@ojedapepe
En el año 2000, Malcolm Gladwell publicó un libro llamado El punto clave (The Tipping Point), donde con su estilo habitual de divulgación, analiza el funcionamiento de los cambios sociales, que desde su perspectiva coincide con el de las epidemias: «Las ideas, los productos, los mensajes y las conductas se extienden entre nosotros igual que los virus» decía Gladwell hace más de veinte años. El tiempo, parcialmente le dio la razón.
El concepto viralidad tal como lo entendemos hoy, surgió en los años noventa en el ámbito del marketing y ha evolucionado de manera vertiginosa en los últimos años. Así, aunque los anuncios y las campañas fueran emitidas a través de diarios, televisión o radio, la viralidad dependió hasta mediados de la primera década del siglo XXI de la transmisión oral, de la transmisión boca oreja. YouTube, Facebook y el resto de las redes sociales vinieron a ser ese medio generador de un nuevo sentido de lo viral entendido como aquello que puede comentarse, evaluarse y, sobre todo, compartirse masivamente.
Hoy en día, vivimos en la época de mayor alfabetización de la historia de la humanidad y sin embargo, en la que paradójicamente menos tiempo y concentración dedicamos a discernir lo verdadero de lo falso, lo conveniente de lo reprochable.
Lo viral, en este sentido puede ser tanto positivo como negativo, puede destruir como construir.
Justamente en torno a lo viral me gustaría remarcar la importancia de fuentes fidedignas de información las cuales valen la pena retomar, analizar y ¿por qué no? Hacerlas viral. Frente la ligereza de comentarios, los datos debidamente desmenuzados, pero también sujetos a discusión y análisis.
Y es que los datos justamente también pueden ser sesgados o utilizados a conveniencia. Por citar un ejemplo, en Estados Unidos existe la creencia compartida de que los grupos minoritarios, como el mexicano, no son debidamente censados. ¿Por qué? Porque de hacerlo representaría revelar a través de información estadística avalada por el gobierno, el peso real de un grupo en la vida política y económica de una nación con la cual nos unen una serie de no tan halagüeñas historias.
En México, afortunadamente contamos con una Institución; el INEGI, costosísima por cierto, perfectible como todas, pero que ha creado un servicio civil de carrera que ha profesionalizado su operar a través de una misión por lo demás complicada, pero fundamental: censar a lo mexicanos desde distintas aristas y facetas; desde la evaluación que tienen de los gobiernos, pasando por los ingresos, la actividad económica con la cual se ganan la vida o los valores que los mueven.
¿Con qué objetivo? Con el objetivo fundamental de brindar insumos para la definición de planes y programas de gobierno, pero también para generar estudios y comprender mejor el país que somos. Ingenuo sería también si no resaltamos que las encuestas y datos que publica el INEGI son también generadoras de opinión pública. Y es que las estadísticas utilizadas e interpretadas por distintos actores pueden destacar algún punto y matizar otro. Ver el vaso medio lleno o medio vacío según sea el caso, o bueno, la narrativa construida con base en ello.
Explicado lo anterior es por tanto que la reciente Encuesta Nacional a Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (Enigh) realizada por el Inegi del 21 de agosto al 28 de noviembre de 2020, en 105,483 viviendas del país resulta tan interesante. Porque permite reflexionar y discutir, no sobre ideas, sino datos, lo más cercanos a la realidad que vivimos más de 130 millones de mexicanos.
¿Qué vale la pena resaltar de la ENIGH?
Algo que puede parecer obvio pero que ya está oficialmente confirmado: la pandemia del Covid-19, que llegó a México a finales de febrero del año pasado, reconfiguró el gasto de los hogares.
Así, el gasto de los hogares en educación y esparcimiento tuvo la peor caída de todas si la comparamos con la última encuesta de 2018. Un descenso de 44.8% al destinarse 2,297 pesos trimestrales. Le siguió el vestido y calzado, un rubro al que los mexicanos destinaron 893 pesos, 42.0% menos que hace dos años. En tanto, en transporte y comunicaciones se gastó en promedio 5,552 pesos, 18.9% menos.
La ENIGH también nos muestra una disminución en la desigualdad del ingreso, medida por el coeficiente de Gini, cuyo valor bajó de 0.43 en 2018 a 0.42 en 2020. ¿Esto implica que disminuyó la desigualdad en México? Puede ser una interpretación, pero la realidad es que no, ya que la reducción en la desigualdad se dio como resultado de la fuerte contracción del ingreso en los hogares más ricos, no de la mejoría del ingreso en los hogares más pobres. Nuevamente, el vaso medio lleno o medio vacío, según como se interprete.
Así también La ENIGH revela a su vez que el 90 por ciento de los hogares en México observó una reducción en su ingreso entre 2018 y 2020 y que la mayor contracción se dio en el decil más alto, el de mayor ingreso, donde cayó 9.2 por ciento.
Ahora bien y acá es en donde hay noticias buenas para la 4T, ya que mientras que el ingreso corriente del último decil, el de los potentados, disminuyó respecto a la Enigh 2018, los programas sociales del presidente López Obrador logran contener el empobrecimiento de los menos favorecidos que habitan en el primer decil de la pirámide social. Esto en medio de una Pandemia y una Crisis económica y social tiene su mérito, o quizás no. Depende nuevamente de acuerdo con el cristal con que se mire. No dejen de visualizar #ViralidadSocial por #SET, un saludo desde las antípodas.