Por José Ojeda Bustamante
@ojedapepe
Cuando decimos “hacer las cosas a la mexicana”, inmediatamente nos viene a la mente una serie de imágenes y situaciones que conocemos bien. Es una expresión que encapsula la peculiar manera en que muchas veces llevamos a cabo diversas acciones: resolver un trámite, redactar una ley, ganar un concurso, o hacer un negocio «a la mexicana». Son cosas que, para la mayoría de los mexicanos, tienen un significado profundo.
El satírico Escalante Gonzalbo lo resume de manera precisa cuando dice que “esa incapacidad para cumplir con las reglas, o esa habilidad para sortearlas, obedece en efecto a una causa general en la forma básica de las relaciones sociales en México: la política del muégano”. Y es que la Reforma Judicial, que actualmente está en discusión y que casi con certeza será aprobada, parece ser un ejemplo clásico de esa política del muégano que describe Escalante Gonzalbo: todo al mismo tiempo, todo a la carrera, todo al vapor.
Porque, si algo es claro, es que la mayoría de los mexicanos, medianamente informados, coinciden en la urgente necesidad de una reforma profunda al Poder Judicial. Si hacemos un poco de historia, recordaremos la última gran reforma de este poder, que se remonta a mediados de los noventa, bajo el mandato de Ernesto Zedillo.
El diagnóstico del presidente Andrés Manuel López Obrador, que afirma que aquella reforma fue solo otro capítulo en la captura de los poderes del Estado por el grupo neoliberal, no es infundado. Durante el periodo neoliberal, se construyó lo que podría llamarse un verdadero «Cártel Judicial», responsable de incontables casos de impunidad a nivel federal y del respaldo al gran capital a través de figuras como el amparo fiscal, un recurso al que recurre la plutocracia mexicana, y que ha sido validado, una y otra vez, por la Suprema Corte de Justicia.
Lo que genera escepticismo en torno a la Reforma Judicial, sin embargo, es precisamente esa forma tan “a la mexicana” de llevarla a cabo: sin un detenimiento ni una reflexión profunda sobre una transformación que toca directamente el corazón del entramado político de nuestro país.
¿Estamos ante un cambio de régimen? ¿Una democracia autoritaria? ¿Un verdadero poder del pueblo? Lo cierto es que el caso mexicano no es único. El término lawfare ha cobrado relevancia a nivel mundial, refiriéndose al uso estratégico del sistema judicial para deslegitimar o neutralizar adversarios políticos, bajo el manto de la legalidad. Esta táctica, que puede incluir denuncias, investigaciones penales o juicios interminables, ha sido empleada tanto por la izquierda como por la derecha, y no solo para ampliar el poder de los grupos políticos, sino también para proteger los intereses de los poderes económicos.
En Brasil, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva fue acusado de corrupción en un proceso que muchos consideraron una maniobra política para impedir su regreso al poder. En Argentina, sectores cercanos a Cristina Fernández de Kirchner denunciaron haber sido víctimas de lawfare, mientras que otros acusaron a su gobierno de utilizar la justicia para perseguir a sus opositores.
Es en este panorama donde se inscribe la iniciativa del presidente López Obrador de desmantelar, o transformar, el andamiaje construido desde el periodo neoliberal para controlar uno de los poderes fundamentales de nuestra democracia. Sin embargo, hay diques que no debemos ignorar ni apresurar en demasía. Desde la teoría política sabemos que dos pilares fundamentales para cualquier país que aspire a ser desarrollado son: un sistema democrático que funcione, con instituciones que actúen como contrapeso, y un Estado de Derecho auténtico, con una judicatura independiente, eficaz y de alta calidad. Estos son requisitos indispensables para el crecimiento económico y la competitividad.
Las medidas del presidente, aunque contundentes, apuntan directamente a la configuración del Poder Judicial. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿No sería más prudente llevar a cabo este cambio de manera más pausada y estructurada? ¿O es que el presidente se rige bajo el mantra popular que dice “Si no soy yo, entonces ¿quién? Si no es ahora, entonces ¿cuándo?”.
Septiembre no parece ser el epílogo del Patriarca, sino más bien un capítulo en ascenso dentro de esta historia del México moderno, llamada Cuarta Transformación. Desde las antípodas, no rehuimos al debate, pero el debate que salga de lo mediático a lo estructural.