Este experto ruso en el control de las armas nucleares analiza las posibilidades de su uso en el contexto actual europeo
JORGE FERRER / EL MUNDO
Director del ‘think tank’ ruso PIR-Center y profesor del Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú, Vladimir Orlov es uno de los mayores expertos rusos en el control de las armas nucleares.
P: Cuando aparece una pistola en una pieza de Chéjov, sabemos que acabará siendo disparada. ¿Pasará lo mismo con el arma nuclear que ha asomado a los labios de Vladimir Putin?
R: El arma nuclear ha asomado con cierta frecuencia en la escena internacional desde que fue creada y solo se la ha utilizado dos veces. En ambas ocasiones no ha sido Putin quien ha echado mano de ella, sino los Estados Unidos. A diferencia de la pistola de Chéjov que busca la atención del espectador, el arma nuclear ha conseguido asegurar la estabilidad en los momentos más difíciles de la historia reciente y, en particular, durante la Guerra Fría. Es un arma política, un arma de disuasión. No se necesitan armas nucleares en un conflicto regional.
P: No obstante, la doctrina rusa establece que se la podría utilizar si la existencia de Rusia estuviera amenazada.
R: Es moneda común que una guerra nuclear no tendrá vencedores. Sería un suicidio en masa. Y con independencia de la opinión que a usted le merezcan los líderes rusos, ha de saber que son actores racionales y sólo emplearán la fuerza y los medios que exija garantizar la seguridad de Rusia. No hay ninguna necesidad de utilizar el arma nuclear para ello. En todo caso, ese supuesto exige que el país se encuentre ante una situación existencial desesperada, y bajo una amenaza real de desaparición. Ahora mismo la Federación rusa existe y continuará haciéndolo estupendamente, de modo que puede enfrentar sus retos con herramientas convencionales.
P: Me recuerdo siendo un niño en el Moscú de principios de los ochenta, un momento muy intenso de la Guerra Fría, y asomándome al balcón a ver si ya se alzaba el hongo de una explosión nuclear sobre la ciudad. Hoy habrá niños en Europa y en Rusia sintiendo un miedo semejante…
R: Si le preocupan los niños europeos, ha de pensar que esos niños ya viven en países rodeados de armas nucleares, que no son rusas, sino norteamericanas. No las hay en España. Pero sí en Italia, Holanda, Bélgica o Alemania. Cada vez que les preguntamos a los norteamericanos qué hacen ahí esas armas, nos dicen que las tienen «por si acaso». ¿Qué «acaso» es ese? En diciembre del año pasado, antes del comienzo de la operación especial en Ucrania, Rusia ofreció a los norteamericanos sacar sus armas nucleares de Europa. Se negaron.
P: ¡Pero admitirá que quienes esgrimían el «por si acaso» demostraron tener unas luces extraordinarias! Rusia se anexionó Crimea en el 2014 y ha desatado ahora una guerra contra Ucrania.
R: No puedo estar de acuerdo con eso. Sobre todo porque las cosas no cambiaron en 2014, sino en 1999, cuando la OTAN bombardeó a Yugoslavia en el corazón de Europa, creando Estados a su antojo. Es probable que el cinismo de los europeos que se sometieron entonces a los norteamericanos haya generado un cinismo especular en Moscú, que no ha querido poner la otra mejilla. Yo veo más bien los orígenes de esta situación en la reticencia de Europa a considerar a Rusia como un actor independiente y la pretensión de someter su voluntad. Ignorar los intereses de los demás acaba provocando consecuencias trágicas como las presentes.
P: ¿Cómo evalúa el riesgo de que se acaben usando armas nucleares en la guerra actual?
R: Es evidente que hay un riesgo no premeditado, pero un riesgo cierto de guerra nuclear. De modo que los niños en Europa y en Rusia no pueden irse a la cama tranquilos, no. Una mala comunicación, una interpretación errónea de las acciones de la parte contraria, puede conducir a la utilización accidental de armas nucleares. Hay un riesgo pequeño, pero un riesgo terrible.
P: ¿Qué podríamos hacer para rebajarlo ahora mismo?
R: Europa tiene que disminuir el número de armas nucleares que hay en el continente. Se podría establecer un corredor libre de armas nucleares que corra entre el mar Báltico y el mar Negro. Esa no será la solución definitiva del problema, pero ayudará a sosegar los ánimos. En Rusia somos muy sensibles a los rumores de que Polonia se dispone a alojar armamento nuclear en su territorio. Igual de sensibles estarán los polacos si Rusia emplaza armamento nuclear en Bielorrusia. Y ese es un escenario posible.
P: A veces tengo la impresión de que los líderes rusos de hoy no están a la altura de los líderes soviéticos del pasado. En Gromyko, el célebre «Mister Niet», por ejemplo, se podía confiar, aun desde la discrepancia. En Lavrov o en Putin, no
R: Tendrá que pasar algún tiempo hasta que podamos evaluar la actuación de los líderes de hoy. Pero a mí me preocupa otra cosa, fíjese. No advierto una sola figura brillante en Europa. Un Giscard D’Estaing, por ejemplo: líderes capaces de asumir responsabilidades. Tengo la impresión de que en Europa gobiernan gestores. Usted no ve en Putin a una figura de envergadura, pero tal vez convengamos en que en Europa hay mucha mediocridad. A no ser que me quiera ilustrar ahora dándome nombres de líderes europeos con visión.
P: Más bien me gustaría preguntarle algo a la luz de ese diagnóstico sobre los liderazgos, ¿lo da todo por perdido?
R: Depende qué consideremos que se pueda perder…
P: La paz en Europa, la ambición de un futuro compartido
R: Tal vez la vida en sociedades futuras que hayan superado el marco actual de los Estados sea más interesante que esta. En los márgenes, las ruinas o el perímetro del ente que muera podría surgir algo apreciable. Eso sí, la seguridad europea hoy está en estado ruinoso. Y cuando pienso en cuánto viviremos entre estas ruinas, me viene a la mente la idea de mi buen amigo Dmitri Trener, hasta hace poco director del Centro Carnegie en Moscú, quien decía que la Crisis de los Misiles de 1961 había durado trece días y la que vivimos ahora durará trece años.
P: Comenzamos hablando del peligro de una guerra nuclear y ahora nos estamos paseando entre ruinas…
R: Pero no por las ruinas que dejaría una explosión nuclear, ciertamente. Nos ha de preocupar la construcción de la Casa común europea, las oportunidades que estamos dejando escapar para levantarla. Pienso en las ruinas de los acuerdos que alguna vez alcanzamos, en todo lo que ha quedado destruido y habrá que recomponer desde cero.
P: Ahora se está hablando mucho del uso de armas nucleares tácticas. ¿Qué opinión le merece eso?
R: Las guerras nucleares limitadas no existen. Pero cuando pienso en los riesgos de una guerra nuclear, le he de decir francamente que si alguna vez nos encontramos con una, es más probable que estalle en el sur de Asia o en otras regiones del planeta, porque el comportamiento responsable con el arma nuclear nunca va a abandonar a los líderes de Rusia y los Estados Unidos.
P: Que Ucrania se vea sometida a la agresión rusa, después de haber cedido las armas nucleares que heredó de la URSS, puede generar el deseo de adquirirlas. Hay una gran tentación ahí, ¿no le parece?
R: El régimen de la no proliferación está sufriendo una erosión importante desde hace años. Tenemos el ejemplo de Libia. Gadafi nunca se hizo con el arma nuclear, pero siempre coqueteó con la idea. Y ya se sabe cómo acabó. Tengo la convicción de que los norcoreanos impulsaron su programa nuclear al ver lo que la OTAN hizo con Gadafi. En cuanto a Ucrania, se trata de un país que jamás tuvo armas nucleares propias. Eran armas ubicadas en su territorio, pero de las que Ucrania no disponía.
P: Por si fuera poco, el desarrollo de nuevas armas promete ser un reto enorme para la seguridad futura.
R: El arma nuclear es un arma terrible del s. XX que se ha colado también en el s. XXI. Y, en efecto, ahora se están desarrollando nuevos tipos de armas que no están contempladas en ningún tratado. Quien consiga ser el primero en desarrollarlas y amenace al mundo con ellas, podrá estar conforme con la destrucción del arsenal nuclear. ¡Ya no lo necesitará!
Fuente: https://www.elmundo.es/internacional/2022/06/10/62a32d0b21efa00c428b45b3.html