Los Periodistas

Apasionado de la neurociencia, el Dr. Brewer, psiquiatra, ayuda a sus pacientes a hacer cambios profundos y permanentes en sus vidas. Trata todo tipo de adicciones y en su libro ‘Comer sin hambre’ aborda cómo mejorar la relación con la alimentación

El Dr. Judson Brewer, durante una conferencia reciente sobre ansiedad. PAIDÓS

Raquel Alcolea / ABC

Partimos de la base de que nuestro principal impulso a la hora de comer deriva del hambre. Una sensación física y real que, desde el punto de vista científico se denomina «hambre homeostática» y se manifiesta cuando se siente el estómago vacío, se experimenta falta de energíairritabilidaddificultades de concentración y, en algunos casos, mareos. Sin embargo, tal como revela el Dr. Judson Brewer (@dr.jud en instagram), psiquiatra experto en ansiedad y en adicciones, existen otros impulsos del hambre secundarios que han sido aprendidos y que reflejan que también comemos (aunque no tengamos hambre real) cuando sucumbimos a nuestras emociones.

En su libro ‘Comer sin hambre’ (Paidós) el autor, que ha desarrollado programas específicos para dejar de fumar y para mejorar la relación con la alimentación, aporta una guía práctica para entender por qué sentimos ansiedad con la comida.

Durante su programa de 21 días (atención a la emblemática cifra, ya que durante la entrevista revela por qué es especialmente significativa) el Dr. Brewer recurre a la curiosidad y a la autoconciencia para reparar la relación con la comida, reiniciar los detonantes alimentarios, crear nuevos hábitos y resolver cuestiones relacionadas con la autoestima, la ansiedad, la culpa, la vergüenza o el estrés. Pero además propone dejar de juzgarse y adoptar una actitud más amable con uno mismo.

Comer sin hambre (Ed. Paidós)
  • Dr. Judson Brewer

Comer sin hambre (Ed. Paidós)

Por qué sentimos ansiedad por la comida y cómo dejar de hacerlo

En su obra explica que muchos de sus pacientes se sienten culpables por su mala relación con la comida. Sin embargo insiste en la culpa no es de ellos sino de sus hábitos, ¿Cómo explica este matiz?

La explicación a esto reside en que contamos con muchos mecanismos de supervivencia bien diseñados que nos ayudan a recordar, por ejemplo, dónde está la comida o dónde está el peligro y que de alguna manera nos ayudan a sobrevivir. El problema es que estos mecanismos han sido secuestrados, por así decir, por el marketing y por la tecnología modernos. Y eso ha hecho que hayamos aprendido a comer cuando estamos frustrados, ansiosos, emocionados, cansados, estresados, o cuando nos sentimos solos… es decir, hemos aprendido a comer todo el tiempo en base a nuestras emociones. Y a esto hay que sumar además que la industria alimentaria diseña los alimentos para que nos enganchen, nos metamos en ese proceso y perdamos el control a la hora de comer.

El resultado es, por tanto, una mezcla entre el acceso fácil a esa comida creada para enganchar y esa relación con la comida que nos ha hecho aprender a comer, no por hambre, sino según nuestro estado de ánimo o nuestras emociones.

Pero además muchos de estos alimentos diseñados para que comamos a todas horas pueden llevarnos no sólo a tener una relación insana con la comida (comer sin hambre) sino también a poner en riesgo la salud a través del sobrepeso.

Lo que hace la industria alimentaria es desplazar la culpa al individuo en lugar de responsabilizarse de intentar que consumamos más y más.NOTICIAS RELACIONADAS

¿Es posible escapar de la influencia de la industria alimentaria trabajando con hábitos saludables?

Claro que es posible. Puede usarse el mismo mecanismo del que somos presos y aprovecharlo en su contra.

El uso de conceptos como prisión, presos o secuestro es frecuente en su libro. Incluso asegura que con su obra intenta sacar a las personas de la prisión alimentaria en la que están para que vuelvan a sentir que controlan su alimentación… ¿Qué señales indican que estamos en esa prisión?

La sociedad nos dice que tenemos que seguir una serie de normas para estar sanos. «Come esto y no aquello», «come esta cantidad de esto y no de esto otro», «come así», «no te pases comiendo», etcétera. Siempre que hay una guía o una norma que parece sencilla y que se nos dice que sigamos se genera una especie de «ley de comida». ¿Y qué pasa cuando infringes la ley? Que vas a la cárcel, ¿verdad? La cuestión es que el sistema está diseñado de forma que nosotros mismos generamos nuestras propias reglas alimentarias en base a lo que leemos en los libros, lo que vemos en las redes sociales o en la televisión o lo que nos dicen los influencers… Porque todo el mundo nos dice lo que deberíamos hacer. Y la consecuencia de esto es que nos deja expuestos al fracaso y a culpabilizarnos, a encerrarnos en esa prisión y a castigarnos por no seguir las normas.

¿Es posible hablar de adicción a la comida igual que hablamos de adicción al tabaco o las drogas?

Esto es un tema controvertido en el mundo científico y en el mundo sanitario. Pero lo que sí que puedo decir es que desde un punto de vista pragmático, cuando estaba haciendo la residencia médica, aprendí una definición sencilla de adicción que todavía se sigue usando en el ámbito científico: «Adicción es el uso continuo de algo a pesar de sus consecuencias adversas«. Esa definición me gusta porque es sencilla y es práctica; y porque no es algo que se pueda aplicar solo a la cocaína, al tabaco o alcohol, también se puede aplicar a las redes sociales, al juego y a determinadas conductas.

Y eso implica que se pueda aplicar, por tanto, al acto de comer porque si alguien está comiendo sin hambre y desarrolla problemas como apnea del sueño, sobrepeso, riesgo de obstrucción de las arterias éstas son consecuencias adversas muy claras que proceden precisamente del consumo excesivo de calorías.

Por tanto, el mundo académico puede debatir todo lo que quiera pero como médico en activo intento siempre encontrar cosas sencillas que ayuden a mis pacientes. Y si alguien viene a mi consulta y me dice que cree que es adicto al azúcar no tengo por qué meterme en un debate filosófico sobre si existe o no la adicción al azúcar. Lo que intentaré será ayudarle a resolver el problema.

Imagen - «Si usamos la comida para calmarnos, lo que estamos haciendo es desarrollar un hábito que no es sano»

«Si usamos la comida para calmarnos, lo que estamos haciendo es desarrollar un hábito que no es sano»

Dr. Judson Brewer

Psiquiatra

En el caso de la comida la peculiaridad, con respecto a otras adicciones, es que es algo que consumimos por necesidad todos los días… Y eso no es consustancial al tabaco, el alcohol o las drogas… 

Es un matiz importante, sí. Por eso es tan interesante y tan desafiante el tema de la comida, porque tenemos que comer para sobrevivir. Pero, aún así, sigue los mismos mecanismos pues aprendemos a comer al igual que se aprenden otros comportamientos adictivos.

Escribí ‘Comer sin hambre’ basándome o inspirándome en una persona que formaba parte de nuestro programa de ayuda «Eat right now» y que me contó que la ansiedad era para ella un detonante para comer y que necesitaba que me centrase en la relación entre la ansiedad y la comida. Y lo cierto es que hay una relación muy estrecha entre la comida y el estado de ánimo. La buena noticia es que podemos usar las mismas prácticas para deshacer la ansiedad y para cambiar los hábitos alimentarios.

Usted asegura que no sólo comemos en respuesta a las emociones, si que nuestras conductas alimentarias también crean emociones concretas. ¿Existe algún alimento asociado a emociones concretas? ¿Algo así como un helado cuando uno está triste o patatas fritas si uno está cansado?

Sí, de hecho existe un concepto denominado «comida de confort» que se caracteriza por incluir productos altos en hidratos de carbono, muy procesados fácilmente fragmentables en azúcares.

Otra combinación que suele resultar atractiva en este sentido es la del azúcar, la grasa y la sal. Es como una especie de fórmula que contienen algunos alimentos con la cantidad adecuada de grasa, azúcar y sal que dispara nuestros mecanismos de dopamina y hace que sea más fácil engancharse a ellos, ya sean patatas fritas, helado, pasta o lo que sea.

Lo habitual es consumirlos para calmar nuestro estado de ánimo. Pero lo curioso es que al mismo tiempo, por sus características, nos pueden poner de mal humor, pero eso no lo asociamos con eso porque solemos utilizarlos para calmarnos.

Y también se usan esos alimentos, como premio…

Sí, efectivamente, nos premiamos dándonos esos caprichos o nos compensamos con ellos si hemos pasado un mal día. Pero eso no es cuidar de uno mismo. Si usamos la comida para calmarnos, lo que estamos haciendo es desarrollar un hábito que no es sano. Ese hábito no nos va a enseñar nada, no nos ayuda a gestionar las emociones, ni a saber aceptar las críticas, por ejemplo. Un helado no nos enseña nada en lo que a las emociones se refiere.

De hecho, a menudo se usan los dulces para premiar a los niños, ¿Son más difíciles de romper los hábitos relacionados con la comida que se aprenden en la infancia?

La respuesta corta es sí. Pero espero que los padres no se machaquen leyendo el libro, pues probablemente ellos aprendieron esos hábitos de sus padres y sus padres de los suyos o incluso de la sociedad en su conjunto. Pero sí que puede ayudar a darnos cuenta de que existen mecanismos que refuerzan nuestros hábitos alimentarios, no solo a nivel individual, sino también a nivel familiar o incluso social.

Tal vez sea mejor recompensar a nuestros hijos con atención, abrazos y cariño en vez de quedarnos mirando el teléfono y darles una chocolatina.

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Cita a menudo la palabra «antojo» pero asegura que no viene del estómago, sino de la emoción. ¿Eso quiere decir que las personas con problemas con la comida viven desconectadas del cuerpo?

A menudo sí, es algo frecuente. Hay gente que siente ese impulso de comer sin tener hambre, aunque también hay personas que sí que estén conectadas con su cuerpo y sientan que ese impulso venga de un hambre real. Pero yo diría que es más frecuente encontrarse con gente que no está conectada con su cuerpo y que vive ese impulso de comer como una especie de picor que tiene que calmar rápido y como sea, que como una necesidad fisiológica.

El programa que ha creado con su equipo para ayudar a las personas con problemas con la comida se plantea con una duración de 21 días, ¿por qué?

Hay un elemento pragmático y luego uno un poco tramposo o bromista. ¿Por cuál empezamos?

Por el bromista…

Bien, esto viene de que existe un mito bastante popular que dice que se necesitan 21 días para desarrollar un hábito. Y aunque eso no tiene ninguna base científica, sí que quise aprovechar ese planteamiento para desarrollar este formato, porque suele resultar algo atractivo y porque también me sirve para recordar que no hay que fiarse de todo lo que aparezca en Chat GPT, las redes sociales o internet.

Y en cuanto al elemento pragmático, en realidad si uno se fija en todas las prácticas que hemos desarrollado para este programa lo cierto es que era útil separarlas en el tiempo para que fuese posible practicarlas y sacarles beneficio. Y así fue como estructuramos los materiales que teníamos disponibles en esos 21 días para que la gente pudiese empezar a trabajar con ello de una forma ordenada.

«Nuestro cuerpo es más sabio y fuerte que nuestro cerebro pensante pero en la actualidad le hemos dado la vuelta y nos hemos centrado más en pensar y hemos dejado de escuchar al cuerpo» Dr. Judson Brewer

¿Qué dificultades suelen tener las personas que inician este tipo de programas de ayuda para mejorar su relación con la comida?

Uno de los mayores obstáculos que veo y que además es bastante común es que la gente tiene mucho hábito de machacarse. Son su peor enemigo y dedican mucha energía a juzgarse, ya sea para decir lo que hacen bien o para insistir en lo que hacen mal… Pero cuando sienten que ha habido un revés o que algo no ha ido del todo bien ya piensan que son incapaces de hacerlo.

Otra cosa bastante común es que la gente está muy acostumbrada a crear reglas. Y eso hace que les resulte incómodo y extraño soltar esas reglas, dejarlas ir y soltar o simplemente escuchar a su cuerpo. Y como la gente está tan acostumbrada a escuchar poco a su cuerpo y mirar más hacia afuera, eso supone un desafío. Hay que aprender a confiar en el cuerpo tan sabio que tenemos.

Hace referencia a la práctica del mindfulness para cambiar hábitos alimentarios…

Muchos estudios se centran en la mente, pero en la biblia budista hay cuatro cimientos del mindfulness y uno es el del cuerpo. Es el primero, de hecho, y esto no es casual.

Nuestro cuerpo es más sabio y fuerte que nuestro cerebro pensante pero en la actualidad le hemos dado la vuelta y nos hemos centrado más en pensar y hemos dejado de escuchar al cuerpo. Pero el cuerpo es realmente el que manda. El mindfulness que propongo se centra en aprender a escuchar la sabiduría del cuerpo.

Cabe hacer, por último, una aclaración, pues en su obra explica que las consignas que plantea no son aptas para aquellas personas con trastornos de la conducta alimentaria como anorexia o bulimia…

Sí, pues aunque es cierto que en alguna ocasión he ayudado a algunas personas con anorexia, este libro está enfocado en ayudar a entender la relación con la comida y a no pasarse de la raya comiendo por lo que tal vez en una persona con anorexia pueda provocar un efecto perjudicial. Por tanto, me parecía importante aclararlo ya que la anorexia requiere una atención específica. Es el más letal de todos los trastornos psiquiátricos: no solo hace daño al cerebro sino que mata a la gente.

Fuente: https://www.abc.es/bienestar/psicologia-sexo/psicologia/judson-brewer-experto-ansiedad-aprendido-comer-hambre-20240613101650-nt.html

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