Los Periodistas

En su Tinta | Gorrones del siglo VIII a.C | Comer

La ‘Odisea’ es el primer gran bofetón literario contra los caraduras

‘Los pretendientes de Penélope’, de J.W. Waterhouse (1849-1917) 
 DP

DOMINGO MARCHENA / Barcelona / COMER

La literatura, ¡qué poder! Palabras de hijos de civilizaciones ya extinguidas, pronunciadas hace milenios, nos siguen conmoviendo hoy. La astucia y la estulticia, la generosidad y la avaricia, la valentía y la cobardía, el amor y el desamor, la paciencia y la impaciencia… Nada humano es ajeno a la Odisea de Homero, que no pierde actualidad, aunque fue un relato coral posiblemente fijado por escrito hacia el siglo VIII a.C.

¿Acaso creéis que son un mal moderno los gorrones que se escaquean cuando toca pagar en las comidas entre amigos o que se presentan a la hora del rancho y sin haber sido invitados? Comer de gañote (por la cara o gratis et amore) ya era una pesadilla en la antigüedad clásica. Así lo demuestran los 24 cantos o rapsodias de la Odisea, que prosiguen el festín de la Ilíada, otra joya que también aceptaría una crítica gastronómica.

Pero, por lo que a comida y jetas se refiere, la Odisea gana por goleada. El buen (y el mal) yantar la presiden de principio a fin. Todo comienza tras la destrucción de “la ciudadela sagrada de Troya” (o Ilión, de ahí el nombre de la Ilíada). Gracias al autor o autores (ni siquiera estamos seguros de la existencia de Homero), ya sabemos en los primeros versos que Odiseo (Ulises, para los romanos) está solo, varado en la isla de una ninfa.

Todos sus compañeros han muerto. La gula los mató. La gula y la ira divina, claro está. La tripulación hizo caso omiso a su jefe y se zampó parte del ganado de Helio Hiperiónida durante su estancia en Trinacia, quizá la actual Sicilia, donde pastaban los bueyes del Sol. Ya les habían advertido: las reses, ni mirarlas. Pero la fatalidad y la falta de vientos favorables los ancló en tierra todo un mes. Y, ya se sabe, el estómago es débil.

Fresco del palacio Poggi, en Bolonia, sobre el robo del ganado de Helios  DP

Odiseo, que era un ingenuo, se retiró para implorar a los dioses que les permitieran regresar a su patria, Ítaca, después de haber sobrevivido a la guerra y a mil peligros. Los suyos aprovecharon su ausencia y se dieron un banquete. Para apaciguar sus remordimientos, dijeron que habían sacrificado los animales a los Inmortales del Olimpo, pero en realidad lo más importante que quisieron apaciguar fue su hambre. Y lo pagaron muy caro.

Cuando la calma chicha desapareció y por fin pudieron hacerse de nuevo a la mar, comprobaron la contundencia de esa expresión que dice Que te parta un rayo.  Zeus lanzó uno que rompió y hundió el navío, sulfurado por la osadía de los humanos. Todos murieron ahogados, menos Odiseo, el único que cumplió su promesa y no se regaló un atracón. Aunque para atracón, el que se regalaban a su costa muy lejos de allí…

‘Ulises y Calipso’, de Jan Brueghel (1568-1625)  DP

Dejemos ahora a Odiseo, que tardó más en volver a su casa que Marco en hallar a su madre. Tras el naufragio se quedó cinco años en la isla de Calipso. Tampoco es que lo pasara fatal: la ninfa era bellísima y ambos acudieron muchas veces al ayuntamiento. No a la casa consistorial, que no había, sino al ayuntamiento carnal. La coyunda con su anfitriona, vaya. Tanto fue el cántaro a la fuente que al final tuvieron un hijo, Nausítoo.

Odiseo, hijo de Laertes y Anticlea, era rey de Ítaca y líder de los cefalonios. Marido de Penélope y padre de Telémaco, era un gran orador y guerrero (suyo fue el ardid del caballo de Troya). Su valía cautivó a la divina y virginal Atenea, hija de Zeus. Ella intercedió para que nuestro héroe capeara todos los temporales que le salieron al paso. Lo apodaban saqueador de ciudades, pero lo podrían haber apodado también hacedor de hijos.

‘La entrada del caballo en Troya’, de Giandomenico Tiepolo (1727-1804)  DP

Nausítoo no fue su único retoño extraconyugal. En el larguísimo peregrinar de años y años por esos mares de Dios, el tronista favorito de Atenea también recaló en Eea, la isla de la atractiva hechicera Circe, con la que al pobre no le quedó más remedio que engendrar otro zagal, Telégono. No destriparemos la trama, pero ojo con este crío: de mayor significará tanto para Odiseo como Mordred para otro padre y rey distraído, Arturo.

Mientras su marido iba dando tumbos y copulando por ahí con amigas entrañables, la fiel Penélope sufría en Ítaca ante una cohorte de pretendientes que la instaban a elegir a uno de ellos como nuevo compañero. La elección debería haber sido rápida porque los pretendientes eran como una plaga de langostas y se instalaron a pan y cuchillo en el palacio de su objeto de deseo.  Pero hay griegas renuentes a despachar a esposos en fuga… 

Ilustración de la novela ‘Las aventuras de Telémaco’ (1832), de François Fénelon  DP

Telémaco, que ya era un chico talludito e ignoraba que tuviera dos hermanitos, lloraba por el padre ausente, pero sobre todo por la despensa y la bodega de la casa, que sufrían a diario la famélica acometida de sus postulantes a padrastro. Los carpantas de Ítaca acabaron descubriendo que Penélope se las daba con queso (con queso, con vino, con carnero y con “viandas abundantes”), pero les daba absolutamente igual.

Penélope, que había prometido boda con la puntada final, destejía por la noche el manto que tejía de día. Francamente, querida, me importa un bledo, pensarían sus pretendientes, como muchísimo después dijo Rhett Butler/Clark Gable en Lo que el viento se llevó (“Frankly, my dear, I don’t give a damn”). A quién le importa esperar, si la espera es tan amena y entretenida como la suya, a gastos pagados, con bufet y barra libre.


«Salta a la vista que esto no es un banquete pagado a escote«

Atenea

Atenea, hija de Zeus(Ante el descaro de los pretendientes)


“Jugaban a los dados, tendidos en pieles de bueyes sacrificados por ellos”. “Bebían vino en vasos de oro”. “Sus mesas estaban a rebosar de manjares numerosos y escogidos”. Hasta la propia Atenea, que se le apareció a Telémaco para pedirle menos lloriqueos y más acción, se escandalizó. “¿Esto es un convite o una boda? Porque salta a la vista que no es un banquete pagado a escote”, exclamó la diosa “en medio de esta vergüenza”.

El pusilánime de Telémaco parece tener poca confianza en su madre (que le había asegurado que era hijo de quien era, aunque él no pondría la mano en el fuego “porque nadie puede decir por sí quién es su padre”). Las palabras de Atenea, sin embargo, le animan a ir en busca de Odiseo. Y no solo las palabras de Atenea. En especial, el apetito de sus indeseados huéspedes, “que despojan mi morada” y “beben descaradamente mi vino”.

‘La matanza de los pretendientes de Penélope’, de T. Degeorge (1786-1854)  DP

Telémaco se marcha por fin, lanzando contra los tragaldabas un negro deseo que acabará siendo premonitorio: “Pereceréis sin remedio en mi morada”. Incluso muchos de quienes no han leído la Odisea saben que el rey pródigo regresa a Ítaca, vestido con las ropas de un mendigo. Solo lo reconocieron su viejo perro, Argos, que murió de la alegría, y una esclava anciana, Euriclea, que primero lo crio a él y luego a Telémaco.

Guerras, naufragios, embrujos, cíclopes y monstruos son una pesadilla. Pero peor es llegar por fin a tu palacio y hallar a los pretendientes de tu mujer “desollando cabras y chamuscando cerdos cebones en el patio”. Auxiliado por Telémaco, Odiseo será más fiero que en Troya y los matará a todos (a todos los pretendientes, se entiende). Esta es la Odisea, entre otras cosas, el primer gran aldabonazo de la literatura contra los caraduras.

(Todos los entrecomillados de la Odisea proceden de la versión del 2009 de Nicasio Hernández para La esfera de los libros)

Fuente: https://www.lavanguardia.com/comer/20230303/8774426/gorrones-comida-antigua-grecia.html#foto-3

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