Desde los años de Obama, el Partido Demócrata se ha convertido en el de las élites a las que les preocupa más la política identitaria, mientras Trump se ha reinventado como la última esperanza de una generación olvidada
Una oleada de mujeres se moviliza en EE.UU. para impedir el ‘efecto Hillary’
David Alandete / ABC
Corresponsal en Washington
04/11/2024
Apenas 400 kilómetros separan Falls Church, en el estado de Virginia, del condado de McDowell, en Virginia Occidental, pero bien podría ser un abismo económico, cultural y, también, político. Es la distancia que uno debe recorrer para ir desde el condado más rico de Estados Unidos, un cómodo enclave suburbano en las afueras de la gran capital federal, hasta uno de los más pobres, una vieja zona minera abandonada a su suerte y golpeada por la adicción al fentanilo y la heroína.
En Falls Church, los ingresos medios por hogar son de 180.000 dólares anuales y el índice de pobreza no llega al 2%. En Welch, pueblo que funciona como sede administrativa del condado de McDowell, el ingreso medio por hogar es de menos de 26.000, con un índice de pobreza del 33%.
Son, económicamente, dos países distintos, conviviendo uno con otro, pero sin hablarse demasiado. Y los resultados electorales dan fe de esa enorme distancia. Hace apenas cuatro años, Joe Biden obtuvo un 81% de votos en Falls Church, y solo un 20% en McDowell, donde Donald Trump logró el 79%.
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Esa diferencia es un recordatorio de cómo, en un solo país, conviven dos realidades tan diferentes que parecieran pertenecer a mundos separados: un trayecto de unas horas revela una frontera invisible entre la prosperidad suburbana y el abandono rural, una brecha que define más que solo el paisaje. Esa distancia se mide por la entrega o el rechazo a Trump y lo que representa.
El sábado, en una manifestación de repulsa preventiva a Trump en las elecciones del martes, protestaba un grupo de mujeres venidas a la capital precisamente desde Falls Church, un trayecto de apenas 15 minutos. Venían con unos globitos que representaban al expresidente vestido solo con un pañal, con unas manos diminutas, con gesto de rabieta infantil, y el lema: «La resistencia».
Una de esas mujeres, Patricia Talbot, de 63 años, llevaba una bandera americana, y un pin en el que se leía «la», una aposición que usa la campaña demócrata para explicar cómo se pronuncia el nombre de la candidata, y dónde poner el énfasis. (Se pronuncia «coma-la»). Diez minutos estuvo la señora Talbot —abogada en ejercicio, especialista en derecho mercantil, empleada en un bufete de Virginia, con tres hijos ya mayores— explicando por qué es importante pronunciar bien el nombre de una mujer de madre india y padre jamaicano, lamentando el racismo y la homofobia de Trump, preguntando medio en broma si Europa concede visados de refugiados a estadounidenses.
«El asunto más importante de estas elecciones es sin duda alguna el derecho de la mujer a tomar decisiones por su cuenta», dijo Talbot, mientras sus amigas asentían. «Vivimos en un mundo en que nuestras hijas tendrán menos derechos que sus abuelas, eso es un retroceso sin precedentes, y si Trump vuelve, será mucho peor. ¿No le han oído decir que quiere proteger a las mujeres aunque no quieran?», se preguntó. Sus amigas asentían. «Un fascista», dijo una.
«Vivimos en un mundo en que nuestras hijas tendrán menos derechos que sus abuelas, eso es un retroceso sin precedentes» Patricia Talbot
Hay algo de lo que estas mujeres no hablan, que es la economía. Si se les pregunta, aseguran que sí que han notado el mordisco de la inflación, pero lo atribuyen a la pandemia, a las ayudas tan necesarias a Ucrania, al peso de ser la primera potencia. Ninguna, está claro, uno así lo percibe, tiene, ha tenido o tendrá problemas para llegar a fin de mes.
Otras prioridades
En las ruinas de lo que fue el imperio minero de Virginia Occidental, las prioridades son otras. Varias encuestas recientes revelan que los residentes de ese estado lamentan, por ese orden, lo bajos que son los salarios, lo cara que se ha puesto la vivienda y la falta de acceso a médicos y hospitales. Los jóvenes se van a las ciudades y los mayores se quedan, y se encomiendan a Trump.
La fascinación con el expresidente en esos condados es de proporciones casi mitológicas. De esas colinas surgieron muchos de los jóvenes que el 6 de enero de 2021 descendieron sobre el Capitolio convocados por el expresidente, y procedieron a su saqueo.
Derrick Evans, de 39 años, es uno de ellos. Transmitió en vivo su participación en el saqueo por su página de Facebook, alentó a otros insurrectos mientras ingresaban al Capitolio, describiendo el incidente como una «revolución».
Tras el asalto, fue arrestado y posteriormente se declaró culpable de un cargo por desorden público, cumpliendo una sentencia de tres meses en prisión. Este año anunció su candidatura para un escaño en la Cámara de Representantes, que perdió en primarias frente a la republicana Carol Miller.
Hasta el final, en el momento de perder aun consiguiendo el 37% de los votos, Evans mantuvo que las elecciones de 2020 fueron robadas, que Trump es el presidente legítimo de EE.UU. y que Biden es un impostor. Sus prioridades como político y como votante, aparte de económicas, son «luchar por la integridad electoral», según dice. Afirma que su paso por prisión le daba «una perspectiva única, diferente a la de la mayoría de los miembros del Congreso». «Sé qué problemas padecen los americanos de a pie, al contrario de las élites de Washington», añade.
Ese es otro de los polos que contrapone las grandes reservas de voto trumpista en el campo americano a la capital, «El Pantano», como la apoda el expresidente, por su humedad y también su denso y cargado clima político. Trump vivió aquí cuatro años, hasta alquiló y regentó un hotel de lujo, pero siempre se vendió como un cuerpo extraño, un verso suelto que se crece cuando va a visitar a sus partidarios en esas zonas pobres y rurales, donde le aclaman, le ríen las gracias, le tratan de héroe.
Es un logro notable que, gracias sobre todo a su reinvención en el programa de telerrealidad «El Aprendiz», Trump haya conseguido convertirse en un héroe del hombre corriente y de la persona que no llega a fin de mes, él que nació en la riqueza de una familia rica que hizo dinero con la construcción en Nueva York, y que vive desde hace décadas entre un ático de lujo en la Quinta Avenida y una mansión de estilo español en Palm Beach.
Para no pocos expertos, Trump supo aprovechar una oportunidad única que le dieron los demócratas, que tradicionalmente fueron el partido de los trabajadores y los sindicatos, pero ahora se identifican más con las élites.
Un debate de tipo educativo
El profesor Thomas Franck, de la Universidad de Colorado, sostiene que los líderes demócratas han perdido contacto con la clase trabajadora, enfocándose excesivamente en la educación como solución a los problemas económicos. Según él, esta visión desvía la atención de los problemas estructurales, atribuyendo las dificultades de las personas a sus propias decisiones educativas o aptitudes que han quedado obsoletas.
Con Barack Obama, entró en la Casa Blanca una generación de políticos y economistas formados en universidades de élite, que no se enfrentaron a los grandes bancos y los gigantes empresariales en la Gran Recesión de 2008. «Defienden que las personas se están quedando atrás porque no estudiaron la carrera adecuada, o no fueron a la universidad», argumenta. «Y eso dejó a muchos votantes de pocos recursos huérfanos de partido».
Ahora, han encontrado un referente, una persona, un mesías, más que un político. Su héroe en Washington es un millonario que se ha jactado de pagar pocos impuestos, que llegó a la Casa Blanca prometiendo que con él, en aquel momento, habría «una verdadera carnicería americana». «Los hombres y mujeres olvidados de nuestro país ya no lo volverán a ser», prometió. Ahora vuelve con lo mismo, como si sus cuatro años en el Despacho Oval hubieran sido un lapsus, un aperitivo, un experimento inconcluso.
A tenor de estas divisiones, las elecciones del martes son un referendo sobre Trump. Hace cuatro años, Joe Biden ganó argumentando, sobre todo, que era todo lo opuesto al expresidente, un tipo de orígenes humildes en Pensilvania, amigo de los sindicatos y defensor de los trabajadores.
Kamala Harris ha tenido que movilizar más a los suyos, entusiasmar a las bases, girar a la izquierda y su mensaje es, como lo definía Franck, más ideológico, más centrado en lo educativo, más una promesa de proteger a grupos identitarios: mujeres, transexuales, inmigrantes. Son prioridades en las grandes ciudades que ya están entregadas a ella, pero promesas incomprensibles, insustanciales para mucho votante de Virginia Occidental que debe decidir cómo llegar a fin de mes. El 5 de noviembre, se verá cual de ambas américas ha ido ganando más fuerza.
Fuente: https://www.abc.es/internacional/abismo-separa-dos-americas-votan-20241103205854-nt.html