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Chelsea Manning: «EEUU es una conclusión de la extrema derecha iniciada con Nixon, y con Biden no ha cambiado nada» | Papel

Acaba de recibir el premio Alan Turing en Tenerife por su activismo LGTBI. Desde que hiciese público su cambio de sexo mientras cumplía condena por filtrar miles de documentos clasificados a Wikileaks, esta ex soldado y analista de inteligencia es uno de los personajes más fascinantes de los últimos tiempos

Chelsea Manning, en Nueva York.E.M.

JAVIER CID / PAPEL / EL MUNDO

La figura de la ex soldado y analista de inteligencia Chelsea Manning dio la vuelta al mundo después de que un tribunal militar la condenase a 37 años de cárcel. Ya entonces había cumplido 36 meses de prisión preventiva por filtrar a Wikileaks miles de documentos clasificados de las guerras de Irak y Afganistán. Aquellas revelaciones -de las que está prohibido hablar en la entrevista- colocaron en el punto de mira la política exterior de Estados Unidos. Para Chelsea, sin embargo, supusieron el comienzo de un complejo proceso vital. Al día siguiente de conocer su sentencia, Manning anunció al juez su decisión de cambiar de sexo y comenzó así el proceso de transición de género desde la cárcel.

Desde su puesta en libertad en 2017, su compromiso con la comunidad LGTBI le ha valido numerosos reconocimientos, como el Premio Life que acaba de recibir en Santa Cruz de Tenerife, en el marco de los galardones Alan Turing que, desde hace cinco años, ponen en valor la labor del colectivo en el prestigioso Culture and Business Pride.

PREGUNTA: Empecemos por el final. ¿Qué persona era antes de entrar en prisión y qué persona salió de la cárcel?

RESPUESTA: Tengo Trastorno de Estrés Postraumático debido la exposición prolongada al confinamiento solitario, estoy en terapia, y quizá eso es lo que más me abrume desde que recuperé la libertad. Pero no fue una experiencia que haya alterado mi comprensión del mundo y mi lugar en él. Quizá ahora aprecio mucho más el tiempo. No me gusta perderlo, lo encuentro muy valioso. Y tampoco valoro el dinero mientras tenga lo suficiente para pagar lo que necesito. Encuentro todo lo material extremadamente superficial.

P: Sin embargo, anunció al juez la decisión de comenzar su transición de género al día siguiente de conocer su sentencia y comenzó el proceso en la cárcel. No fue, quizá, ni el mejor momento ni el mejor lugar…

R: No me quedó más remedio que convertir mi relación con mi cuerpo en un asunto judicial. Eso me obligó a hacer públicos asuntos muy íntimos, pero fue mi manera de luchar contra el sistema legal. De esa forma reivindiqué una serie de derechos en el entorno de la prisión, como son el acceso a la atención médica, la capacidad de practicar o no una religión o no en la cárcel, de elegir entre opciones de comida vegana o de carne… Son derechos fundamentales que, de pronto, tal vez no sean tan fundamentales como para extenderlos al entorno de la prisión, y que por tanto pueden ser arrebatados.

P: Habrá quien piense que fue una maniobra judicial. Pero usted no se despertó un día y dijo: ‘Soy mujer’. Su transición de género comenzó muchísimo antes.

R: Yo ya sabía que era diferente, de género no conforme, a los 18 o 19 años. Conocía la existencia de las hormonas y que eran una opción, pero en Estados Unidos tenías que pagarlas de tu bolsillo. Y desde entonces supe que era algo que necesitaba desesperadamente y que iba a tener que abordar en algún momento de mi vida. Las circunstancias se dieron en la cárcel. Me hubiera gustado que fuese de otra manera, pero sucedió así.

P: Le acaban de conceder el Premio Life en los galardones Alan Turing, dentro del Culture and Business Pride de Santa Cruz de Tenerife. ¿Cómo se siente en este papel tan público de activista del colectivo LGTBI?

R: Encuentro fascinante que, como persona trans, me den un premio por hablar de asuntos que afectan a la comunidad gay o trans. Pero soy mucho más que eso e intento ir un paso más allá. Me preocupan estos temas, por supuesto, pero no me quedo en los pequeños segmentos, sino que trato de examinar cómo distintas comunidades se ven afectadas por las mismas instituciones, pero de maneras muy distintas. Por ejemplo, los inmigrantes en Estados Unidos. Por otro lado, las personas trans. ¿Y si eres trans e inmigrante? Estas identidades compartidas, casos extremos oprimidos y excluidos por el sistema, son las que me interesan. Es ahí donde quiero poner el foco.

P: Acaba de sucederle, por ejemplo, en Ucrania…

R: Sí. Estaba trabajando en Europa cuando comenzó la invasión, y me ofrecí como voluntaria para trabajar sobre el terreno durante unos días, para ayudar a los refugiados que estaban llegando a Polonia. Y me centré especialmente en refugiados del colectivo queer y trans que estaban atravesando la frontera. La problemática de esas personas, que llegaban en busca de asilo en un momento tan terrible, se ve multiplicada por su condición.

P: Usted ha dicho que Estados Unidos se ha convertido en un país de corte casi fascista tras un largo proceso que culminó con la llegada de Trump a la Casa Blanca. ¿Mantiene el diagnóstico a día de hoy?

R: Donald Trump fue la conclusión de un proyecto de extrema derecha iniciado en la Administración Nixon en los años 60, que continuó con Reagan y que se ha mantenido hasta nuestros días.

P: Entonces, ¿es Biden más de lo mismo?

R: Creo que sí. Ha habido algunas posturas progresistas en política exterior con respecto a Ucrania, o involucrándose cada vez más en América Latina. Pero más allá de esa cosmética percibo pocos intentos reales de hacer algo. Y eso se debe a que la política liberal de los Estados Unidos es, en realidad, de centro derecha, y el principal objetivo es mantener su status quo. Hubo un intento con Bernie Sanders, que estuvo cerca de salir nominado, pero el ethos político del Partido Demócrata es mantener las cosas igual.

P: Como ex analista de inteligencia, sigue usted vinculada al sector como consultora de seguridad para la empresa privada, pero nunca ha ocultado su crítica feroz a la inteligencia artificial. ¿Cuál es su postura sobre la «perversión» del sistema?

R: Creo que existen muchísimos problemas éticos con las implementaciones de la inteligencia artificial. ¿Por qué tecnologías como el blockchain solo se utilizan con fines monetarios, y no incentiva un uso con fines sociales o una economía más participativa? Pero una cosa es que no me guste el trasfondo de esta tecnología y otra muy distinta que no la encuentre apasionante.

P: ¿Qué papel juega el algoritmo en este pesimismo ético que empapa todo su discurso?

R: El enfrentamiento de los puntos de vista cada vez más radicales para conseguir clicks se ha ayudado de los algoritmos. Estos han avivado la polémica informativa; cualquier asunto político es objeto de choque, de discusión. La cantidad de datos personales que se recopila de los usuarios por microsegundo es una locura, y ahí entran en conflicto la privacidad, la ansiedad, la ética…

P: Dice que en 2030 nos reiremos de los problemas de 2022. ¿Es para tanto?

R: Estamos en un camino muy oscuro, lidiando con cuestiones que hemos dejado de lado que están interconectadas entre sí: el calentamiento global, el aumento de las políticas de extrema derecha… Hasta ahora nos habíamos enfrentado a crisis importantes, pero no habían sido globales. Con el advenimiento de la tecnología y la sociedad de la información, que ha ejercido de acelerador, la propagación de los problemas es viral. Ahí está el ejemplo del Covid y cómo en cuestión de semanas impactó en todo el planeta incluso con distintas cepas. O como la guerra de Ucrania está afectando a la cadena de suministro. Cuanto más rápido gire el mundo y más veloces sean sus conexiones, mayores serán las crisis a las que nos enfrentemos. Y eso va a suponer escasez de productos básicos, escasez de agua, conflictos civiles… Y sí, es realmente alarmante. Pero a pesar de todo soy optimista, porque sé que aprenderemos de ello y lo superaremos.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/lideres/2022/07/02/62bb18b5fdddff6d8d8b463b.html

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