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Cómo el tecnocapitalismo nos devuelve a la Edad Media: «Los oligarcas digitales son los nuevos señores feudales y nosotros, los sirvientes» | Papel

Musk, Bezos y Zuckerberg conforman la élite que rige las voluntades de miles de millones de personas en todo el mundo. Sus empresas han desplazado al Estado-nación y a los espacios de decisión de la democracia: «Hay autores que en lugar de globalización ya hablan de ‘glebalización'»

EVA CERDÁ SANCHO (ILUSTRACIÓN)

ISRAEL ZABALLA / PAPEL

Imagínese subido a una máquina del tiempo a lo H.G. Wells, con ganas de retroceder a la Edad Media para darse un garbeo por la sociedad feudal. Nada más pulsar el botón para activar el fabuloso artilugio, cientos de lucecitas parpadeando le indican que ya está en marcha. No tarda en llegar a su destino pero, para su sorpresa, en lugar de viajar al pasado usted se ha visto transportado… a 2023. Al mismísimo presente.

¿Un fallo mecánico? ¿Un controlador mal calibrado? ¿Un agujero de gusano desviado? Nada de eso. Una creciente ola de pensadores, provenientes tanto del liberalismo como de la izquierda tradicional, sugieren que la avería se encuentra más bien en nuestras sociedades democráticas, debilitadas ante los agigantados tecnotiranos de Silicon Valley y amenazadas por una inteligencia artificial cuyo desarrollo podría seguir socavando al Estado-nación tal y como lo conocemos.

A lo que surge de ese colapso ya le ponen nombre: neofeudalismo. Por eso, su imaginaria máquina ha decidido ahorrarle el viaje temporal. Si quiere una dosis de Edad Media, la tiene delante de sus narices.

Ahí tenemos, por ejemplo, al caballero andante Elon Musk: no lleva armadura, escudo o espada, ni vive en un castillo medieval, pero su influencia se hace notar en la escena internacional como si de un jefe de Estado se tratara. No comanda un ejército de alabarderos, y tampoco los necesita: él maneja satélites, naves espaciales, coches eléctricos, redes sociales y ahora a Grok, un chatbot de lo más sarcástico al que le pega ser el bufón de esta historia.

El celebérrimo dueño de Tesla es el prototipo de tecnoseñor feudal para quienes visualizan una involución de tintes medievalistas. Y junto a él, sientan en el trono a Bezos, Zuckerbergy otros emperadores de la era digital. Todos forman la oligarquía tecnológica que ya rige las voluntades de miles de millones de usuarios en internet, hasta el punto de que influyen en decisiones que antes sólo concernían a gobernantes elegidos en las urnas.

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«Las plataformas digitales son los nuevos molinos, los billonarios los señores feudales y sus miles de trabajadores y millones de usuarios los nuevos campesinos», escribió a politóloga estadounidense Jodi Dean su artículo Neofeudalismo: ¿el fin del capitalismo?, publicado en Los Ángeles Review of Books y replicado en múltiples medios. Tres años después, esta profesora de Ciencias Políticas de la universidad Hobart and William Smith Colleges de Nueva York sostiene por mail la vigencia de su afirmación.

-¿En qué aprecia usted esta involución?

Las más grandes compañías tecnológicas son más poderosas que la mayoría de los países del mundo. Pueden forzar a los Estados a darles enormes exenciones fiscales; pueden violar leyes estatales sin inmutarse por las multas; consiguen ir a tribunales de arbitraje donde evitan las leyes estatales… Asistimos, en definitiva, a la fragmentación de los Estados y la expansión del derecho y acuerdos privados, que es lo que caracterizó a la era feudal.

Silicon Valley es como el feudalismo con mejor marketingJoel Kotkin, demógrafo y autor de ‘La llegada del neofeudalismo: una advertencia a la clase media global’

En este contexto, a Dean le parece pertinente el uso del término neofeudalismo: «Es un nombre para describir en qué se está convirtiendo el capitalismo. Estaríamos ante un sistema que no persigue la competencia o la mejora de la eficiencia, sino que plantea otra dinámica: saquear, acaparar y destruir. El neofeudalismo se caracteriza por la parcelación de la soberanía y la ansiedad catastrófica, con una sociedad en la que los oligarcas tecnológicos son los nuevos señores y el resto de nosotros, sus sirvientes».

Muchos de estos magnates cultivan una imagen bien distinta: acuden en coches eléctricos a fiestas filantrópicas y asumen como propios los mensajes de la cultura woke. Pero, para Dean, esta apariencia no cuela: «Todo el mundo sabe que estos tipos tienen aviones privados y ridículos megayates. La gente se burla de Musk o Bezos por sus grandes cohetes fálicos y los cientos de millones de dólares que se gastan en turismo espacial».

En España, el filósofo madrileño Jorge Freire también aprecia en la actualidad síntomas compatibles con la época de El Cid o Carlomagno: «Creo que la posibilidad de un retorno a la Edad Media, aunque yo diría más bien al Antiguo Régimen, es posible. Hay autores que en lugar de globalización ya hablan de glebalización, porque dicen que la aldea global nos convierte poco menos que en siervos de la gleba. Esto puede parecer exagerado, pero tengamos en cuenta que hay una amenaza filosófica propia de los tiempos que se nos echan encima».

-¿A qué se refiere?

-El término Antiguo Régimen llega con la Ilustración, cuya idea básica es que el saber nos hace libres. Ahora sucede todo lo contrario: el conocimiento es tan sumamente exhaustivo, especializado y compartimentado que ha convertido algunos asuntos en regalía exclusiva de los técnicos. Y eso resulta peligrosísimo, porque la ciudadanía se ve forzada a dejar en manos de un sanedrín de expertos cuestiones muy candentes: algo antidemocrático.

Nunca un poder totalitario tuvo tanta información sobre los ciudadanos como el de las grandes tecnológicas

Jorge Freire, filósofo y autor de ‘La banalidad del bien’

Los paralelismos con el Antiguo Régimen no terminan ahí para este filósofo. Otro parecido razonable sería la existencia de un «culto religioso marcadísimo», en opinión de Freire, sólo que con ídolos muy distintos a los que veneraban nuestros antepasados: «Se está dando un poder salvífico a la tecnología que se acerca a una religión, atribuyéndole una serie de cualidades redentoristas que son desaforadas. Y la tecnología nos facilita mucho la vida, pero no es el Mesías».

-O sea, que como rasgos definitorios de ese supuesto neofeudalismo tendríamos a una oligarquía digital en el papel de señores; una fascinación cuasi religiosa con la tecnología; élites intelectuales que actuarían como sumos sacerdotes…

-Y luego tenemos la sopa boba, que es la renta básica universal. ¿Qué es eso? La idea de que a este populacho hay que darle lo mínimo para que asegure sus necesidades fisiológicas y se limite a sobrevivir… mientras ellos viven otra cosa.

Ese ellos son las grandes fortunas digitales. Y ese vivir otra cosa serían los banquetes de sushi en mansiones bunkerizadas y los duelos de cohetes espaciales, quizá una reminiscencia de las justas medievales. Sin embargo, el problema no es tanto el dinero que amasan como los datos que acumulan. «Evito ser catastrofista, pero el pesimismo sí está justificado», sostiene Freire. «No quiero parecer un Jeremías y ponerme en lo peor, pero reconozco que nunca un poder totalitario tuvo tanta información sobre los ciudadanos como el de las grandes tecnológicas«.

Según el autor de La banalidad del bien (Páginas de espuma), lo peor es que esta valiosa radiografía de nuestras vidas se la estaríamos entregando con la docilidad de un cordero: «Es como si nos unciéramos voluntariamente a ese yugo. Vamos con un telefonito que tiene GPS, anemómetro, que casi sabe si llevas puestos unos gayumbos u otros. Estamos más vigilados que nunca. Y creo conveniente recordar que una conducta vigilada es una conducta susceptible de ser modificada. El nuevo Leviatán ya no serían los Estados, sino los grandes monopolios. Y ante ellos estamos indefensos».

Muy próximo a esta tesis se encuentra Joel Kotkin, a quien The New York Times definió en su día como el superdemógrafo de Estados Unidos. Su último libro se titula, precisamente, La llegada del neofeudalismo: una advertencia a la clase media global (sin traducción al castellano). Por correo electrónico, no disimula su preocupación ante el increíble poder que han logrado concentrar las big techs.

«Son un claro peligro para la democracia y el pluralismo», arranca. «Su capacidad para manipular los medios es escalofriante, pueden crear simulaciones de una realidad que falsean. Y estamos sólo al principio, esta gente carece de la educación o valores clásicos. Sólo ven soluciones tecnológicas a todos los problemas y estos enfoques históricamente no han sido precisamente agradables».

-¿Ve a Musk, Bezos o Zuckerberg como los señores feudales de nuestro tiempo?

-Fui el primero en apuntar hacia ese paralelismo. Me recuerda a cuando el Imperio Romano colapsó, aquellos que tenían las armas más poderosas tomaron el control.

Ahora la situación se estaría repitiendo con los magnates tecnológicos, tal y como sugiere Kotkin: «En muchos casos han establecido monopolios o están cerca de lograrlo. Y se las han apañado para mantener al gobierno alejado de sus espaldas mientras lo hacían. Sus aliados han sido el ala corporativa de los demócratas y los dogmáticos del mercado de la derecha tradicional: una combinación muy potente».

Para el estadounidense está claro quiénes son los ganadores… y los perdedores: «La economía digital, tristemente, ha hecho daño a la clase trabajadora y a la clase media, y la inteligencia artificial la impactará aún más». Y en la misma línea que Freire, añade: «Por eso, algunos oligarcas tecnológicos promueven un ingreso universal básico para evitar que los inútiles parásitos se amotinen«.

No hemos votado a los CEO de las empresas tecnológicas y son los que están escribiendo las reglas que rigen nuestras vidas

Carissa Véliz, profesora en el Instituto de Ética en la IA de la Universidad de Oxford y autora de ‘Privacidad es poder’

En su nuevo ensayo, el estadounidense toma prestada una cita para describir Silicon Valley: «Feudalismo con mejor marketing«. Allí, los nuevos dueños del cotarro han sustituido las cotas de malla por camisetas desgastadas, y los estrambóticos sombreros con tocado por sencillas gorras de béisbol. «Esta forma de presentarse forma parte de la cultura nerd, especialmente en California», explica Kotkin. «Pero recuerda que a, menudo, Mao, Stalin o Hitler trataron de vestir modestamente».

Carissa Véliz, profesora en el Instituto de Ética en la IA de la Universidad de Oxford, tiene su propia teoría para explicar la informal indumentaria de los amos de Google, Meta o Amazon: «Muchos tecnobillonarios se aprovecharon del rechazo social hacia los banqueros responsables de la crisis del 2008. Los hombres que vestían trajes de ejecutivo dejaron de ser nuestros héroes y fueron sustituidos por otros que se distinguían por sus sudaderas, sus vaqueros y su supuesto idealismo. Pero al final, no resultaron ser tan diferentes. Una vez más demostraron tener pocos escrúpulos en su afán por romper las reglas para hacer otras que les convinieran más».

A la autora de Privacidad es poder (Debate), sin embargo, le preocupa menos la vestimenta de las grandes élites digitales que su creciente empoderamiento. «Los ciudadanos no hemos votado a los CEO de las grandes compañías tecnológicas y son los que están escribiendo las reglas que rigen nuestras vidas sin estar sujetos a controles democráticos», argumenta por mail. «Comercian con datos y código, invistiéndose de un gran poder autoritario. Es muy peligroso para las democracias que estemos construyendo estructuras de vigilancia masiva».

Esta perspectiva también es muy sugerente para Álvaro Santana-Acuña, profesor en la Universidad de Harvard y de Sociología del Big Data en la Universidad de Whitman, tal y como expresa por videoconferencia desde Estados Unidos: «Entramos en un momento muy interesante en el que el Estado-nación ha ido perdiendo el control sobre lo que sabe de sus ciudadanos. Por primera vez en la Historia, empresas privadas como Meta -con Facebook, Instagram y WhatsApp- saben más sobre quiénes son tus amigos, sobre tus gustos, o incluso sobre si tu pareja te es infiel que el propio Estado».

Y comparte una anécdota para ilustrar la inquietud que este hecho genera ya a sus estudiantes: «El primer día de clase, un alto porcentaje de ellos borra una o varias aplicaciones como TikTok o Instagram. La privacidad va a ser una de las grandes luchas sociales del siglo XXI«.

Sin embargo, a Santana-Acuña la palabra neofeudalismo no le parece especialmente atinada: «Me encanta la metáfora, pero cada parecido lleva aparejada una diferencia sustancial. Y a día de hoy, ninguno de estos millonarios tecnológicos puede decir: ‘Yo soy dueño de un territorio nacional’. Así que hasta que Elon Musk o Zuckerberg no puedan incitarnos a mudarnos a territorios controlados por ellos, yo no vería un final para el Estado-nación. Lo que sí es cierto es que ya podemos pensar cada vez más en territorios virtuales, y ahí sí puede haber un cambio de paradigma a futuro».

A este académico español afincado en Estados Unidos, más que a señores feudales la figura de los tecnobillonarios le recuerda a los barones-ladrones de finales del siglo XIX como Rockefeller o Carnagie. «Lo de Elon Musk es realmente apabullante», dice. «Con Neuralink tiene capacidad para entrar en el cerebro humano. Con X controla lo que la gente comunica. Con Tesla, cómo nos movemos por tierra. Con su empresa de paneles solares, la producción de energía. Y con Space X, el espacio exterior. Lo único que le falta ya es meterse en el tema de la comida porque, y lo pongo entre comillas, ya tiene incluso a la NASA como uno de sus siervos. Está claro que controla muchísimas cosas».

Mustafa Suleyman, fundador de empresas de inteligencia artificial tan influyentes como DeepMind, se ha sumado últimamente a quienes contemplan la posibilidad de una inminente involución en su ensayo superventas La nueva ola (Debate). El británico no sólo contempla la amenaza de los «imperios» tecnológicos corporativos. Teme también que el paulatino abaratamiento de la IA fragmente el poder de los estados en pedacitos que serían recogidos por colectivos de todo tipo. «Surge una entidad más parecida al mundo preestatal, neomedieval, más pequeña, más local y constitucionalmente diversa«, afirma en el libro que medio mundo está leyendo mientras el otro medio devora la biografía de Musk.

¿Nos dirigimos hacia esta distopía llena de emperadores digitales y reyezuelos con cetros tecnológicos? ¿Conseguirán los Elon Musk o Jeff Bezos del futuro apoderarse de territorios geográficos sobre los que imponer gobiernos corporativos? ¿Estarán esos dominios en la Tierra, en Marte o en el metaverso?

Los impacientes pueden subirse otra vez a la máquina del tiempo que utilizamos al principio para comprobarlo. En el futuro están todas las respuestas: solo que algunas, ya lo hemos visto, te llevan de vuelta a un pasado de lo más inquietante.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2023/11/24/65574d9521efa0ba1f8b4574.html

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