conversación igual que desaparecieron los viejos teléfonos de rueda?
«No desaparecerá, sino que inventaremos nuevas formas», tranquiliza Carles Freixas. «El teléfono seguirá evolucionando y seguramente acabará incrustado en nuestros cuerpos de manera aún más directa y descubriremos nuevas formas de comunicación, cada vez más multimedia. Para los jóvenes la del teléfono es la pantalla por antonomasia y no la ven como un dispositivo externo, sino como una parte más de su organismo».
El teléfono seguirá evolucionando y seguramente acabará incrustado en nuestros cuerpos de manera aún más directa
«Cuando se inventó el teléfono también se dijo que desaparecería la escritura y no fue verdad. La conversación no se va a perder porque la gente seguirá viéndose y seguirá hablando», comparte Lasén. «Cambiarán los lugares y quizás sí desaparezcan esas conversaciones sólo para quedar. A cambio tendremos más conversaciones escritas, con varias personas a la vez, en grupos de WhatsApp, con bromas, reacciones, vaciles… Otra cosa es que el concepto de llamada sea diferente».
Tan diferente que cuando a uno le suena el teléfono hoy en día, sospecha que ha ocurrido algo grave o tiene la certeza de que encontrará spam telefónico al otro lado del aparato.
Según un informe de la empresa americana YouMail, sólo en un mes se producen en Estados Unidos 3.400 millones de robollamadas, es decir llamadas con un mensaje promocional grabado. «Quizás el 80 o incluso el 90% de las llamadas que recibo son spam de un tipo u otro. Ahora, si escucho mi teléfono zumbar desde el otro lado de la habitación, me emociono pensando que será un mensaje de texto, pero cuando continúa y me doy cuenta de que es una llamada, ni siquiera me molesto en caminar», escribía un periodista de la revista americana The Atlantic en un artículo titulado Por qué ya nadie contesta su teléfono.
En España, si te suena el móvil, sabes que lo más probable es que te encuentres con el comercial de una compañía telefónica subastando sus servicios. Incluso puede que te ofrezcan una nueva línea fija.
Mañana, por cierto, él sí te volverá a llamar.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2022/01/18/61e696e121efa03d278b45d3.html