En «La figura del mundo», evoca a su padre, el intelectual Luis Villoro, y le coloca en diálogo con su época histórica
CONCHA GARCÍA / LA RAZÓN
Dice Juan Villoro que no hay que hacer caso a Freud en una cosa: al padre no hay que matarlo, sino más bien absorberlo. De esta forma, se aprende de su figura, de su contexto histórico social, de sus avances, incluso de sus errores, y también se consigue el objetivo freudiano de hallar un camino propio. El escritor y periodista mexicano, gran voz de la literatura latinoamericana contemporánea, ha rescatado, reflexionado, saboreado y reinterpretado a su padre en «La figura del mundo» (Random House). Evoca, por tanto, al pensador Luis Villoro, a través de vínculos paterno-filiales y de una interesante época.
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¿La figura de su mundo se articula alrededor de la de su padre?
El libro tiene que ver con él, pero también con una época. Mi padre, al escribir de Sor Juana Inés de la Cruz, hizo un texto que se titula «La figura del mundo», donde trató de descifrar su época, como hizo Sor Juana, a partir de datos que explicaban el mundo disperso, caótico, y la realidad de la Nueva España. Para él, la figura del mundo era el orden secreto de las cosas. Yo trato de descifrar su figura y la época
¿Qué debemos aprender de esos años?
Aprender de las muchas derrotas. Fue una época en la que mi padre participó con gran ilusión en los movimientos sociales de izquierda en América Latina. Estuvo cerca de la revolución cubana, participó en la fundación de partidos políticos de izquierda en México –en una época donde un solo partido ganaba todas las elecciones–, participó en el movimiento estudiantil del 68… Acabó sus años en el movimiento zapatista de Chiapas. Fueron muchos momentos de lucha por transformar la realidad, en ocasiones sin lograrlo, pero que poco a poco se van asimilando como una necesidad para el futuro.
¿La fortaleza de una idea reside en avanzar pese a la represión?
1968 fue el año de grandes reformas estudiantiles en el mundo. Hubo focos en Berlín, París, Berkley y México, pero de todos ellos el que tuvo la represión más fuerte fue el último. Ese movimiento, que fracasó en su intento de democratizar México, sí dejó una semilla de cambio, y el Gobierno, que era muy autoritario, no pudo seguir ejerciendo de la misma manera. Los movimientos que no triunfan dejan una huella cultural que hace que la siguiente generación pueda hacer cambios.
¿Reivindica con el libro una necesidad de cambio?
Vivimos en un mundo imperfecto, amenazado por el ecocidio, la violencia, los populismos, la Inteligencia Artificial… Es uno de los peores momentos de la humanidad, y no podemos resistirnos a cambiar el mundo, aunque las posibilidades parezcan exiguas.
¿No hemos avanzado?
Depende. Las muchas dictaduras de América Latina, afortunadamente, remitieron. La democracia ha avanzado, pero es muy fallida. Acaba de haber elecciones en España, y habrá más pronto. Es una democracia representativa, donde se distribuyen los comicios según pactos políticos previos, y los políticos representan una ilusión, cuando difícilmente son garantes de ella. La dinámica normal de la política consiste en decepcionar. La democracia está en crisis, y mi padre buscó nuevas formas en los pueblos originarios de México, porque las estructuras comunitarias de los zapatistas son muy ricas. Dicen que hay que mandar obedeciendo, uniendo política con la ética, cosa que rara vez pasa.
¿La política se relaciona cada vez más con el espectáculo?
Estamos también en un mundo muy influido por las redes sociales, donde o das un «like» o condenas. En medio, parece que no hay nada. Hay una gran facilidad de propagar mentiras. En 2016, cuando Donald Trump ganó las elecciones, el diccionario Oxford eligió «posverdad» como palabra del año. Después, el «Washington Post» y el «New York Times» contaron las mentiras que decía Trump como presidente, y vieron que en su primer año dijo más de 2.000 mentiras evidentes. Se gobierna mintiendo, lo que hace que el periodismo sea cada vez más importante, aunque también cada vez menos escuchado.
¿Es importante actualmente la parte intelectual en esa búsqueda de la verdad?
Las ideas no tienen sentido si no buscan afectar a la sociedad, transformarla. Hace falta una intervención directa de la gente que tiene conocimientos. Por ejemplo, Geoffrey Hinton, padre de la Inteligencia Artificial, ha renunciado a sus 75 años a Google, porque considera que ha desatado un monstruo incontrolable. Si él, desde el principio, hubiera tenido contacto con la sociedad, un diálogo, quizá habría sido posible crear unas redes sociales que protegieran a las personas de los abusos de la Inteligencia Artificial.
¿Debemos retomar ese contacto para que la tecnología no llegue a hacerse con todo?
Es lo que quería descubrir en este libro sobre mi padre, porque fue una persona retraída, silenciosa, no era un hombre de afectos. He tratado de entender cómo esa figura se fue resquebrajando y abriendo a los demás, para que las ideas fueran más útiles.