El cineasta alemán nos da las claves de su último largometraje, un retrato conmovedor del día a día de un limpiador de aseos públicos en Tokio.
BEGOÑA DONAT / EL CULTURAL
Este año que aún se despereza marca el 50 aniversario de la ópera prima de Wim Wenders (Düsseldorf, 1945) Alicia en las ciudades (1974), y el 40 de una de sus películas más emblemáticas: París, Texas (1984).
Las alusiones a ambas efemérides en el pasado Festival de Cannes no provocaron, sin embargo, en el director alemán el regodeo en la nostalgia, sino más bien extrañeza: “Aunque reconozco las motivaciones y los impulsos que me llevaron a rodarlas, no sé si hoy podría hacerlas, me haría falta una gran dosis de ingenuidad. De hecho, no quiero repetirme. Si todavía soy cineasta es porque se trata de un medio donde cada película me permite inventarme un lenguaje. Solo me embarco en proyectos que me plantean nuevas preguntas».
Los últimos que le han despertado incógnitas no pueden ser más dispares, el documental en 3D Anselm, sobre su compatriota Anselm Kiefer, pintor y escultor conocido por su instalaciones monumentales de acero, plomo y hormigón, y la candidata por Japón a mejor película internacional en los Oscar, Perfect Days, un retrato conmovedor y aquietado del día a día de un limpiador de aseos públicos en Tokio, apasionado de la literatura.
Pregunta. ¿Dónde surgió la idea de rodar esta película?
Respuesta. Comenzó con una invitación por parte de Koji Yanai para desarrollar un proyecto artístico sobre el proyecto de renovación de los baños públicos de Tokio. Adoro estos aseos por su valor arquitectónico, pero no quise hacer una película sobre ellos, sino hablar de la forma en que los japoneses regresaron a la vida social después de la pandemia, sosteniendo los bienes comunes. Así que decidí que Perfect Days iba a ser un largometraje espiritual sobre Japón.
P. La película le reportó a su protagonista, Kôji Yakusho, el premio al mejor actor en Cannes. Muchos opinamos que en ese galardón fue clave la última secuencia, un plano fijo donde todas las emociones desfilan por su rostro.
R. Era la última toma del rodaje. Kôji se sabía la letra de la canción de Nina Simone que suena, Feeling Good, y debía sintetizar la historia de su vida. No ensayamos. Me limité a mirar…
P. Entre su extensa filmografía figuran sendos documentales dedicados al cineasta Yasujirô Ozu, Tokio-Ga (1985) y al diseñador de moda Yohji Yamamoto, Notebook on Cities and Clothes (1989). ¿Recuerda cuándo fue seducido por Japón y por su cine?
R. Vi las tres primeras películas de Ozu en Nueva York, distribuidas por New Yorker Films, que también estaba dando a conocer mi cine en Estados Unidos. Su fundador, Daniel Talbot, decidió hacerse con los derechos después de que un ama de casa de Brooklyn, tras ver una de las películas de Ozu en la Japan Society, asumiera como misión dar a conocer su obra en su país y empezara a bombardear a todos los grandes estudios y compañías. Talbot fue el único que se interesó. Cuando me invitó a verlas, me dijo que estaba continuando la misión de aquella señora. Aquel día vi Cuentos de Tokio (1953) tres veces seguidas.
P. En Cannes presentó una ficción, Perfect Days, y un documental, Anselm…
R. En realidad siempre hago lo mismo: trato mis películas de ficción como si fueran documentales y viceversa. En mis películas de ficción no escribo un guion, trato de incluir tantos elementos del género documental como pueda e intento rodar en orden cronológico, mientras que en mis documentales siempre trato de encontrar un relato. Buena Vista Social Club (1999), por ejemplo, es un cuento de hadas.
P. Después de una filmografía de más de 80 títulos, ¿cuáles son sus fuentes de inspiración?
R. Quiero hacer películas que no sepa hacer. Con Anselm me pasó. No tenía idea de cómo acercar al público su obra. Rodamos siete veces y estuve editando entre medias. Lo bello del género documental es que puedes filmar algo, sentarte, echarle un vistazo y pensar qué hacer para que funcione. En la ficción, en cambio, nunca puedes tomarte tu tiempo.
Kôji Yakusho en ‘Perfect Days’
P. Empezó a dedicarse al cine como una extensión de su dedicación a la pintura, ¿qué halló en el cine?
R. Me interesaba la creación de imágenes, cada plano era un marco. Empecé a experimentar y a filmar, básicamente, paisajes. Mis planos no duraban más de cuatro minutos. Pero cuando empecé a ponerlos unos junto a otros reparé en que no eran imágenes sin más. Frente a mí, se desarrollaban extrañas historias. Descubrí que cuando pones una escena a continuación de otra, el resultado es más que la suma de ambas, pues surge un tercer elemento al que puedes llamar historia