El libro “El salón de Kitty” trata de aclarar qué hay de cierto y qué de mito en el misterio del conocido como “mayor prostíbulo del Tercer Reich”
CONCHA GARCÍA / LA RAZÓN
La línea que separa realidad y mito es tan difusa en algunos episodios de la historia, que tan solo con una exhausta investigación se puede llegar a localizar. Es el caso del número 11 de la Giesebrechtstrasse, un edificio que hoy alberga una tienda de audífonos y otra de decoración de interiores, pero que entre 1939 y 1942 alojó el “mayor burdel del Tercer Reich”.
Conocido como Salón Kitty, a este selecto prostíbulo de los nazis se le asocian tanto sexo como espionaje. En el tercer piso del edificio donde se encontraba y en unos 500 metros cuadrados, Kitty Schmidt gobernaba un elegante burdel que toleraron los altos dirigentes, en una época en la que Berlín ya no era la metrópoli donde, durante los años 20, llegaron a trabajar en la prostitución 120.000 mujeres y 35.000 hombres.
De esta manera, el propósito era utilizar este piso como un confidencial lugar de encuentro para diplomáticos que estuviesen de paso por la capital, así como para militares y otras figuras relacionadas con el régimen de Adolf Hitler. Los clientes accedían con cita y en sus habitaciones se preveía la posibilidad de que se hicieran confidencias útiles para los nazis a la hora de castigar a disidentes.
Para ello, se estableció un dispositivo de escucha con micrófonos, cuyo sonido se grababa en discos. Un plan que llevaron a cabo dos jóvenes altos cargos del nazismo: Reinhard Heydrich, responsable de la seguridad y posteriormente coartífice del holocausto, y Walter Schellenberg, jefe del espionaje. No obstante, esta teoría tiene ciertas lagunas cuyas incógnitas, ahora, un libro con también fotografías inéditas trata de resolver.
¿Era un centro verdaderamente de espionaje? ¿Es cierto que las escuchas sirvieron en pro de la guerra? ¿O solo una tapadera para hacer del lugar un burdel clandestino? En Alemania ha salido a la venta “El salón de Kitty. Leyendas, hechos, ficción. Kitty Scmidt y su notorio burdel de espionaje nazi”, libro escrito por el empresario suizo Urs Brunner y la periodista austriaca Julia Schrammel.
“Pensión Schmidt”
En sus páginas, se trata de aclarar qué hay de cierto y qué de mito en el misterio que envuelve al Salón Kitty, pues la encargada del lugar no dejó nada escrito sobre la actividad del prostíbulo que haya ayudado este tiempo a aclararlo. De hecho, según los autores, el lugar ni siquiera se llamó como hoy lo conocemos, sino que se le nombraba como “pensión Schmidt”.
Explica Brunner que dicho tercer piso “no era oficialmente un burdel porque en el régimen nazi la prostitución estaba prohibida, era todo muy secreto”. “En realidad sabemos muy poco sobre el espionaje que se pudo producir”, explica Schrammel a Efe, “existen muchísimos rumores sobre el burdel y nuestro trabajo en el libro fue el de separarlos de los hechos reales, lo que implicó mucho trabajo”.
“No encontramos micrófonos en ese piso”, explica Schrammel, “todo lo que sabemos lo tenemos de personas que sobreviven o de libros”. De hecho, ambos autores aseguran que el ensayo que publicó Peter Norden en los años 70 acerca de este salón fue más bien “una mezcla de hechos y elementos de ficción”.
Asimismo, apuntan que la película del director italiano Tinto Brass “Salón Kitty” (1976) aportó gran parte del velo que cubre la realidad del burdel y, en opinión de los autores del nuevo libro, “tiene mucha fantasía voyeurista, desenfrenada y, a veces, perversa”.
Argumento digno de James Bond
Según Norden, en el burdel habría una serie de prostitutas como agentes secretas, con una instrucción que incluía tiro con pistola, ejercicios de combate, primeros auxilios, peluquería, maquillaje, gastronomía,… “No hemos encontrado ninguna evidencia de entrenamiento de prostitutas para ejercer del espías, lo único probado es que, efectivamente, había instalados sistemas técnicos de escucha”, explica Schrammel.
“Casi seguramente las mujeres que trabajaban en el burdel tenían que informar a la Gestapo y a los servicios de seguridad, y se instalaron estas herramientas, pero las fuentes varían sobre cuáles eran esos instrumentos”, prosigue Brunner.
Pese a que los clientes hablaban más de la cuenta, no consta que los servicios de seguridad nazis obtuvieran ningún tipo de revelación útil para sus fines en la guerra. Quizá, les favorecería incluso más a la hora de vigilar a sus propios jefes. “Eran criminales horribles, pero en aquel momento eran también hombres jóvenes que estaban en cargos muy elevados, el mismo Heydrich había leído muchas novelas de espionaje británicas, le gustaban mucho y tenía fantasías sobre los servicios secretos”, aclara Brunner.
Por tanto, para ambos autores, la combinación de nazis, prostitutas de lujo y entramado de espionaje es digno de un argumento ambicioso para una fantasía. “En el fondo, es el mismo mecanismo que explica el éxito de las películas de James Bond. Hay espías, hay sexo, y hay un enemigo malvado que quiere dominar el mundo; en el caso del salón Kitty, ese enemigo perverso son los nazis”.
Kitty, ¿simpatizante nazi?
Kätchen Emma Sophie Schmidt (conocida posteriormente como Kitty Schmidt) nació en Hamburgo en 1882 y regentó varios burdeles, entre ellos el que presuntamente fue un centro de espionaje en plena guerra, organizado por altos mandos del régimen de Adolf Hitler. ¿Fue una colaboracionista, simpatizaba con los nazis, le obligaron a colaborar con el servicio de escuchas en su “pensión”? No se sabe con certeza. Schrammel y Brunner concluyen que sus investigaciones no pueden demostrarlo, no hay datos.
Ni como oportunista ni como una “heroína de la resistencia pasiva” la ven los autores del libro sobre la base de la documentación disponible. Schrammel resume a Efe: “Fue una persona que quería sobrevivir en la guerra, en ese tiempo de terror, y quería que su hija tuviera comida, quería sobrevivir”.
Los autores conocen de los rumores que sitúan también en el piso de la Giesebrechtstrasse al que fue ministro de Exteriores (desde 1940) de la dictadura franquista, Ramón Serrano Suñer, pero a falta de datos concretos solo lo mencionan como otra más de las posibilidades sin comprobación disponible, por el momento, de lo que fue sin duda un elegante prostíbulo del barrio berlinés de Charlottenburg.
Fuente: https://www.larazon.es/cultura/20201029/m23xvrhodfh2pisycia5dl27xq.html