La penitente historia del carpintero que sobrevivió a una caída imposible y desde 1985 no para de clavarse en la cruz cada Viernes Santo. Tiene sus propios clavos y una historia que en su tierra, Filipinas, hay una docena de personas más que imitan. Este año el ‘Poncio Pilatos’ de su pueblo ha prohibido toda crucifixión so pena de detención y multa
LUCAS DE LA CAL / Corresponsal Asia / CRÓNICA / EL MUNDO
La penitencia de Ruben Enaje comenzó tras sobrevivir a una caída desde un tercer piso. Estaba puliendo la barandilla de un balcón cuando el suelo se hundió. Cayó sobre una pila de escombros. Pero se levantó sin ningún rasguño. Este devoto católico se comprometió entonces con Dios a que haría un gran sacrificio para pagar el «milagro» de tener una segunda vida: ser crucificado en la cruz como Jesucristo . Así hizo. Literalmente.
Ahora lleva tantas clavadas en su cuerpo como años cumplió Jesús. Y ahí se quedará de momento, pues el Poncio Pilatos de su tierra, San Pedro Cutud, un pueblo de Filipinas, ha dado orden de detener a todo aquel que participe este año en un doloroso ritual que hasta la propia iglesia filipina no aprueba.
Esta es la historia de un carpintero, como Jesús. La de un hombre de 61 años que, debido a un accidente laboral, ha revivido la Pasión de Cristo en su propia piel hasta 33 veces desde 1985. La de un peregrino del Calvario que guarda cada año sus clavos especiales en alcohol, esperando a que llegue el Viernes Santo en el que echarse a sus espaldas la pesada cruz de madera de 37 kilos y caminar 1,7 kilómetros hasta la cima de la colina donde será crucificado.
Tres décadas de penitencia que comienza con una corona de espinas que se pone en la cabeza. Está hecha con makabuhay, una enredadera que crece en climas tropicales y que se utiliza en pócimas de medicina herbal. Las gotas de sangre le caen sobre la túnica blanca roída que lleva y se mezclan con las de sudor. Las temperaturas suben hasta los 42 grados. Una muchedumbre de fieles lo sigue vitoreando cada paso, acompañando con rezos la senda del Calvario. Por el camino, Rubén se encuentra con otros hombres encapuchados que se golpean la espalda con látigos toscos y pedazos afilados de bambú.
Un grupo de centuriones con capas rojas espera a Ruben en la cima de la colina, justo delante de un enorme campo de arroz. Nada más llegar, empieza a burlarse de él. Lo insultan. Lo escupen. Lo tiran al terreno arenoso. Uno de ellos lo abofetea con la palma de la mano derecha bien abierta. Otro coge un látigo y empieza a fustigarle. Hasta cinco latigazos en la espalda. Luego, le rasgan la ropa para dejar su torso desnudo y lo postran sobre la cruz, que permanece inclinada.
Los oficiales de la antigua Roma utilizan clavos de acero de tres pulgadas de largo empapados en alcohol. Dos en la mano y dos en los pies. Se necesitan dos golpes de martillo para perforar el clavo a través de las manos en la madera. En los pies, son tres los golpes de martillo que se dan para que queden planos. Rubén apenas grita. Soporta el dolor cerrando los ojos, respirando fuerte y rezando en silencio.
Cuando la cruz se levanta en posición vertical, Ruben alza la vista y ve a miles de personas alrededor que lo están observando. Al frente de la caballería romana hay un centurión chapado en oro y subido a un carro. Los caballos levantan la arena manchada de sangre. Durante los primeros minutos, Rubén se siente mareado. Cuando nota que se va a desmayar, vuelve a cerrar los ojos y reza un Padrenuestro . El poco de viento fresco que sopla le alivia un poco.
La crucifixión dura hasta 15 minutos. Los centuriones lo bajan con cuidado, sacando despacio los clavos que dejan en un frasco de alcohol para desinfectarlos. Ruben se levanta de inmediato. Asombrosamente, puede caminar con apenas una pequeña cojera y llegar a la pequeña tienda donde los médicos limpian y desinfectan sus heridas. Descansa sentado en un taburete 10 minutos, observando las otras crucifixiones. Después, vuelva a casa andando, como si nada hubiera ocurrido.
La pandemia ha dejado a Ruben dos años sin su particular Calvario. Estaba listo para retomar el viernes el Vía Crucis en San Pedro Cutud, un empobrecido pueblo de la localidad de San Fernando, en Filipinas. Todo estaba preparado. Pero las autoridades filipinas al final han decidido a última hora cancelar de nuevo los rituales.
«Prohibimos la crucifixión, autoflagelación y cualquier acto de imitación del sufrimiento de Jesucristo durante la Semana Santa», reza la advertencia firmada por el alcalde de la ciudad, Edwin Santiago. Todo aquel que se salte la orden ejecutiva, será detenido y multado con 5.000 pesos (90 euros). Ruben ha decidido que volverá a la colina de las crucifixiones. Pero solo se postrará de rodillas para rezar.
El Jesucristo filipino se crío en una cuna Kapampangan, el sexto grupo etnolingüístico más grande del país. Se ha ganado la vida fabricando vallas publicitarias y pintando casas. Desde pequeño fue un devoto cristiano que no dudó en sumarse a un ritual que se lleva realizando desde 1961, cuando un grupo de feligreses decidieron recrear una versión de la Pasión de Cristo escrita por un dramaturgo local en la década de 1950.
Un curandero del pueblo, Antonio Añosa, fue el primero en ser clavado en la cruz. Los líderes católicos de Filipinas, la única nación predominantemente cristiana en el Sudeste Asiático -el 86% de la población confiesa el catolicismo-, condenan la práctica. También los funcionarios locales.
Son muchas las comunidades cristianas de todo el mundo que recrean la Pasión de Cristo, incluida la interpretación de papeles clave en la epopeya bíblica, con el acarreo de cruces y la narración de historias. Pero en San Pedro Cutud dieron un paso más realista y sangriento, recreando literalmente el dolor de Jesucristo. Una tradición que se permite y atrae a grandes multitudes cada año hambrientas de ver las sangrientas exhibiciones.
Ruben no es el unico crucificado en la colina de San Pedro Cutud. Hasta dos docenas de hombres al año (y ocasionalmente algunas mujeres) se someten a este ritual. Otro de los veteranos que siempre acompaña al carpintero es el pescador Willy Salvador , de 65 años, que lleva 15 clavándose en la cruz de madera. Y cada año se suman nuevos voluntarios. Son penitentes que, imitando el sufrimiento de Cristo, hunden en sus manos y pies clavos reales, mientras que otros llevan pesadas cruces o se arrastran por un suelo de hormigón caliente terminando con los codos y rodillas ensangrentadas.
También están los mandarame , nombre que reciben quienes azotan sus espaldas. Lo hacen, según cuentan, para limpiar sus pecados o como agradecimiento a Dios después de recibir una ayuda que considera «divina y milagrosa». La flagelación y la crucifixión solían atraer hasta 50.000 peregrinos y espectadores antes de la pandemia.
El carpintero es el devoto filipino más antiguo de esta dolorosa tradición cuaresmal. «Me desmayé una vez en la cruz, pero eso fue en los primeros cinco años de voluntariado, debido al calor y la asfixia. Durante todo el espectáculo, siento la presencia de Jesucristo que me hace sentir cómodo y hace que el dolor sea soportable», cuenta Ruben. «Mi cuerpo está envejecido y cansado. Ya no puedo llevar la cruz de madera como antes y apenas puedo soportar el dolor físico de mi penitencia». Pero Ruben quiere volver a ser crucificado por última vez cuando la pandemia dé tregua.
«Todo comenzó en 1985, cuando me caí del tercer piso de un edificio y escapé milagrosamente de la muerte. En ese momento, hice un voto a Dios de que haría un sacrificio para pagar mi segunda vida. Quería hacer eso recreando el acto de la crucifixión como acción de gracias. Un año después de mi accidente, me uní al Senakulo (escenificación de la crucifixión), donde llevé la cruz al Burol (Cerro de la Crucifixión)», explica Ruben
Senakulo, en Filipinas, es una celebración nacional que lleva el nombre del lugar donde se llevó a cabo, según los escritos bíblicos, la Última Cena. «La crucifixión es como una obra de teatro con el director y algunos actores actuando como centuriones mientras que hay otros que hacen de espectadores y unos pocos elegidos como Jesucristo. Tuve el honor de hacer de Cristo después de 15 años de crucifixiones, cuando ya era un devoto con experiencia», relata el carpintero, que sustituyó en el papel a un vendedor de pescado ahumado llamado Chito Sangalang, quien fue el protagonista del ritual desde 1986 a 2001.
EL ENCARGO A SU CUÑADO
Ruben confiesa que hace una década encargó a su cuñado que le preparara sus propios dos pares de clavos, empapados todo el año en alcohol dentro de una botella de vidrio esperando a que llegue el gran día. «He estado viendo la recreación desde que era un niño. Mi padre era parte del ritual y se autoflagelaba, y yo veía a otras personas hacer lo mismo. Empecé a llevar la cruz cuando tenía 20 años, y he estado representando la crucifixión clavándome en la cruz desde que tenía 26 años», continúa.
«Mientras llevo la cruz y me clavan en ella, todo lo que hago es seguir orando, pedir perdón y dar gracias por todas las bendiciones que he recibido durante todo el año. Mantengo la corona puesta hasta que termina el espectáculo. Las cicatrices de los picos se muestran en mi frente durante días».
Su esposa Juanita le cura las heridas después de cada crucifixión. Ruben tiene con ella cuatro hijos, tres varones y una mujer, que es la menor de los hermanos. Ella es la que le acompaña, da agua y vela por él durante los casi dos kilómetros en los que tiene que llevar la cruz hasta la colina.
El alcalde de San Pedro Cutud ha enviado a seis policías a custodiar durante toda la Semana Santa la colina donde se celebra el Senakulo. No quiere que nadie se salte la prohibición. Desde las iglesias filipinas celebran que la pandemia haya retrasado otro año más la brutal escenificación de cada Viernes Santo. Muchos sacerdotes piden a sus feligreses en los sermones que no acudan ni celebren esos rituales. Pero el espectáculo en el que se han convertido las crucifixiones ahora va más allá de la fe o penitencia. También es turismo y dinero bienvenido en un pueblo de pescadores.
Eran muchos los curiosos filipinos de otras partes del país y turistas extranjeros que viajaban a San Pedro Cutud para ver a Ruben Enaje y al resto de actores sangrar en la cruz. Pero este año los clavos del carpintero continuarán sumergidos en el bote de alcohol.
Fuente: https://www.elmundo.es/cronica/2022/04/15/625791dbfdddff419e8b458c.html