Una investigación ha empleado imágenes de resonancia magnética para ver la actividad neurológica ante seis tipos distintos de afecto.
12 octubre, 2024
Inés Sánchez-Manjavacas Castaño / El Español
El amor está presente, de una forma u otra, en casi todos los aspectos de la vida. Las películas, las series y los libros, entre otros, están llenos de él en todas sus formas. Muestran parejas que se enamoran irremediablemente, amigos inseparables y familias que consiguen que sea el protagonista de su historia. Sin embargo, el interés por este sentimiento no se queda solo en la ficción. La ciencia también lleva mucho tiempo estudiándolo e intentando desentrañar sus secretos. Una investigación de la Universidad de Aalto (Finlandia) ha empleado imágenes de resonancia magnética para ver cómo se comporta el cerebro ante diversos tipos de amor.
El trabajo, publicado este mes en la revista Cerebral Cortex, indica que la actividad cerebral se ve influida por la cercanía del objeto del amor y por si es un humano, otra especie o la naturaleza. Estos científicos han establecido seis tipos de amor: romántico, paternal, por los amigos, por extraños, por los animales y por la naturaleza. Se midió la actividad cerebral mientras estas personas escuchaban narraciones de unos 15 segundos que describían escenarios con cada uno de los tipos de afecto descritos y pensaban en ello.
Los resultados mostraron que el amor romántico y el que se siente hacia los hijos son los dos que activan más zonas del cerebro y lo hacen más intensamente. Son los que más estimulan el sistema de recompensa. Juan Lerma, investigador del CSIC en el Instituto de Neurociencias de alicante (Csic-UMH), afirma que tras este resultado hay «un valor biológico o evolutivo muy importante».
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El primero sirve para asegurar la reproducción, que las personas busquen una pareja y tengan descendencia para preservar la especie humana. El segundo asegura que los padres protejan a su progenie para poder continuar el proceso biológico. Si no activara esos centros de recompensa, como el cuerpo estriado y el tálamo, la espacie no perduraría, expone Lerma. «No tendríamos ninguna motivación para hacer el amor, tener hijos, o para cuidarlos».
No es la primera vez que se observa algo así. Hay numerosas investigaciones que ya han demostrado que ambos sentimientos afectan a zonas del cerebro asociadas con la recompensa, el apego, la motivación y el aprendizaje de refuerzo, afirman los investigadores. De hecho, el ser humano no es el único mamífero al que le ocurre. Este tipo de efecto también se ha visto en los topillos de la pradera, que son monógamos y permanecen toda su vida con la misma pareja.
En las relaciones interpersonales, se ha observado que el que tiene menos fuerza es el amor por los extraños. Es el que muestra menos actividad en cuerpo estriado y el tálamo. La investigación destaca que este sentimiento ha implicado siempre un comportamiento altruista que se ve correspondido por una expresión de gratitud. Por lo tanto, ese afecto no es de hecho amor de seguimiento, sino más bien compasión o altruismo, argumentan los autores. «Se evalúa [la experiencia] subjetivamente como menos saliente, menos placentera, menos excitante y menos amorosa», apuntan.
El amor por los animales y la naturaleza
A pesar de lo que se pueda creer, por lo presentes que están en la vida humana actual, el amor por los animales también es uno de los que menos puntúa. Los resultados de las imágenes muestran una menor activación subcortical. Los autores señalan que menos de la mitad de los sujetos sometidos a las pruebas habían declarado tener mascotas, lo que puede ser un condicionante. En realidad, vieron que los que sí que tenían compañeros peludos en casa, tenían un desempeño neuronal más parecido al amor interpersonal que los que no.
El neurocientífico del CSIC-UMH, indica que el amor por los animales reside en la convivencia con ellos. Lerma cuenta que, según varios estudios, la muestra de compasión o de sentimiento hacia ellos se origina en las similitudes que pueda tener con los humanos. Pone el ejemplo de un perro de ojos grandes que pueda poner una mirada triste. «Te conmueve porque son rasgos humanos más que de un animal». Resalta, además, que esta investigación pone de manifiesto que no se puede querer a una mascota igual que a una persona «por la gran diferencia que hay en la activación de las zonas cerebrales».
El más débil de todos fue el apego por la naturaleza. En este caso, los científicos vieron que se accionaban las áreas de recompensa y las áreas visuales del cerebro, pero no estimuló las sociales.
Puntos fuertes y limitaciones
Lerma subraya que este no es el primer estudio sobre el efecto del amor en el cerebro, pero sí ha sido pionero en definir seis tipos y evaluar el comportamiento neurológico en cada uno de los casos. «Eso permite establecer cómo el cerebro determina comportamientos que tienen un valor adaptativo desde el punto de vista biológico».
El trabajo también es el que ha utilizado la mayor cohorte hasta la fecha, pero el neurocientífico cree que se queda corta y habría que aumentarla en proyectos futuros. Las pruebas se llevaron a cabo en 55 personas finlandesas y Lerma expone que para tener una imagen general más real sería recomendable hacerlo con gente de distintos países y culturas. Alude que este sentimiento tiene muchos condicionantes como los culturales, educativos o familiares, que hacen que se experimente de forma distinta.
A pesar de las limitaciones, el neurocientífico del CSIC valora el nuevo conocimiento que aporta el estudio. Asegura también que, aunque estos hallazgos puedan parecer banales, pueden servir para avanzar en investigación. «Cualquier información del cerebro que mejore lo que sabemos de él hace que entendamos mejor las enfermedades mentales».