LD conversa sobre el autor de La colmena con, entre otros, Arturo Pérez-Reverte, Raúl del Pozo, Luis Alberto de Cuenca o Emilio Lara.
Jesús Fernández Úbeda / Libertad Digital
19/10/2024
Se dice que sucedió en el año que los nacionales llamaron «de la Victoria». Camilo José Cela, que ni llegaba al cuarto de siglo, le profetizó a un amigo poeta, Rafael Montesinos: «Un día, ganaré el Nobel e iré a recogerlo acompañado de una mujer muy joven y rubia, que aún no ha nacido». Medio siglo después, el 19 de octubre de 1989, a eso de la una del mediodía, al autor de Pabellón de reposo le llamaron por teléfono: «Señor Cela, va a escuchar al secretario de la Academia Sueca que va a leer el acta de la votación para designar al Premio Nobel de este año». «Marina», le dijo a su pareja, «me han dado el Nobel». El quinto para un español. Echegaray, Benavente, Juan Ramón, Aleixandre y CJC. El censor. El académico. El exsenador que explicó la diferencia entre estar dormido y durmiendo. El de la palangana y la absorción anal de líquidos. El que anunciaba la Guía Campsa –»¿Más gachas, don Camilo?«–. El novelista patrio más importante del siglo XX.
Jarrearon las llamadas y las visitas. El rey Juan Carlos le felicitó por la tele porque el teléfono no dejaba de comunicar. Todos lo que le trataron me cuentan lo mismo: Cela fue un buen tipo, la antítesis de su personaje. Luis Alberto de Cuenca: «Lo conocí mucho. En los últimos años de su vida, cenábamos habitualmente él, Marina, Alicia y yo. Era un caballero encantador, muy, muy simpático. Para mí, como de la familia». Raúl del Pozo: «Me quería mucho, no sé por qué. Era el más grande, complicado e inexplicable. Un día me dice: ‘Vengo del entierro de mi capitán. Había sólo seis o siete personas, cuando fue un gran hombre. Recuerdo que estábamos en el frente de Extremadura, en un altillo. Pasaba un río, nosotros estábamos arriba; el enemigo, abajo. Nos pegaban cada zambombazo, tiraban a dar… Y le digo a mi capitán: ‘Mi capitán, ¿por qué no envenenamos el río?’. Y dijo: ‘No, lo prohíbe la Convención de Ginebra’. Seguramente, se lo inventó, pero lo hizo para remarcar que su capitán era un buen hombre y para lamentar que no había nadie en el entierro». Su hijo, Camilo José Cela Conde, en la resurrección editorial de Páginas de geografía errabunda: «El personaje acabó perjudicando a mi padre. Por ejemplo, en mi casa, no decía tacos, sólo los soltaba ante la prensa».
Cela lo celebra con una declaración comedida, sin aspavientos: «Estoy muy emocionado con la noticia que acabo de recibir. Entiendo que para mí es la culminación de mi carrera literaria. Llevo muchos años trabajando y pienso también que otros muchos escritores de lengua española, españoles e hispanoamericanos, hubieran podido alcanzar el premio en igualdad de méritos que yo. Estoy, sin duda, muy agradecido a la Academia». A las tres y media, descolocando al presentador, hizo lo habitual: plantarse en el programa de Hermida, del que era contertulio; horas después, celebró la pertinente rueda de prensa. Un periodista le pregunta si la concesión del Nobel le ha hecho feliz. Respuesta: «Muy feliz, porque con este antecedente puedo aspirar al Premio Cervantes» –lo ganó seis años después–. Otro periodista: «Señor Cela, ¿le ha sorprendido que le concedieran el Premio Nobel de Literatura?». Respuesta: «¡Muchísimo! Sobre todo, porque me esperaba el Premio Nobel de Física«.
Por la noche, fiesta en el Palomar de Hita. Marina Castaño contaba en un artículo publicado en el suplemento «Magazine» de El Mundo que hubo fuegos artificiales y que el último en darse el piro fue Manu Leguineche. La viuda de Cela remata así su texto: «Camilo José que estás en el cielo, por aquí abajo todo sigue igual, los cabrones envidiosos siguen difamando y calumniando». El hijo del Nobel, en la presentación de Páginas de geografía errabunda, resignado, lamentaba que, «por la razón que sea, CJC ha desaparecido de las referencias literarias actuales».
¿Qué queda hoy, treinta y cinco años después de que le concedieran el Nobel de Literatura, de CJC? En LD responde una mesnada de escritores, periodistas y editores compuesta por Raúl del Pozo, Juan Eslava Galán, Emilio Lara, Arturo Pérez-Reverte, Fernando Schwartz, Luis Alberto de Cuenca, Javier Rioyo y el presidente del Real Patronato de la Biblioteca Nacional, Daniel Fernández.
Raúl del Pozo: «Fue el mejor escritor del siglo XX»
El columnista de El Mundo, amigo cercano del Nobel, destaca «su sentido de la amistad y su genio»: «Fue el mejor escritor del siglo XX«. Del Pozo sostiene que Madera de boj, la última novela de Cela, «parece de Shakespeare» y que, si bien su biografía «está repleta de sombras» –»Comía pájaros», precisa con horror–, en su literatura se le escapa la piedad cuando, por ejemplo, «cuenta cómo las mujeres espantan las moscas de las piernas de los ahorcados».
«Se sabía de memoria», dice desbordando admiración, «la letra y la música de los clásicos como otros se saben las canciones de Rosalía«. El maestro de Cuenca recuerda que, en cierta ocasión, un idiota le preguntó cómo andaba de cipote. Respuesta de Cela: «Yo soy académico de la lengua«.
Juan Eslava Galán: «De Cela queda mucho»
El Premio Planeta por En busca del unicornio considera que de Cela «queda mucho«: «Sin duda alguna, es un gran escritor, uno de los más destacados de nuestro siglo XX, aunque, quizá, hay en su obra muchos altibajos». Eslava Galán apunta que, en su periodo final, fue «una especie de imitación de sí mismo» y que, «en todo caso, se le da mucho mejor el cuento y el artículo que la novela en sí«.
Eslava, que está a punto de publicar una Historia de Roma contada para escépticos (Planeta, 2024), aplaude «la voluntad de estilo» del Nobel y reivindica La familia de Pascual Duarte, San Camilo 1936 y La colmena: «A mi juicio, son sus obras más relevantes».
Emilio Lara: «De Cela, actualmente, no queda nada»
El también escritor jienense, lector voraz de Cela –»Me lo he leído prácticamente todo, desde que era muy jovencito, hasta Mazurca para dos muertos, una novela espectacular»–, no coincide con su amigo Eslava: «Actualmente, de Cela no queda nada«. Razón, según el autor de Venus en el espejo: «Como sucede con todos los escritores en España, al morir hay un olvido inmediato. Luego, pueden ser rescatados o no por la crítica o por los lectores. En el caso de Cela, todavía es pronto. Entre otras cosas, porque su literatura es tan singular que cuadra muy poco con estos tiempos de corrección política que vivimos».
Emilio Lara no descarta que si, «dentro de cuarenta o cincuenta años, si se recupera la literatura de Cela, pueda ser tan importante como la de Quevedo». «Para mí», insiste, «fue el Quevedo del siglo XX«.
Entusiasta celiano, Lara subraya que Cela «le pegó un meneo enorme a la novela española de posguerra: La familia de Pascual Duarte y La colmena son dos obras inconmensurables, un relámpago en la noche».
Pérez-Reverte y «lo indiscutible»
El académico, que acaba de publicar La isla de la mujer dormida (Alfaguara, 2024), una novela de amor, aventuras y piratas en el contexto de la Guerra Civil nuestra, nos brinda una respuesta cortita y al pie: «Quizá pueda discutirse la vida o la obra de Cela, pero lo indiscutible es que La familia de Pascual Duarte es una de las obras maestras de la literatura española del siglo XX. Y eso no hay quien se lo quite».
Fernando Schwartz y ‘Papeles de Son Armadans’
Fernando Schwartz ganó el Planeta con El desencuentro dos años después de que lo hiciera Cela con La cruz de San Andrés. ¿Qué queda de Cela, decíamos? Responde el diplomático: «La gloria del mundo pasa y de don Camilo queda en la memoria poco que no sea el recuerdo de su tremendismo verbal, de sus flatulencias y sus exabruptos en televisión. Y su pasodoble en el baile del Nobel en Estocolmo».
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El que fuera embajador de España en Kuwait y Países Bajos reivindica de Cela, «probablemente, su excelsa capacidad de autopromoción, lo que Dionisio Ridruejo llamó su ‘estrategia de la fama’. Y, por debajo de todo ello, algunos instantes de su literatura, una imposible combinación del culto a su propia personalidad junto con la delicada publicación de los Papeles de Son Armadans«. «Hicieron que la cultura literaria volviera a un país torturado por la grisalla de la dictadura. Creo que ese mérito es de Cela», añade.
Schwartz aplaude «la brutal historia de Pascual Duarte y la triste aventura de La colmena«, novelas «tan globales que entraron de golpe en la literatura europea y, junto con su dominio del castellano, le valieron el Nobel». Recalca que «el Pascual Duarte es contemporáneo de L’Étranger de Camus» y que «hay buenas razones para pensar que La colmena entronca directamente con el Ulises de Joyce y el Manhattan Transfer de Dos Passos«, aunque «mejor olvidar la conexión de Pabellón de reposo con La montaña mágica«.
Luis Alberto de Cuenca: «Cela es un valor permanente»
El rey de los poetas afirma que el mejor Cela es el joven, el que escribió, «ya como los ángeles», su obra principal en los cuarenta y cincuenta: «Para mí, lo que queda de Cela es, sobre todo, La familia de Pascual Duarte, La colmena y Viaje a la Alcarria, seguidas de cerca por las Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes y por Pabellón de reposo, que tampoco es ninguna tontería».
Luis Alberto de Cuenca sostiene que CJC «es un valor permanente«, que no está sometido «a las veleidades de los gustos de cada momento», y aplaude su estilo, su «calidad de página», «esa prosa encantada que desarrollaba con maestría«.
Tras insistir en que el Nobel «era un caballero encantador», el ilustre cowboy de medianoche rechaza fijarse en lo negativo del personaje: «Todo el mundo tenemos algún defecto. Yo, en el trato que tuve con Cela, no vi los defectos que le achacan. Me lo pasé muy bien con él. En cuanto a su literatura, no es mi literatura, sabes que soy más de literatura fantástica que de literatura realista, pero también lo he pasado bien leyendo a Cela. Recuerdo sus artículos de ABC, me divertían».
Rioyo: «Todo Cela tiene interés, y visto desde hoy…»
El exdirector del Instituto Cervantes de Nueva York, Lisboa y Tánger, Javier Rioyo, cuenta a LD que Cela, «quitando los clásicos anteriores, como Baroja, Unamuno, Galdós y tal y cual, es de los pocos que sigue vivo, muy vivo, y coleante, muy coleante». En su opinión, «volver a Cela es volver a una de las narraciones de la prosa española más interesantes, más singulares»: «Representó una ruptura en los primeros años de la posguerra, y sigue teniendo un vigor y una fuerza… Hace tiempo que no lo leo, pero si abro cualquier libro de Cela, veo lo gran escritor que es».
Rioyo, que fue guionista de Jesús Quintero y de Lola Flores, amén de reportero y columnista de El País –hoy firma en The Objective–, aplaude «la vigencia de algunas de sus obras de posguerra… y las de después. Me gusta mucho Cristo versus Arizona. Interés tiene hasta La Catira. Todo tiene interés. Y visto desde hoy, tal y como está el paño, más«. Por otra parte, apunta que lo que menos le interesa del autor gallego es «el personaje mediático del final, el de poner el culo para extraer agua… No se parece al Cela del vigor literario, ni al de Los Papeles de Son Armadans«.
Daniel Fernández: «Me pasa lo mismo que con Marx»
El presidente del Real Patronato de la Biblioteca Nacional de España, Daniel Fernández, considera que la de Cela es «una figura que ha desaparecido»: «Se tenía por un gigante literario y físico, pero ha sido un gigante con pies de barro. Queda muy poco de la memoria de Cela».
Al también editor y máximo responsable de Edhasa, que conoció al Nobel «brevísimamente», le sucede con Cela «lo mismo que con Karl Marx: el joven Marx, como pensador, me interesa bastante; el de El Capital, se había convertido en alguien mucho más rígido, difícil de leer… Sin hacer un canto a la maravilla, creo que los mejores libros de Cela son los iniciales: Pabellón de reposo, Pisando la dudosa luz del día y La familia de Pascual Duarte es lo que más me interesa». ¿Y La colmena? Responde: «No es de los libros que más me interesan de él. Luego, hay libros desiguales y experimentos fallidos, como Cristo versus Arizona, y obras menores que no están mal, como Mrs Caldwell habla con su hijo, que es un libro que funciona».
Además, Fernández destaca la «voracidad en la vida cultural tremenda» y recuerda que, amén de los Papeles de Son Armadans, «se suele olvidar que fue uno de los fundadores de Alfaguara«.