- Trece artistas en La Casa Encendida buscan inspiración en las múltiples formas de las famosas cartas y dan forma a una muestra que actualiza la tradición.
Elena Vozmediano / El Cultural
En enero del año que viene, las nuevas salas del renovado Warburg Institute en Londres se inaugurarán con la exposición Tarot: Origins & Afterlives. Como hace notar Pilar Soler en su texto para el catálogo de La torre invertida, Warburg incluyó en dos de los paneles de su Atlas Mnemosyne tales barajas, que trasladan ecos del arte del Renacimiento y que fomentan la ilación de imágenes tan cara al erudito.
Hoy, la historiografía del tarot como objeto cultural se reaviva y se reexamina, pero también resurge su uso social para la adivinación –una legión de engañabobos tira las cartas para orientar a quienes buscan imposibles certezas– o el entretenimiento: hay mesa de tarotista en fiestas variopintas, incluyendo algunas inauguraciones de exposiciones, y es un recurso “temático” para desfiles de moda (véase el de Dior en 2021) o líneas de joyas y accesorios.
Las cartas del tarot dan mucho más juego a los vates que los posos de té o la bola de cristal, por ser representaciones que incluyen figuras, objetos simbólicos y números, relacionables entre sí en la interpretación de la “tirada”.
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Para los artistas son hoy, en primer lugar, un conjunto iconográfico mediante el cual actualizar y reformular una tradición, añadiendole a menudo tintes autobiográficos, feministas o de crítica social y política. Quizá adaptándolo a contextos culturales diferentes al de la Europa tardofeudal en la que nace el tarot, a la que corresponden figuras como el caballero, la reina y el rey y esos arcanos que derivan de los “triunfos” y que responden a un sistema moral pretérito.
Esta exposición ha puesto el foco sobre las variantes contraculturales del tarot, con un arco temporal que va de los años sesenta a la actualidad. El tono oscila entre el espiritualismo y la frivolidad, como es usual –también en lo artístico– en esto de la cartomancia. Son doce artistas, unos mucho más relevantes que otros, que nos dan idea de las diferentes direcciones en las que se ha expandido.
Si van a ver la muestra por su cuenta, sin visita guiada, busquen antes en la web de La Casa Encendida la nota de prensa, único lugar en el que encontrarán algún detalle sobre cada uno de ellos, pues en las salas, sin cartelas explicativas, no hay más que un texto general y el catálogo tampoco soluciona la carencia.
A pesar de que la palabra es tan importante en la “activación” el tarot, la comisaria ha querido enfatizar el impacto visual de las obras –que en la mayoría de los casos son originales o ediciones de las respectivas barajas–, dejando que el espectador establezca relaciones entre ellas. No me parece una decisión acertada: aunque podamos, incluso si no sabemos nada de tarot, darnos cuenta de que se ha subvertido la iconografía y adivinar más o menos en qué sentido, nos faltará información.
La exposición pone el foco sobre las variantes contraculturales del tarot,
con un arco que va de los años 60 hasta hoy
La adaptación a las creencias vernáculas se da en Frédéric Bruly Bouabré, que más que un juego de cartas hace una narración mítica en viñetas, y la reivindicación cultural de la negritud, en King Khan & Michael Eton –divertida baraja de estrellas de la música– y en Betye Saar, del Black Arts Movement, con una instalación en torno a una mesa espiritista.
La mesa es también un elemento clave en el atrezzo que complementa el vídeo de Plastique Fantastique en el que se usan las cartas para predecir el futuro del Cosmos… al que da mil vueltas el estupendo arranque de la película Cleo de 5 a 7, de Agnés Varda, única que insinúa un poder mágico, inquietante, en las cartas. La otra obra audiovisual es The Velvet Underground Tarot Cards, filmación anárquica –da hasta mareo– de Andy Warhol en una sesión de cartomancia con los miembros de aquella banda.
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Niki de Saint Phalle concibió el tarot como un jardín barroco, al estilo de Bomarzo, en el que vivir; Suzanne Treister, en la baraja más trabajada y con mayor calidad gráfica, compuso toda una enciclopedia sobre el control social –se expone también ahora en la galería The Ryder–; y Dorothy Iannone, abogada de la liberación sexual, dibujó estampas en las que glorifica a su idolatrado amante, el artista Dieter Roth.
La presencia de Raúl de Nieves, Aldo Urbano –único español seleccionado–, Joahanna Dumet y Plastique Fantastique me parece adecuada por su contribución al argumento pero hace que la exposición no sea precisamente deslumbrante en lo artístico.
Hay otros artistas que podrían haber sumado: el tarot abstracto de la fantástica Ithell Colquhoun, la relectura de la historia filipina que propone el de Brenda Fajardo, el cónclave espiritista que filma de manera estilizada Ergin Çavusoglu o los conjuntos colaborativos producidos por la Hayward Gallery (Outrageous Fortune, 2011). También podría ser mayor la representación nacional: Dalí, para empezar, pero también Eva Lootz con su Tarot de Eva, el grupo Jeleton con su Tarot de sangre o Marina Vargas con su proyecto Las líneas del destino.