El actor escocés ha muerto tras varios años alejado de la esfera pública
MARTA MEDINA/ EL CONFIDENCIAL
Ha muerto Sean Connery. El actor escocés ha fallecido a los 90 años, después de más de una década alejado del foco mediático. Uno de los actores más populares de su generación, gracias a sus papeles como protagonista de siete de los títulos de la saga James Bond —entre 1962 y 1983—, como Robin Hood en ‘Marian y Robin’ (1976) junto a Audrey Hepburn, como el aventurero Daniel Dravot a las órdenes de John Huston en ‘El hombre que pudo reinar’, y Jim Malone en ‘Los intocables de Elliott Ness’ (1987), de Brian de Palma, por la que Connery ganó su único Oscar. Connery decidió retirarse de la interpretación en 2003, cuando participó en su último trabajo delante de la cámara en ‘La liga de los hombres extraordinarios’, la adaptación de la novela gráfica de Alan Moore que, a pesar de no contar con el respaldo de la crítica, recaudó más de 178 millones de dólares en su momento.
«Siempre he odiado al maldito James Bond. ¡Me gustaría matarlo!«. A pesar de su relación de amor-odio con el personaje de Ian Fleming, Connery representó un tipo de masculinidad ruda y seca. Cuenta Michael Crichton, quien lo dirigió en ‘El primer gran asalto al tren’ (1978) —película basada en su propia novela homónima—, que a Connery le gustaba comer con las manos, aunque estuviese en el restaurante más lujoso. «He pasado gran parte de mi vida siendo infeliz», le confesó en uno de esos almuerzos. «El día que paré y pensé, ‘sólo se vive un día, lo puedes disfrutar o no. Y yo decidí disfrutarlo». Muchos de quines lo conocieron en persona lo definieron como «un hombre de verdad«. Quizás, por ello, Connery hubiese tenido difícil mantenerse en una industria en el que ese perfil de hombre forma, cada vez más, parte del pasado.
Carismático y tozudo, transmitió el aura de actor serio y persona de carácter, a pesar de tener una gran vis cómica como demostró en otro de sus papeles más memorables para la generación de los ochenta, el de padre de Indiana Jones en ‘La última cruzada’, gracias a quien aprendimos aquello de Bulwer-Lytton de «La pluma es más fuerte que la espada». Y, sobre todo, Connery siempre fue muy escocés y mucho escocés. «No soy un inglés, nunca he sido eun inglés y jamás querré ser uno de ellos. ¡Soy un escocés! Siempre he sido un escocés y siempre lo seré», defendió Connery, que formó parte del Partido Nacionalista Escocés, desde donde abogó por la independencia escocesa de Reino Unido. En 1999, ofreció un discurso que tuvo un gen impacto durante las elecciones: «Estamos a punto de tener nuestro propio parlamento. Si lo conseguimos, deberá ser democrático y tendrá que dejar que las voces de todos los partidos se escuchen. Hemos esperado casi 300 años. Mi esperanza es que evolucionemos con dignidad e integridad y que realmente reflejemos la nueva voz de Escocia».
A pesar del apego por su tierra natal, desde 2003 vivió de manera habitual en su mansión de New Providence (Bahamas) junto a su mujer, Micheline Roquebrune, con la que llevaba casado desde 1975. En 2019, dio una de sus últimas entrevistas y lo hizo para el diario inglés ‘Daily Mail’ para confirmar que la pareja se encontraba bien tras el paso del huracán Dorian, que dejó 43 muertos en las islas. También residió estacionalmente en Marbella hasta 1999, cuando vendió su mansión de la Costa del Sol, después de verse envuelto en una trama de recalificaciones y delitos contra la Hacienda pública, que acabó con la petición de la Fiscalía de dos años y medio de prisión y una multa de 23 millones de euros para Roquebrune.
Un lechero en Hollywood
Pero la vida de Connery no fue siempre mansiones, golf y alfombras rojas. El actor nació en 1930 en uno de los barrios más deprimidos de Edimburgo, Fountainbridge, en una familia trabajadora y humilde, hijo de camionero y ama de casa. En su infancia vivió sin electricidad ni agua caliente y compartiendo los aseos con el resto de familias que residían en el mismo bloque. La familia Connelly, en realidad, había emigrado cincuenta años atrás desde la Irlanda católica por culpa de la ley de tierras de 1881, que aumentó el precio de la vivienda desorbitadamente. En 1944, con 14 años, abandonó el colegio para ganarse la vida como lechero, con un sueldo de aproximadamente 1,2 euros a la semana, según constataron unos registros oficiales aparecidos en 2005.
Sin tener una especial afinidad por el cine o la interpretación —hasta los veinte años no comenzó a interesarse por ello—, Connery se alistó en la marina antes de probar suerte con el trabajo que lo convertiría en una estrella mundial y que, a pesar de haberse alejado de los medios de comunicación, ha conseguido que su imagen siga muy presente en el imaginario de cualquier cinéfilo. «Los primeros años de Sean Connery fueron los más inestables, sin objetivos e impredecibles que cualquier joven de cualquier época», describe Christopher Bray en su biografía ‘Sean Connery: la medida de un hombre’. Según su hermano menor Neil, Connery ya mostraba carácter y se pasó la infancia y la juventud saliendo y entrando del hospital a causa de caídas y roturas y esguinces mientras jugaba. En la Marina no duró demasiado, apenas 17 meses, en los que se llevó de recuerdo una úlcera duodenal.
Después de una temporada saltando de trabajo en trabajo y durmiendo en el sofá de sus padres, Connery se incribió en levantamiento de pesas, «para gustar a las chicas», según Bray, lo que le llevó también a posar como modelo en la Escuela de Bellas Artes, donde admiraban «su pelo azabache, sus cejas oscuras y su cuerpo espectacular. Durante algunos veranos trabajó como socorrista, mientras que en invierno limpiaba las oficinas del diario ‘Edimburgh Evening News’. Y ojeando el periódico encontró un anuncio en el que la dramaturga Dame Anna Neagle buscaba extras masculinos de más de 1’80 de altura para la producción de ‘Días gloriosos’. Connery se fue directo al Empire Theatre y representó, durante las cinco semanas de la campaña de Navidad, su primer papel en el mundo del entretenimiento: el de oficial de guardia británico. Una fotografía en una revista de culturismo por aquí, un campeonato de Mr Universo por allá —se llevó el bronce en la categoría de hombres altos—, y Connery consiguió una audición para el musical ‘Al sur del pacífico’. A pesar de que no sabía bailar y cantar, consiguió el papel cuando Joshua Logan, el director de la obra, le preguntó: «¿Esos hombros son todo tuyos?».
Su primer papel de cine le llegó gracias a Neagle, que contó con él en la adaptación de ‘Días Gloriosos’ al cine, titulada como ‘Lilas en el cielo’, protagonizada por Errol Flynn. Dicen quienes lo conocieron entonces que si Connery no sentía la llamada del espectáculo en el estómago, sí que era metódico y muy trabajador y que hizo su carrera a base de tesón. Después de pasar la mitad final de los 50 aceptando papeles pequeños en televisión y alguna que otra producción teatral, en 1962, con 32 años, le llegó el papel que cambió su carrera: James Bond en ‘Agente 007 contra el Dr. No’. «Según todos los críticos y comentaristas de cine, Sean Connery ha sido el mejor y más genuino Bond de la historia. Lo interpretó en siete ocasiones y nadie como él ha combinado la dureza, la presencia, la ironía y el sex-appeal que debía tener este agente secreto», admiten en TCM.
La carrera de Connery podía haber declinado cuando dejó paso a Roger Moore a los mandos del Aston Martin. Pero el actor trabajó a las órdenes de directores como Alfred Hitchcock en ‘Marnie, la ladrona’ (1964); Jean Jacques Annaud en ‘El nombre de la rosa’ (1986) y Steven Spielberg en ‘Indiana Jones y la última cruzada’ (1989); y a pesar de ir sumando años, siguió siendo un habitual del cine de acción: rodó con John McTiernan en ‘La caza del Octubre Rojo’ (1990) y ‘Los últimos días del Edén’ (1992), y con Michael Bay en ‘La Roca’ (1996). En sus últimos años en Hollywood decidió bajar el ritmo y no embarcarse en más de un proyecto cada dos años, hasta que en 2003 las malas críticas de ‘La liga de los hombres extraordinarios’ lo empujaron a tomar un descanso —del director, Stephen Norrington, dijo que «deberían meterlo en un manicomio»—, cuatro años después de que ‘People’ lo hubiese coronado como «el hombre más sexy del siglo» a sus 69 años.
Rechazó el papel de Gandalf en ‘El Señor de los Anillos’, y también se negó a volver como el padre de Indiana Jones en ‘El reino de la calavera de cristal’ —que ya hace ¡doce! años que se estrenó—. En una entrevista de 2005 afirmó que estaba «harto de Hollywood». «Cada vez hay más distancia entre los que saben hacer películas y los que dan luz verde a las películas. No digo que todos sean idiotas. Sólo digo que hay muchos de ellos que son muy buenos siendo idiotas. Necesitaría una oferta imposible de rechazar, al estilo de la mafia, para no negarme a hacer otra película más». Y cumplió su promesa. Como lo calificó Spielberg, se va «una de las siete estrellas realmente genuinas del mundo».
Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2020-10-31/sean-connery-muere-james-bond-la-roca_1540341/