El filósofo francés publica La soledad de Israel, una reflexión sobre el significado histórico de Israel y un manifiesto por su supervivencia.
Luis H. Goldáraz / Libertad Digital
27/10/2024
El día 7 de octubre de 2023 se produjo «un acontecimiento en el sentido filosófico del término». Eso escribe Bernard-Henry Lévy en su último libro, La soledad de Israel (La Esfera de los Libros), gestado a raíz no sólo del mayor pogromo desde la Shoa, sino de las consecuencias morales y políticas que este ha desatado en todo el mundo. «Según Schürmann, un acontecimiento tiene el poder histórico de instaurar una nueva era. Este ataque no es un simple acto de violencia, es un suceso que cambia radicalmente el curso de la historia y la conciencia colectiva, al igual que lo hicieron los atentados del 11 de septiembre de 2001 o la invasión de Ucrania en 2022». Comprender qué fuerzas motivaron ese acontecimiento «imprevisible en su previsibilidad», cuáles son las que han desatado las distintas respuestas políticas y mediáticas en torno a lo que se confirmó aquel día de tragedia, es la tarea del pensador. «En 2018», dice también, «escribí un libro titulado L’Empire et les cinq Rois (El imperio y los cinco reyes), donde describía un imperio —que en resumen sería Europa y su excrecencia estadounidense—, cuyo retroceso ha dado lugar a un vacío. A través de ese vacío, se han colado cinco potentados: Rusia, China, Irán, Turquía y los líderes del yihadismo, cada uno con ambiciones de resucitar las glorias pasadas de sus respectivos imperios históricos. En torno a este pequeño pero bárbaro Hamás, esos cinco reyes se han realineado, transformando el escenario internacional en un tablero de poder donde se enfrentan viejas y nuevas fuerzas». Al margen de esos cinco potentados, añade al fin, entre ellos y aquel imperio occidental que se resiste a aplicar con ella las mismas normas que consigo mismo está Israel. Y sobre eso, precisamente, va esta entrevista:
Pregunta: Señor Lévy, en la última parte de su libro se responde a varias preguntas que me gustaría volverle a formular.
Respuesta: Adelante.
P: ¿Por qué Israel?
R: Porque los judíos son el pueblo perseguido más antiguo de la historia. Y porque, en cierto momento, al fin, el mundo reconoció que necesitaba un lugar específico que le sirviese de refugio y le garantizase su seguridad. Esa es una razón. Otra es que los judíos viven en ese lugar del mundo, son autóctonos, desde hace siglos. No llegaron allí como extranjeros ni como conquistadores.
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P: Respondiendo a quienes argumentan que Israel es un Estado colonial artificial, fruto del imperialismo, usted escribe que, de hecho, es todo lo contrario: es fruto del antiimperialismo.
R: Eso es. A ver, para empezar, Israel es un Estado creado en los campos de batalla. Y se creó a través de lágrimas y sangre, vertida para combatir a un verdadero ejército imperialista. Primero contra el nazismo y luego contra el Imperio británico. Eso es un hecho. No es una opinión. La creación de Israel es el resultado de una guerra de liberación anticolonial. La tierra de lo que llamamos Palestina fue colonizada por los ingleses. Es así. Y los ejércitos del futuro Estado de Israel liberaron esa tierra. Decir que Israel es un Estado artificial resultado de la colonización es una cosa absurda. Hay que repetirlo las veces que haga falta. Cuando Ben Gurión proclamó la existencia del Estado de Israel, la mitad de su población ya era judía. Esto es antes incluso de la llamada al resto de judíos del mundo para que fueran para allá. Los judíos habitaban lo que hoy es Israel desde hacía muchísimo tiempo. Una parte de ellos, desde luego. Otra llegó en los años 30. ¿Por qué? ¿Eran la vanguardia de un ejército imperialista? No. Eran el desecho de la Alemania nazi. No eran colonos: eran refugiados. Por tanto, tenemos un territorio en el que había judíos desde siempre y en el que comenzaron a llegar cada vez más judíos refugiados. Y la mezcla entre ambos grupos conformó la mitad de la población de lo que luego se llamaría Israel. No es un proceso colonialista.
P: El relato antiisraelí sostiene, sin embargo, que Palestina viene a ser una nación histórica árabe-musulmana que ha sido fagocitada por la Israel judía.
R: Pero es que la gente no sabe nada. No conoce la historia. Repito: esas tierras eran colonia inglesa. Antes de eso, eran colonia otomana. No existía una nación palestina a la que los judíos intentaron eliminar. No. La gente no sabe nada. Es más, a día de hoy, existen dos proyectos políticos que se enfrentan entre sí. Por un lado, el proyecto político de Israel: un proyecto multiétnico que aglutina, además, diversas creencias religiosas. El 20% de la población, es decir, uno de cada cinco ciudadanos, es árabe-musulmán en Israel. Y tienen los derechos cívicos completos. Los mismos que cualquier otro israelí. Ese es el proyecto de Israel. Por otro lado, el proyecto palestino, que pudo vislumbarse una vez los judíos se fueron de Gaza —porque hace tiempo que no hay asentamientos judíos en Gaza, hay que repetir—. Bien: el Estado que se proyectó para Cisjordania era absolutamente sin judíos. Estaba concebido así. Es decir, parece ser que los palestinos no quieren que haya ni un judío en su Estado palestino venidero. Yo estoy en contra de la colonización y de los asentamientos judíos. Pero en un futuro Estado palestino, no veo por qué no podría haber una minoría judía. Hoy en día, sin embargo, todos los grupos que lideran la causa palestina, y por lo que veo la gran mayoría del pueblo palestino está de acuerdo con ellos, consideran inconcebible que pueda haber judíos en su Estado. Esos son los dos proyectos que se contraponen. Uno inclusivo y el otro absolutamente excluyente. Que cada uno los juzgue con objetividad.
P: ¿Qué es el fascislamismo? ¿Es realista abogar por la solución de los dos Estados si no se reconoce antes la influencia que ha tenido y tiene el nazismo allí?
R: Es una pregunta que conviene repetir. Mira, para que pueda haber un Estado palestino se necesitan satisfacer dos condiciones. La primera es que el Gobierno israelí acepte esa posibilidad. Es algo que yo deseo desde hace cincuenta años. Pero hay una segunda condición: que los palestinos acepten la existencia de Israel. Que los palestinos corten con su pasado antisemita. Que los palestinos hagan el trabajo que hicieron los europeos, es decir, que trabajen sobre su propia memoria. Y que comprendan, uno: que hubo nazismo en esa región del mundo también; y dos: que ese nazismo debe salir de sus cabezas. Efectivamente, la cuestión del fascismo, o del nazismo, directamente, es un tabú en el mundo árabe-musulmán. En Irak, en Siria y en la Palestina árabe. Existe esa idea de que el nazismo es una cuestión europea. De que el nazismo se paró en la frontera de la URSS. Que, a partir de cierto kilómetro, ya no hubo más nazismo —como la nube de Chernóbyl, que se paró en la frontera francesa, según algunos—. Pues no es verdad. El nazismo es un fenómeno mundial. Y eso significa que está presente también en algunas partes del mundo árabe. No es una teoría. Es una cuestión histórica, perfectamente documentada y comprobable.
P: ¿Se puede ser antisionista sin ser antisemita? Un argumento repetido desde el 7-O es que los judíos se «escudan», por así decir, en el antisemitismo: que se limitan a acusar de antisemita a cualquiera que ose criticar legítimamente a Israel, para desactivar los argumentos en su contra.
R: Es que eso no es el antisionismo. El antisionismo no consiste en criticar a los diferentes Gobiernos que pueda tener Israel. El antisionismo es pensar, simple y llanamente, que Israel no debería existir. Es pensar que Israel no es un país legítimo. Es consolidar ese imaginario que hemos comentado antes de que la tierra de Israel pertenece a otro pueblo. Es decir que la existencia de un lugar judío en Oriente Medio es una mancha que hay que limpiar. Así que, efectivamente, es difícil ser antisionista sin ser antisemita. Pero también funciona en el sentido inverso. No sólo es muy difícil, sino que es casi imposible ser antisemita y no ser antisionista. Imagina un movimiento en España que se diga antisemita por creencias religiosas: porque, pongamos por caso, los judíos mataron a Cristo hace 2.000 años. Sería un movimiento muy minoritario, ¿no crees? No tendría fuerza. Es algo que ya no funciona. O imagina un movimiento antisemita que salga a la calle y lo diga abiertamente: «Yo odio a los judíos porque tienen la nariz así y unos genes asá». Eso tampoco funciona a día de hoy. Sería una infracción. Algo que atentaría contra las leyes del decoro en el discurso cívico europeo. Ahora bien: imaginemos un movimiento que diga simplemente que no le gustan los judíos porque son cómplices de un Estado criminal, que se llama Israel, que está cometiendo un genocidio. Bueno, pues eso sí que funciona. Con eso, el éxito está garantizado.
P: En Occidente los movimientos políticos más contrarios a Israel suelen ser los de una extrema izquierda que también se define como anticapitalista y antioccidental. ¿Su rechazo a Israel es por antisemitismo o por ser el único residuo de las democracias liberales occidentales en la región?
R: En mi país, en Francia, hay manifestaciones en las que se grita: «Muerte a los judíos». Es indiscutible. Son manifestaciones de la extrema izquierda, sí. También las hay que piden un genocidio de ocho millones de judíos, los que viven en Israel, cuando exclaman el lema: «Del río al mar, Palestina será libre». Eso es un proyecto antisemita criminal. Quizás, además, quienes gritan eso son antioccidentales y antieuropeos. Pero también son antisemitas.
P: ¿Cómo se explica la connivencia de una izquierda que se dice progresista con las teocracias islámicas?
R: Porque esa parte de la izquierda ya no es laica ni progresista. Desde hace tiempo, además. Ha roto con todo ese legado. La izquierda ha cambiado.
P: ¿Por qué?
R: ¿Por qué? Yo no sé por qué. Eso hay que preguntárselo a ellos.
P: ¿No sigue defendiendo, aunque sea en teoría, el laicismo?
R: No. La verdad es que no. Defender el laicismo sería oponerse al velo islámico. Sería defender la igualdad incondicional entre mujeres y hombres. Sería defender al blasfemo independientemente de la religión a la que ofenda. Pero no lo hace. Hay mujeres que están bajo el yugo de los fundamentalistas, pero la izquierda no dice nada de su situación. Tampoco abre la boca cuando unas caricaturas del profeta generan las respuestas violentas que todos hemos visto. Ahí estas izquierdas no hablan de laicismo. Se olvidan de ello.
P: ¿Cómo explica la cobertura mediática que se ha dado en Occidente de la guerra iniciada por Hamás el 7 de Octubre?
R: Pues no sé cómo explicarla. Es la primera vez que los medios de comunicación dan por hecho que las cifras dadas por uno de los bandos en guerra son las reales, sin ningún tipo de cuestionamiento ni tarea de verificación independiente. En todas las guerras que he cubierto se tomaban en cuenta las cifras de ambos bandos y las verificaciones independientes. Y cuando estas últimas no se llevaban a cabo, los medios de comunicación occidentales tenían mucha precaución. Hoy no la hay. Se aceptan las cifras de Hamás sin rechistar. Y desde el primer día, además. Bueno, el primer día en concreto sí que se decía que eran cifras según el ministerio de Salud de Hamás. Ahora ya se dan sin decir siquiera de dónde vienen.
P: El último capítulo explica la responsabilidad que los sionistas sentían por confeccionar un Estado excepcional, cívico y llamado íntimamente a no sucumbir a la corrupción que otros grandes Estados habían experimentado antes.
R: Bueno, es verdad que el proyecto sionista toma por supuesto la creación de un Estado algo destacable. La idea de base de los sionistas era que el tren de los movimientos nacionales del XIX ya había pasado, así que pensaron que al menos podían aprender de lo que habían hecho los demás para no cometer los mismos errores. Y eso es lo que hicieron. Crearon de un día para otro, en 1948, una democracia bastante destacable. Del día a la mañana. Y lo hicieron personas de todo el mundo, con culturas, lenguas y raíces étnicas diferentes. Todos ellos se juntaron y de un día para otro crearon un Estado de ciudadanos. Levantaron además una serie de instituciones democráticas excepcionales. Fue un milagro.
P: ¿Cómo se mantiene ese espíritu de civismo y apertura democrática cuando se está rodeado de otros países que quieren exterminarte? ¿Se ha mantenido en Israel?
R: Es una cuestión interesante. En el mundo hay democracias que destacan, pero cuando se enfrentan a Estados de guerra, la democracia siempre se tambalea. A veces queda en pausa. En Francia, durante la guerra de Argelia, por ejemplo, muchas libertades fundamentales quedaron en pausa. La libertad de prensa, el habeas corpus, la libertad de manifestación… En París se mató a decenas, quizá a centenares de manifestantes. En 1961 se los tiró al Sena. Ahora mismo es el aniversario de este episodio, precisamente. Y es algo que pasó en mi país, una muy bonita democracia, durante entre 3 y 6 años. Era un Estado de guerra, y la democracia menguó. En Estados Unidos también. Después del 11 de Septiembre se aprobó la Ley Patriótica, que ponía en riesgo varias libertades fundamentales. Bueno. En Israel el Estado de guerra no ha durado cinco o seis años. Tampoco semanas. Han sido 75 años. Israel lleva en guerra 75 años. Va de guerra en guerra, sin acabarlas nunca. Hubo una maravilla, que fueron los Acuerdos de Abraham. Pero aún así todavía quedan Hezbolá, Hamás e Irán, por lo que la guerra no ha terminado. Y, a pesar de la reforma judicial que intentó hacer Netanyahu en el 23, ninguna libertad fundamental, ningún fundamento del Estado de derecho se ha puesto en pausa ni se ha tambaleado. Israel es la excepción de los Estados de excepción. Es un hecho.