La institución ha rechazado incluir a la tauromaquia como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad
ANDRÉS SÁNCHEZ MAGRO/ LA RAZÓN
Al parecer, para la Unesco, no. Ni tampoco para «El País», donde hemos leído hoy que con gran regocijo portadista se nos comunicaba a los aficionados a los toros que esta manifestación popular y muy enraizada con lo hispánico no merecía el reconocimiento institucional del organismo internacional como Patrimonio de la Humanidad. Cuando uno era joven y moderno leía «El País». Y con las manos manchadas de tinta, acudíamos con nuestra pequeña paga a sacarnos un abono en las Ventas, a continuar la tradición familiar de nuestros abuelos y a celebrar la felicidad de ver a Almodóvar, Aute o los profetas de la Movida asentarse en su escaño isidril. Ha pasado mucho tiempo y hoy con gran alborozo los progres tardíos opinan que la fiesta de los toros ya no debe tener quien la escriba.
Tampoco nos importa mucho la Unesco, esa cueva de burócratas endomingados que se llegó a permitir el lujo de tener como director a un tal Mayor Zaragoza, para los que seguimos el camino raro y profundo de la tauromaquia. El error seguramente parte de ese complejo de inferioridad de los taurinos que necesitan que nos pongan el crotal de lo políticamente correcto para justificar el juego del toro con el hombre que dio sentido a la cultura mediterránea y a su extensión americana. Esos cráneos privilegiados que buscan el sentido filosófico entre Galapagar y el Monte del Pilar y todo el séquito de mandarines animalistas deberían buscar en sus bibliotecasde la nada a Claude Lévi-Strauss cuando el estruturalista describía la cultura como un acto que tiene que ver con lo que crea el hombre, se desarrolla en un momento histórico concreto y forma parte del inconsciente. Ese inconsciente colectivo que piensa que la muerte es una obra de arte, ahora precisamente que se cumple el cincuenta aniversario de Mishima y su harakiri. Fuera máscaras y lo mejor son los festejos populares como los toros en la calle por el arco levantino y esas fiestas tradicionales e intensas que nos quitan el insomnio de las series televisivas y de las cartillas de racionamiento intelectual a los que muchos nos quieren condenar como en una satrapía mediocre y bienpensante.
Toros y toreros, ganaderos y veedores, reventas y vagabundos del toreo. Luces y sombras como la vida en el límite sin necesidad de ningún marchamo institucional. Todas esas asociaciones animalistas que esperan algún maná de la subvención hoy celebran un triunfo precario. Porque con más años pero igualmente modernos, ya no leemos «El País» ni la hoja parroquial de la Unesco y solo nos gustan los desconchones brillantes de los carteles de las próximas ferias taurinas.
Fuente: https://www.larazon.es/cultura/20201201/htkd3pldfje75ltmt5kyxqnmpi.html