Un volumen con cientos de ilustraciones cuenta la historia de este estilo musical que presentó a una mujer liberada, fue elevado a mito por Brigitte Bardot y encandiló hasta a Bruce Lee pero que fue, sobre todo, un producto cultural hispano
ULISES FUENTE / LA RAZÓN
Bienvenidos a la esplendorosa y golfa Cuba, años 50. El mundo necesita una alegría y la isla es el más fértil territorio para que la mezcla de ritmos florezca. Hay cruce de culturas, hay cabarets, hay dinero y hay ganas de pasarlo bien. Y también hay eso que hay en Cuba. Parece ser que Enrique Jorrín llevaba un tiempo buscando una mezcla nueva, un mambo rumbero, algo diferente que ofrecer con su conjunto, la Orquesta América, en la muy disputada noche habanera. Y un día dio con el ritmo del primer Chachachá de la historia: «La engañadora», una historia sobre una mujer muy bien parecida pero que, a falta de bótox, silicona o Photoshop, tenía otro truco para «rellenar» sus encantos. Aunque la letra pueda sonar machista,también escondía una invitación a las mujeres a liberarse de la presión social y el canon de belleza, como se cuenta en el libro «Chachachá: Un Baile y Una Época» (Gladys Palmera) uno de los escasísimos monográficos sobre el estilo y un volumen maravillosamente editado. Lo que nos lleva a la escena dos, en el segundo párrafo.
La Habana, 1956. Virgina Lachimia era una estadounidense que soñaba con bailar y en Cuba estaban las mejores orquestas y espectáculos de divas. Ella era rubia y espectacular y encontró de lo más normal salir por el Paseo del Prado de la capital cubana ataviada con solo un impermeable transparente. Cuando la Policía la detuvo, ella contestó recitando la letra de «La engañadora», para declararle a todo el mundo pero antes a los agentes que ella no necesitaba ni «rellenarse» ni ningún otro truco de belleza femenina. Saltaba todo a la vista, pero de la multa no se libró por escándalo público. En contra de lo que cabía esperar por la letra, el primer chachachá fue el grito de libertad de una mujer, aunque fuese detenida después.
Los años del Wonder Bra
Esta escena ilustra bien el caldo de cultivo desvergonzado que dio origen al nuevo baile de moda, que pronto dio el salto a la gran fábrica de mitos, el cine. Ese mismo año, Brigitte Bardot bailaba el estilo de moda en «Dios creó a la mujer» en el papel de una chica divertida e impúdica, y hasta se atrevía a tararear y derretir a la audiencia la melodía de «Rico vacilón»: «Perdición, qué rico chachachá…». No sería la única película que colocaría al estilo musical como la sensualidad destilada. «La dolce vita», «¿Quiere usted bailar conmigo?» y «Esta rubia vale un millón» incluirían una secuencia del ritmo que conquistaba al mundo, que ponía música a la década feliz. Las mujeres de esas historias «son todas heroínas poderosas y libres que desde entonces han convertido su vida en una obra de arte, sin importarles lo que piensen los demás», escribe Alejandra Fierro.
Son los años del invento del Wonder Bra, la sensualidad y por supuesto la consentidora noche habanera. Pero entre sus aficionados no se contaban solo entre las bellas damas, sino que, como se cuenta en «Dragón», su película biográfica, Bruce Lee era un gran amante del baile. El eléctrico artista marcial encontraba en la sutileza de los pasos y el cumplimiento de la armonía un gran complemento a sus entrenamientos. Trataba de «ser agua» en el baile. Fue alumno y después profesor de Chachachá, incluso durante el mismo viaje en barco que le llevó de emigrante a San Francisco a buscarse la vida.Existen, por cierto, múltiples tomas falsas de «Karate a muerte en Bangkok» en las que el inigualable luchador quitaba hierro a sus errores en los diálogos marcándose un baile de pura cadera.
Uno de los mayores patrimonios del estilo, que ha quedado para atención museística, es el alucinante diseño de las carátulas de sus discos, de los que hay una impresionante selección en las 400 páginas del libro, más visuales que textuales. Unas carátulas que recogían la estética de los vestuarios, protagonizados por brazos y piernas al descubierto en ellas, traje para ellos, y que cuentan también los colores, que pasan del blanco y el negro al rosa y azul. Como recoge la editorial, «este es un viaje desde las noches peligrosas de La Habana hasta los estudios en Los Ángeles donde se rodaban las películas del Hollywood clásico, cuyos artesanos eran los encargados de diseñar los potentes y coloridos carteles de los acetatos del chachachá. Los amantes de la estética de las películas de Alfred Hitchcock o de títulos como ’’Charada’’, con esa mezcla entre el surrealismo y el cine noir, disfrutarán con estas portadas de tipografías llamativas donde todo era posible, desde el kitsch hasta la elegancia y la provocación». Sus portadas de mujeres carismáticas en poses salvajes «ya son parte de la historia del arte», anuncian en el prólogo. Y aunque muchas de las actitudes que se representan puedan parecer tópicas o estereotipadas en pleno siglo XXI, en su momento fueron revolucionarias. Porque bailar con tanta alegría no fue siempre bien vistos por parte de los censores más puritanos.
«Dance The Cha Cha Cha», de Tito PuenteGLADYS PALMERA
Y es que, según sus autores, pese a que esta música tiene más de medio siglo, es rabiosamente contemporánea. Para demostrarlo, los editores han incluido hasta 4 códigos QR en el libro que transportan a cuatro listas de reproducción seleccionadas por expertos en el género como son los propios creadores de Gladys Palmera, un contenido que recuerdan los tiempos de las rumbas interminables que se celebraban en el salón de Prado y Neptuno, en el segundo piso del restaurante Miami, donde la isla se ganó desde hace siete décadas su fama de ciudad sexual. Congas, maracas y trompetas ardiendo al tope de las revoluciones que un ser humano puede acelerar. Fue un género que gritó libertad y gozo, y fue también un producto cultural hispano.«Hay en el Chachachá una invitación al peligro, a entrar en lo desconocido y sumergirse en las profundidades de un mundo exótico en el que todo es posible. Por eso sigue vigente, como el recuerdo de un lugar de película: los años 50 en Cuba», escribe Fierro.
Sin embargo, y puede que precisamente por no darse importancia a sí mismo, el estilo no perduró. Tan poco en serio se tomaba, tan claro tenía que la música era un pasatiempo y que solo es el trampolín para el goce de la vida, que ni todos los artistas juntos fueron capaces de acuñar una marca. No existe consenso sobre cómo se escribe el género. ¿Junto o separado? Nunca se escribió igual y para redoblar la ironía, el Chachachá protagonizó la explosión de la tipografía y el diseño gráfico: de lo más barroco al minimalismo puro. Y ese desorden también puede resultarnos una enseñanza.
Dos padres se disputan el estilo
En la música popular, lo natural es que los avances no sean cosa de un individuo, sino de un colectivo. Aunque, en este caso, al ritmo que casi universalmente se le atribuye a Enrique Jorrín le salió otro padre. Ninón Mondéjar, director de la Orquesta América, reclamó la paternidad colectiva del estilo, por toda la «troupe». Incluso llegaron a entablar una batalla legal en la que no hubo vencedores ni vencidos, según José Arteaga, experto del género que, como recoge en el libro, Mondéjar pregonó el nuevo estilo en México y en Estados Unidos, mientras Jorrín proclamaba su reinado en Cuba. Y el Chachachá triunfó sin que hubiera un acuerdo acerca de su padre ni de su propio nombre.
Fuente: https://www.larazon.es/cultura/20210120/hk3elmttkbh5vkefz3xikrwwyy.html