Las flamencas son creadoras por derecho. Pocas disciplinas artísticas cuentan con tantas mujeres como «primeras figuras» como el flamenco. Repasamos algunos de los nombres más representativos de esta expresión cultural y su aportación a la historia de la música.
CAROLINE LEPORT / ethic
El flamenco es una expresión cultural que acogió en su fundación a las minorías étnicas y religiosas y encontró en la península ibérica un territorio fértil para cristalizarse a través de la cultura popular y los rituales profanos y religiosos. Su emblema es la integración: basta con diseccionar cualquier palo o estilo flamenco para encontrar elementos identitarios de las distintas culturas milenarias y geográficamente distantes; todas esas distintas capas sobre las que se construye la civilización y que coexisten en el flamenco de manera armónica.
Si ponemos en valor lo simbólico, cualquiera puede identificar la figura de la flamenca como parte del imaginario español: un cuerpo en posición de salida o de desplante que sin necesidad de escenario está ya celebrando un ritual. Una bata de cola, enfatizando la dificultad. Y la cabeza en alto, exaltando la fuerza femenina. Existen pocas disciplinas artísticas con tantas mujeres como primeras figuras: el flamenco ha encontrado en ellas un espacio de materialización, expansión y vanguardia.
La clave para dejarse deleitar por un artista flamenco está en observar y escuchar su capacidad de ornamento entre compás y compás. Ese espacio que separa el presente de lo que está por llegar. Por eso es esencial aprender a detectar cuáles son esas figuras musicales y estéticas que se van incorporando para embellecer la pieza. Porque son precisamente estas las que convierten al flamenco en un género de autor, de autora, en el que la improvisación pasa por un conocimiento propio y que, además, necesita del riesgo. El flamenco es siempre una experiencia inédita, nutrida de las y los mejores para que ocurra como arte.
Las mujeres en el flamenco están y son por derecho, porque nada puede fingirse y el diagnóstico de su calidad artística está siempre tomando la medida. Pese a ello, no escapan a ese afán por invisibilizar la capacidad creadora de la mujer, someterlas a una mayor exigencia de conocimientos o a existir bajo el discurso paternalista de una escuela de vanguardia masculina a la que por obligación tienen que pertenecer, sea o no cierto.
Carmen Amaya
Carmen Amaya y Pastora Pavón, «La Niña de los Peines», dos mujeres de etnia gitana, siguen coronando la cúspide del baile y del cante, respectivamente. Ambas tomaron infinidad de riesgos a lo largo de sus carreras, más allá de la popularizada idea de que Carmen Amaya bailó con pantalones. En realidad no fue la primera mujer en usarlos, aunque sí fue la primera en bailar vestida de esa forma por alegrías. Sorprende que de ella trascienda algo tan superficial como la ropa y que no se tenga en cuenta que su baile y creación coreográfica fueron capaces de mostrar su propia experiencia como mujer, como gitana y como exiliada. Precedente de toda vanguardia flamenca es su proceso creativo y de experimentación con el guitarrista Sabicas. No se puede reflexionar sobre su trabajo con Joe Beck, Rock Encounter, grabado en Nueva York en 1966, sin conocer la relación musical entre «Carmen» y «Agustín», como no se puede hablar de Omega de Morente sin el encuentro entre ambos, precisamente en la casa de Carmen Amaya en Begur en el Festival Internacional de Jazz de 1989 y que se materializó en Nueva York-Granada (Sony, 1990).
Pastora Pavón
Por su lado, Pastora Pavón grabó bulerías, cuando era impensable que ese estilo flamenco —considerado hasta entonces de menor prestigio— sirviera como registro sonoro en una obra discográfica, recibiendo así una feroz crítica a su «osadía». Esa misma recaería después sobre Camarón, el Lebrijano o el propio Enrique Morente. Pero, en cualquier caso, fue por el hecho de hacer, no por ser. Pastora grabó cerca de 260 cantes en pizarra y lanzó 13 discos compactos. Dominaba todos los palos y se le atribuye la creación de la modalidad de la bambera, definida por el musicólogo Faustino Núñez como la adaptación al flamenco de una melodía de folclore andaluz. Sin embargo, lo que ha trascendido de ella fuera del universo flamenco ha llegado trasquilado.
Carmen Linares
Carmen Linares se profesionalizó como cantaora hace más de cincuenta años, contando siempre con el apoyo de su padre, Antonio Pacheco, y de su marido, el periodista e investigador de flamenco Miguel Espín. Entre sus distintos trabajos destaca Antología. La mujer en el cante (Universal, 1996). Lo que hoy nos parece habitual lo es desde hace poco. Carmen Linares aprovechó su destacada posición como cantaora para dar visibilidad y permanencia a sus antecesoras. Cantar por ellas y desde ellas. Sin Carmen Linares, el cante payo de mujer hubiese tenido mucha más dificultad para ser, como tampoco sería ese universo de vanguardia sin Rocío Márquez.
Roció Márquez
En 2014, la onubense lanza El niño, en el que figuran nombres como Raül Refree y Niño de Elche. En ese trabajo amplía el lenguaje flamenco y propone una renovación estética referencial para diversos artistas. Márquez continúa una década y varios discos después ampliando ese horizonte con El tercer cielo (Universal, 2022), esta vez acompañada por Bronquio. Empujando en cada trabajo el límite invisible de las posibilidades de renovación.
Blanca del Rey
Por su parte, Blanca del Rey, nacida en Córdoba a finales de los años 40, es la pionera en la observación del silencio como un elemento esencial en el flamenco. Tiene una especial capacidad para transitar por el lenguaje poético, desde el que ha construido coreografías vanguardistas que siguen vigentes e influyen sobre el trabajo de bailaores y bailaoras contemporáneos. Ejemplo claro de esta actualidad es la bailaora y coreógrafa Vanesa Aibar, que con su Reina del metal (Premio Max de la Danza, 2023), acompañada por Enric Monfort, defiende la estética contemporánea sobre lo originario.
Rosalía
Por último, los trabajos de investigación que existen sobre Rosalía en el ámbito de la flamencología se empeñan en señalarla como alumna de la escuela morentiana, pretendiendo siempre justificar su obra bajo el precedente de Enrique Morente. Lo sería si se hubiese quedado en el flamenco o en las polifonías corales tan características del granaíno. Ella va más allá desde que en 2018 lanzó El mal querer (Sony, 2018), en el que trasciende el mito y funda una nueva forma a la que quizá tardaremos mucho tiempo en poder dar un nombre. El riesgo de Rosalía va siempre más lejos, como el de Carmen Linares, Vanesa Aibar, Rocío Márquez o Blanca del Rey.
El flamenco es un arte vivo que necesita del riesgo para seguir avanzando. La experiencia personal de las creadoras y la especial exigencia que recae sobre ellas sirven para dotar de excelencia a sus propuestas. Invisibilizar e infravalorar no tienen nada que ver ni con ellas ni con el flamenco, sino que tiene que ver siempre con los creadores del relato. Nuestra responsabilidad está en cuestionarlo.
Fuente: https://ethic.es/2024/08/la-mujer-y-el-arte-flamenco/