En el sureste de Turquía, cerca del Éufrates y de la actual ciudad de Sanliurfa, pueblos nómadas levantaron y tallaron columnas con un enorme valor simbólico
Isabel Muñoz, Premio Nacional de Fotografía, ha viajado durante tres años a Turquía para documentar el yacimiento de Göbekli Tepe. Sus fotos se han podido ver en alguna exposición, y en otoño volverán a mostrarse al público: desde el 4 de octubre en el Museo Nacional de Antropología ISABEL MUÑOZ
J. F. Alonso / Sanliurfa (Turquía) / ABC
Un equipo de arqueólogos de la Universidad de Heidelberg en el que estaba Klaus Schmidt (1953-2014) llegó a esta zona del sur de Turquía, cerca de la frontera con Siria y del río Éufrates para explorar un asentamiento neolítico de diez mil años de antigüedad, el Nevali Cori, que iba a quedar inundado por la presa de Atatürk. Hallaron los restos de alguna vivienda, esculturas y evidencias de los primeros cultivos de trigo. Pero en 1992 el yacimiento desapareció con el agua… como los arqueólogos, que volvieron a casa, salvo Schmidt.
Otros arqueólogos, esta vez de la Universidad de Chicago, habían visitado Göbekli Tepe en 1963. Identificaron restos bizantinos e islámicos, pero tampoco encontraron razones para quedarse. En 1994, un vecino de un pueblo cercano le dijo a Schmidt que había visto piedras de sílex. Pero en aquel terreno de colinas suaves, propiedad de dos pastores kurdos, solo debía haber piedra caliza. ¿Y si esas piedras de sílex se habían utilizado hace miles de años, en el Neolítico, para dar forma a bloques de piedra? Klaus Schmidt decidió que merecía la pena investigar y se compró una casa en la cercana Sanliurfa.
Treinta años después, una mañana calurosa, cientos de turistas (el récord diario estaba en abril en 11.454 visitantes) observan uno de los yacimientos arqueológicos más importantes del mundo desde una pasarela construida para facilitar el paso y para alejar de las piedras a los visitantes. Los turistas agradecen la sombra de una cubierta parecida a la de un estadio de fútbol, y se concentran en lo que dicen los guías: ahí abajo está el primer templo de la historia, enormes piedras –algunas de más de cinco metros de altura– talladas y grabadas 9.500 años a.C., hace unos 11.500 años, la primera construcción con un carácter simbólico en un tiempo en que el ser humano aún era nómada. Un misterio datado 6.000 años antes que el enigmático círculo de Stonehenge, por ejemplo.Noticia Relacionada
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Lo que imaginamos desde esa pasarela, lo que cuentan los guías, lo que descubrió Klaus Schmidt, es la historia de un grupo de nómadas (aún nómadas) que se quedaron en esta zona bastante tiempo, quizá por el trigo silvestre que crecía en las laderas cercanas. Ahora, el paisaje parece más seco y nuestro guía dice entre risas que en verano el termómetro subirá por encima de los 50 grados, pero hace 11.000 años los cereales que crecían espontáneamente y el verdor de la cuenca del Éufrates fueron clave en el desarrollo de la humanidad. Y aquellos nómadas pudieron quedarse siglos para extraer bloques de roca de una cantera situada a 500 metros de distancia, para trasladarlos –pesaban toneladas– y cincelar figuras de animales. Se cree que hay unos 170 monolitos, aunque la excavación continuará muchos años.
En la visita de los turistas por la pasarela elevada se observan seis círculos (zonas), cada uno con sus piedras que miran al cielo. En uno de ellos se cuentan doce monolitos. ¿Por qué aquí?, se pregunta el guía, sin una respuesta clara. ¿Con qué objetivo? En la excavación no se han encontrado casas, lo que afianza la idea de un lugar de culto para cazadores-recolectores, quizá para hacer rituales funerarios. «Aquellas gentes se reunían allí a festejar, quizá a beber, con un propósito ritual o chamánico, y luego se iban», dijo Klaus Schmidt, fallecido en 2014, según se recoge en ‘Nómadas’ (Crítica), de Anthony Sattin.
Los arqueólogos creen que este lugar es esencial para entender un periodo de transición en el que el ser humano terminaba de ser nómada, que cazaba y recolectaba. El yacimiento nos ‘habla’ de las primeras formas de agricultura, de la dieta de sus pobladores y de la ‘tecnología’ que utilizaban, pero también tiene, por primera vez en la historia, un evidente valor simbólico. En Göbekli Tepe se construyeron edificios donde se reunía la gente, espacios que se cubrían con un techo sostenido por obeliscos en forma de T. Y las piedras eran símbolos que contaban historias conocidas por la comunidad. Un culebreo de emoción recorre la piel de los turistas, y alguno, de regreso al autobús, confiesa que ha estado a punto de llorar.
Un zoo en la piedra
En esos bloques de piedra en forma de T los pobladores de Göbekli Tepe tallaron mamuts, serpientes, flamencos, leopardos o pájaros dodo. En la zona D se aprecia la silueta de un zorro, y de un escorpión, de un buitre, el pico de un ave… «Me ha fascinado que todos esos animales eran tótems, protectores de la comunidad. Son animales fieros. Los animales que necesitaban para subsistir no están representados», afirma Isabel Muñoz (Barcelona, 1951), Premio Nacional de Fotografía, que lleva tres años viajando a este lugar para fotografiar su esencia; para, de alguna manera, ‘escuchar’ a las piedras.
La búsqueda de los orígenes es una constante en la vida de Isabel Muñoz, que volverá a mostrar su trabajo en Göbekli Tepe en una exposición en octubre en Madrid (desde el 4 de octubre en el Museo Nacional de Antropología). Hace unos cinco años le habló de este lugar Francois Cheval, que ha comisariado infinidad de exposiciones. «¿Sabes, Isabel, que han descubierto el primer templo de la humanidad?», le dijo. «Yo ya sabía que quería trabajar allí. Luego vino el proceso de tener los permisos oficiales para contar la historia de otra forma. Mira que he visto y he fotografiado la piedra y la piel otras veces, pero descubrí algo. Son piedras vivas. Y tenga en cuenta que en la zona hay muchos otros hallazgos arqueológicos, por ejemplo el cercano Karahan Tepe, que es tan fascinante como Göbekli Tepe. Hay para mucho tiempo de excavaciones. Me consideré privilegiada de estar allí. Entré con muchísimo respeto. Intenté hablar con ‘ellos’, se puede decir que intenté ‘hablar’ con las piedras para entender a los pobladores y lo que querían contar. Empecé a conocerlo y el proyecto fue creciendo. Surgió una complicidad con los arqueólogos, lo que ayudó mucho. Está siendo –quiere volver muchos años– un trabajo fascinante, enriquecedor».
El complejo megalítico de Göbekli Tepe fue enterrado y ocultado sobre el 8.000 a.C. sin que se sepa el motivo. Quizá, sencillamente, quienes lo crearon se fueron a otro lugar y, antes, protegieron / ocultaron su lugar sagrado. Hasta que a mediados del pasado siglo Klaus Schmidt creyó ver una señal en las piedras de sílex y en las pequeñas colinas que sobresalían en el horizonte.
Yacimiento gemelo
A unos 35 km de Göbekli Tepe, patrimonio de la humanidad desde 2018, está Karahan Tepe, otro yacimiento imprescindible para entender aquel tiempo. Las primeras estructuras fueron descubiertas en 1997, aunque las excavaciones no comenzaron hasta 2019. Desde entonces se han desenterrado cientos de objetos. Göbekli Tepe y Karahan Tepe pertenecen a la misma época, cuando en la actual provincia de Sanliurfa había varios asentamientos, templos y estructuras monumentales. Quién sabe si queda alguno aún por descubrir. Los ‘detectives’ de la Universidad de Estambul han concluido que en el proceso de abandono premeditado de Karahan Tepe las estatuas humanas fueron decapitadas, se les cortó la nariz y sus cabezas se colocaron al revés mirando hacia las paredes. Los turistas pueden ver la silueta de una gran sala central, de 23 m de diámetro, que seguramente estaba cubierta por un techo de madera, y piscinas donde recogían el agua de la lluvia.
En Karahan Tepe se han descubierto unos 250 obeliscos en forma de ‘T’, y, en efecto, hay una especie de sala de culto con once pilares y una misteriosa cabeza humana mutilada. Celal Uluda, director del Museo Arqueológico de Sanliurfa y antiguo jefe de excavación en Göbekli Tepe, ha dicho que si bien en Göbekli Tepe no se pudo obtener información definitiva sobre si vivía gente en los alrededores del yacimiento o no, en Karahan Tepe sí se encontraron herramientas cotidianas, vasijas de piedra, recipientes para moler y grandes platos, lo que probaría que había zonas residenciales justo al lado del espacio ritual.
El jabalí pintado
En el Museo Arqueológico de Sanliurfa –un edificio espectacular– se pueden ver esos objetos hallados en los yacimientos de la zona. Hay una estatua de jabalí de tamaño natural con restos de policromía, la primera de este tipo que se conoce, de Göbekli Tepe, y la de un buitre leonado de Karahan Tepe. Es un complemento imprescindible de esta ruta en busca de nuestros orígenes. En una de sus salas está el llamado Hombre de Urfa, conocido como el gigante de Balikligöl, considerada como la estatua de tamaño natural (1,80 m de altura) más antigua (9.000 a.C.) y mejor conservada. Fue hallada en 1993 al norte de Balikligol, en las excavaciones de las antiguas casas de Urfa, en el cercano yacimiento de Urfa Yeni-Yol. El museo tiene decenas de estatuas y objetos en los que detenerse y soñar con el pasado.
Pistas
- El sitio arqueológico de Göbekli Tepe está a 18 km al noreste del centro de la ciudad de Sanliurfa, a 1.300 km de Estambul.
- Turkish Airlines opera 84 vuelos semanales desde España a Estambul, y 25 desde Estambul a Sanliurfa.
- En Saliurfa se cuentan dos leyendas. La primera dice que Abraham nació aquí. La segunda asegura que cuando el rey Nimrod mandó quemar a Abraham, Dios convirtió el fuego en agua y los troncos de madera en carpas. Hoy las carpas son las reinas de un estanque que está junto a la mezquita de Sanliurfa.
- El Museo Arqueológico de Sanliurfa es una visita complementaria e imprescindible. Allí está la primera estatua pintada –un jabalí–, hallada en Göbleki Tepe y fechada entre el 8700 y el 8200 a.C.. También se puede ver la estatua de ‘El hombre de Urfa’, hallada en una excavación cercana a Urfa, del 9000 a. C.
- Al este de Sanliurfa (unos 200 km) está Mardin, uno de los pueblos más bonitos de Turquía, y más allá, Midyat, el comienzo de una ruta por los monasterios siriacos (cristianos ortodoxos) construidos en torno al siglo V, todavía habitados.
A Urfa, la antigua Edesa, la ciudad de referencia para este viaje, se le cambió el nombre en 1984 por el actual Sanliurfa. Una leyenda no muy creíble dice que en una cueva que puede visitarse –se entra agachado, casi de rodillas– nació Abraham. Al lado, en el patio de la mezquita de Halil-ur-Rahman, está el estanque de los peces sagrados, construido por la dinastía ayubí en 1211. Según otra leyenda, cuando el profeta estaba a punto de ser devorado por las llamas el fuego se convirtió en agua, y el resto de la hoguera en carpas que no se pueden pescar ni, por supuesto, comer. Más allá de las creencias, el anochecer junto al agua tiene algo de mágico y misterioso. Como en Göbekli Tepe. Como en Karahan Tepe.