Los Periodistas

Cien días sobreviviendo en Járkov sin agua ni luz y entre cadáveres | El Mundo

Los rusos reducen a escombros un antiguo y próspero barrio de la localidad de Saltivka

Un edificio destruido en el barrio de Saltivka. ALBERTO ROJAS

ALBERTO ROJAS / Járkov, Uvcrania / EL MUNDO

El señor Olexander huele a alcohol de 40 grados y no son ni las 10 de la mañana. Está sentado en el único banco que queda en pie junto a otros dos hombres adultos, pero ha visto a dos extraños que dicen ser periodistas y quiere enseñarles «la guerra de verdad». Echamos un vistazo de 360 grados: edificios agujereados y ennegrecidos, misiles sin explotar clavados en el asfalto, tiendas reventadas, gasolineras calcinadas y cristales rotos por todas partes. Si Hollywood quisiera rodar un drama apocalíptico, no encontraría mejor decorado que este de Saltivka, antes del 24 de febrero un próspero barrio de clase media y hoy, un gigantesco escombro. La mayor parte de esta destrucción la provocaron los rusos el primero de estos 100 días de guerra, cuando creyeron que iban a poder tomar la ciudad con facilidad. «Voy a enseñaros algo muy exclusivo y os invito a beber algo», insiste Olexander.

Nos cruzamos a algún loco tirando de un carro lleno de chatarra, ancianos solitarios caminando desorientados y personas alcohólicas buscando vodka. Son los únicos que se han atrevido a permanecer aquí. En la rotonda de entrada a la ciudad de Járkov por el norte vemos unos maniquíes vestidos con uniformes militares sujetando armas de madera en una trinchera también teatralizada.

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Giramos a la derecha y nos encontramos con la verdadera frontera de la guerra con Rusia, los últimos grandes bloques de viviendas soviéticas antes de salir de la ciudad con secciones enteras derrumbadas a bombazos, parques infantiles llenos de cráteres en los que cabe un camión, vehículos acribillados y montañas de escombros. «¿Queríais ver la guerra de verdad? Es esto», dice Olexander, que nos aconseja no pisar fuera del asfalto porque «quedan todavía muchos explosivos sin detonar», asegura.

Olexander insiste en subir a su casa para que la veamos. Está en un tercer piso de un edificio frontal a la batalla que ha perdido las últimas cuatro plantas, quemadas y agujereadas por impactos de tanque, pero no está tan mal como el edificio de al lado, con una parte derrumbada por el impacto de una bomba lanzada desde un bombardero. «Ese olor es porque no han sacado a los muertos todavía que hay debajo de ese edificio derruido. Además, muchos son de la primera noche, cuando todo el mundo estaba en su casa y no había huido a ninguna parte», dice Olexander.

No hay luz ni agua en la zona, por eso cuando entras al portal está muy oscuro. Subimos por las escaleras hasta su casa y vemos un montón de basura que acumula en el rellano. Es evidente que no tiene donde echarla, pero que también ha ido dejándose llevar por el alcohol y el caos. Lo primero que nos enseña es una cocina donde la fruta y verdura se pudre sobre la mesa. Una montaña de platos lleva sin que nadie los friegue desde hace semanas. Come gracias a varias raciones de combate que el ejército ucraniano le ha dejado para que no se muera de hambre.

«Mi mujer y mis hijas están en Polonia», asegura. El resto de la casa sigue el mismo patrón. Cristales rotos, polvo por todos lados, mal olor y techos medio vencidos por las explosiones. Pero lo más curioso lo encontramos en la segunda sala: un gabinete de dentista con su silla y todo el instrumental por los suelos al reventarse la ventana por las explosiones. «Sí, soy dentista, un dentista que se queda sin dientes», dice Olexander abriendo la boca, con los ojos húmedos de lágrimas.

Nos despedimos de él y nos encontramos a Liuba en el primer piso. Lleva guantes, una camiseta vieja para limpiar y barre todo su pasillo para hacerlo transitable. Es la primera vez que vuelve a su casa desde que comenzó la guerra porque ha estado viviendo en el metro de la ciudad. «Esta casa está en muy malas condiciones pero al menos no la han destruido como la de mi hijo. Esta guerra es una desgracia para mi familia. Hasta mi hermano ha muerto de un infarto una noche de bombardeos», afirma segundos antes de ponerse a llorar sin consuelo. Mira alrededor del salón, con muebles y ventanas vencidos por las explosiones, y no sabe por donde empezar.

Járkov tiene un recuerdo cercano de algo así. Los más viejos del lugar recuerdan las cuatro batallas que vivió la ciudad mientras cambiaba de manos entre alemanes y soviéticos. Ahora las tropas de la Z vuelven a destruir barrios enteros.

Este reportaje se hace íntegramente en ruso, como atestigua nuestro traductor, que no necesitará usar el ucraniano. Como otras ciudades rusófonas como Mariupol, Odesa o Mikolayev, Putin ha bombardeado con saña a su población mientras aseguraba en sus tentáculos propagandísticos que estaba «defendiendo a aquellos que hablaban ruso y que eran perseguidos por ello en Ucrania». No sabemos los prorrusos que había en este barrio antes del 24 de febrero, pero después de esa fecha no ha quedado ninguno.

Al menos la ciudad se llevó ayer una gran alegría al enterarse de que la selección ucraniana de fútbol venció a Escocia y está a un paso de poder ir al Mundial de Fútbol. En el frente los rusos siguieron avanzando calle a calle en Sverodonetsk tras arrasarla con artillería mientras que Ucrania contraataca en la provincia de Jersón, a la espera de ver si tendrá fuerza para liberar la ciudad, la primera de importancia que sí tomaron los rusos.

Fuente: https://www.elmundo.es/internacional/2022/06/02/6298de59fdddff16598b4596.html

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