Dicen que para presumir hay que sufrir, pero estos objetos pensados para potenciar o erradicar partes del cuerpo, podían poner en peligro la salud
ADA NUÑO / ACyV
Si ha habido una constante a lo largo de la historia, ha sido justamente esa necesidad del ser humano de querer seguir siendo bello y joven. Dicha obsesión no solo forma parte de los cuentos de hadas, sino que desde mucho antes de que la cirugía estética formase parte de nuestras vidas, los que nos precedieron ya habían inventado curiosos artilugios para potenciar lo que se consideraba atractivo en aquellos momentos. Y, como para presumir hay que sufrir, algunos de estos inventos ponían en riesgo la salud (o incluso la vida).
Hemos hablado en otras ocasiones de los pies de loto chinos, el arsénico clásico de la época victoriana o la moda por la cojera que impuso la princesa Alejandra de Gales. Hoy continuamos con algunos productos bastante increíbles que se patentaron, en la mayoría de las ocasiones, hace menos de un siglo, y cuya intención era erradicar o dotar al cuerpo de lo que establecía el canon de la época. A veces, por supuesto, con desastroso resultado.
Arsénico, mercurio y vendajes en los pies: las modas más extrañas de la historia Ada Nuño
Fabricantes de hoyuelos
Son una marca de belleza, pero no todo el mundo los posee. Aunque eso no pareció a priori un problema para la señora E. Isabella Gilbert cuando en 1936 patentó un dispositivo que servía para ‘fabricarlos’. «Úsalos durante cinco minutos, dos o tres veces al día, mientras te vistes, descansas, lees o escribes. Mírate en el espejo y sonríe. Se acabarán haciendo».
Según explica ‘Weird Universe‘, la Asociación Médica Estadounidense tuvo que aclarar pasado un tiempo que el fabricante de hoyuelos ni los hacía ni agrandaba los originales. Afirmó también que el uso prolongado del dispositivo en realidad podía causar cáncer, lo que contribuyó a que muchas de sus usuarias los descartasen por completo.
Eliminador de pecas
Igual que algunas prometían hacer hoyuelos, otros hablaban de eliminar las pecas. Aunque a día de hoy se consideran algo bonito, pues aportan a la cara cierto toque candoroso e infantil, en otros momentos fueron consideradas un signo de fealdad, que, por suerte, podía quitarse: en la década de los años 30, el médico italiano M. Matarasso fue pionero en un método para eliminar las pecas que literalmente requería «congelarlas y sacarlas de la cara».
Congelaba un parche con dióxido de carbono o hielo seco y luego usaba un pequeño dispositivo similar a una daga para aflojar y quitar la pigmentación de la cara. En una semana o dos, la piel sanaría sin pecas. El procedimiento es similar a cómo se tratan las verrugas plantares y regulares, con nitrógeno líquido u otro elemento de congelación aplicado en un proceso llamado crioterapia. No solo el aparato daba bastante miedo, sino que la crioterapia era (y es) muy dolorosa, por la aplicación del frío y la posterior muerte del tejido.
Máscara facial victoriana
Probablemente, protagonizó muchas parálisis del sueño. Patentada en 1875, se ataba a la cabeza de la mujer durante la noche (y debía hacerse tres noches por semana). Estaba hecha de caucho flexible de la India y podía rellenarse, si se quería, con todo tipo de ungüentos o decolorantes para tratar la piel. El propósito era que la cara sudase toda la noche para aliviar los poros y la circulación superficial.
Su inventora, Helen Rowley, afirmó que podía ser utilizada por muchas personas con mal cutis, erupciones cutáneas, espinillas, manchas, etcétera. Adquirió tanta fama que pronto surgieron competidoras: una estaba hecha de franela, otra de gamuza y satén. Si no podían adquirir ninguna de estas mascarillas, se cubrían la cara con capas de carne de ternera cruda antes de acostarse. Nada muy raro en una época en la que se usaba maquillaje de plomo, belladona o jabón de arsénico, entre otras.
Las máscaras no mejoran…
Si a día de hoy son uno de los productos más solicitados, y en la Antigüedad cuentan que Cleopatra se bañaba en leche de burra para conservar la juventud, es natural pensar que el seguimiento ha sido constante. La máscara victoriana daba pesadillas, sin duda, pero la patentada en 1910 que recoge ‘Vintag‘ no era mucho más halagüeña.
Hecha de caucho vulcanizado y patentada en 1910, se suponía que mejoraba puntos negros, arrugas, seborrea, congestión y todas las erupciones cutáneas habituales
Hecha de caucho vulcanizado, se suponía que mejoraba puntos negros, arrugas, seborrea, congestión y todas las erupciones cutáneas habituales, por lo que podía colocarse en la cara de muy diferentes maneras: como un antifaz o, directamente, a modo de pasamontañas.
Sujetadores inflables
Cuando eres Marilyn Monroe no tienes que preocuparte mucho por tus curvas. Pero si Dios no te ha dado tanto pecho como el que pudieras desear, siempre habrá algún ángel de la guarda que pueda ayudarte. En los años 50, la marca de lencería estadounidense ‘La Resista Corset Co‘ de Connecticut tuvo la solución para todas aquellas mujeres que querían parecerse a la Tentación rubia: Trés Secrete. Un increíble sostén con almohadillas de plástico dentro de las copas que podían inflarse con una pajita, lo que permitía que las mujeres aumentasen el tamaño de sus copas (y sus pechos, claro) en segundos. Curioso, cuando menos.
Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2022-09-30/fabricantes-hoyuelos-sujetadores-productos-belleza_3498023/