Mirar sin ser visto ha dejado de asociarse a observar algo que nos erotice. Hoy los ‘voyeurs’ consumen contenido de otros pero no comparten nada de sí mismos. Son el reverso de los narcisistas
REBECA YANKE / PAPEL / EL MUNDO
María del Carmen está haciendo albóndigas con tomate, la receta de su madre, de toda la vida celebrada por su marido e hijos, desde el quinto piso de una céntrica calle malagueña. Sus vecinos -cree ella- no lo saben, pero está cocinando en directo en TikTok, donde ya tiene más de 2.000 seguidores. Sueña con un día en el que sus marcas preferidas le manden productos con los que no parar de crear platos y que miles de personas lo vean a través de su móvil, en cualquier lugar del mundo. Hasta convertirse, por qué no, en un referente, en una influencer, en alguien conocido. Al fin y al cabo, así le ha sucedido a mucha gente.
En su directo gastronómico acaba de entrar Leticia, que también hace albóndigas e incluso pan y pizza, porque durante el confinamiento se sumó a la tendencia de amasar. Pero jamás se le ocurriría grabarse mientras amasa, hornea o, directamente, come pan. Cocinar, y mostrarlo, comer, y mostrarlo, son sólo dos tendencias -virales, si se quiere- de las redes sociales, como también lo son vestirse en público (enseñar el outfit) o ponerse una diadema con orejas de gatito y narrar la skincare routine. La pantalla del móvil es un espejo social y la investigación psicológica y sociológica se ha centrado en analizar, tradicionalmente, a los que comparten contenido en redes sociales, hasta demostrar que no sólo aumentan el narcisismo en quienes ya eran narcisos sino también en los que no tenían rasgos de ello.
Pero llegó el momento de analizar más profundamente a los que miran y no cuentan -dicen los informes más recientes sobre voyerismo en las redes sociales- a los cotillas, mirones y hasta stalkeadores. Una amplia tipología de personalidades entre pasivas y fisgonas en la que también se incluyen algunos haters, anónimos y trolls que, en una suerte de viceversa, alerta: somos una sociedad de narcisos y cotillas que no paran de retroalimentarse.
TikTok acaba de ponerlo en evidencia, activando en todo el mundo la posibilidad de que sepamos quién nos mira, como ya hizo en su día Instagram dejando que supiéramos quién ve nuestras stories.
No panic. Porque voyerismo ya no es, o no es únicamente, una parafilia que consiste en observar a otros manteniendo relaciones sexuales (por simplificar) sino una suerte de «rasgo personal común que disfrutan todos los individuos normales en diferentes grados», dice una investigación sobre el asunto del Instituto Tecnológico de Rochester (Nueva York). Un fenómeno que comenzó a expandirse a finales del siglo XX generando una «categoría expansiva de voyerismo aceptable; un comportamiento no sexual, inconsciente y personal en el mundo multimedia».
El término en inglés se conoce como «mediated voyeurism» y lo acuñó el investigador de la comunicación Clay Calvert en 2000, precisamente. Escribió hasta un libro sobre ello, Voyeur Nation, y sus argumentos se repiten incansablemente en todas las investigaciones sobre este fenómeno posteriores. Hay hasta quien afirma que habríamos directamente saltado de la cultura pop a la peep culture, utilizando el término anglosajón para decir fisgón o fisgonear.
Es así: hay quienes, por distintas razones, se pasan horas deslizando timelines sin decir esta boca es mía. Personas con cero publicaciones que sin embargo siguen, vigilan y, en ocasiones, controlan las de muchísimas personas; anónimas, influencers o celebrities, igual da. Pero no dicen ni pío. Luego están los que lo dicen todo, tanto que asusta. Pero uno y otro se complementan y se necesitan en el maremágnum que supone vivir en digital. Son también la base de los estudios sociológicos en los que se basan las organizaciones y marcas para publicitarse, promocionarse, mostrarse y el etcétera interminable de la vida de hoy.
«Narcisismo y voyerismo son dos necesidades sociales que sirven como gratificadores vitales», dice otro estudio. Y la psicóloga española Patricia Díaz Saco atina un poco más en la descripción cuando menciona el término «realización personal vicaria». Un «vivir a través de la vida de otros». Otra curiosidad demostrada en las investigaciones es que también ambos fenómenos consiguen que tanto unos como otros se sienten superiores practicándolos. Creemos que mirar nos empodera. Y creemos que exhibirnos también. El peligro es el de siempre: que el ser humano tiende a compararse.
«Por supuesto que narcisismo y voyerismo son fenómenos equiparables», dice rotundo Tomás Chamorro, psicólogo estadounidense que trabaja en la Universidad de Columbia. «Pensemos en el mero hecho de que millones de personas pasan horas y horas fisgoneando a otras. Ahora nos parece algo natural o normal, estamos acostumbrados, y las redes sociales han legitimado el voyerismo de la misma manera que han normalizado y legitimado el exhibicionismo, la autorrevelación inapropiada y la ilusión narcisista de que los demás están interesados en nuestro yo, sin censuras y sin filtros», argumenta.
Para Chamorro el gran cambio, «además de que todo esto suceda a gran escala, es la inmediatez y la bajísima barrera de entrada a la intimidad de tanta gente; el hecho de que los cotillas son recompensados, no son espectadores pasivos sino miembros activos de un juego que les da más de lo que quieren, que usa su mirada y reacciones para filtrar y seleccionar contenido, que valora el conocimiento que obtienen a través de estas actividades aparentemente no intelectuales…»
Lo mismo, pero desde otro ángulo, sostienen los especialistas en medios y mensajes. «Desde el punto de vista de las teorías de la comunicación», piensa el argentino Mariano Dagatti, «la gran novedad no es tanto el narcisismo o el voyerismo sino los nuevos canales de visibilización de esas prácticas». Dice Dagatti, citando a autores como Eliseo Durán, «que ha sucedido una revolución del acceso, la posibilidad de que usuarios, individuos y personas de toda índole puedan crear contenidos que circulen dentro del ecosistema mediático, algo que estaba limitado por las propias condiciones de acceso que tenían los individuos a la mediatización de sus contenidos en la esfera pública».
María del Carmen con sus albóndigas, como Carlota con su ropa, creando outfits sin parar para cualquier tipo de evento aunque luego lo único que haga es bajarse al bar de abajo a tomarse una caña. «Hoy, cualquiera de nosotros, con su celular o con su computadora, puede echar a andar un pensamiento por el circuito de Twitter, o por Facebook, o por TikTok o lo que sea», señala Dagatti.
Los investigadores reclaman mayor atención hacia este nuevo fenómeno que hemos ido generando, pero también consideran fundamental que no caigamos en el error de considerar este cotilleo al extremo ya validado socialmente como algo intrínsecamente malo. Como de hecho tampoco hacemos con los narcisismos más extremos. Un ejemplo: la amiga de turno que se pasa el día diciendo «selfie, selfie» y obligando a salir en la foto. Aunque ella sola se baste y se sobre. «Es un comportamiento común que sirve para entender a las masas», se lee sobre todo este asunto en una investigación de 2012: Mediated voyeurism on social networking sites. The Possible social needs and potential motivations of the voyeurs.
El informe también apunta que continuamente «observamos imágenes reveladoras e información sobre la vida aparentemente real de otras personas, a menudo aunque no siempre con fines de entretenimiento pero, frecuentemente, a expensas de la privacidad y la divulgación a través de los medios de comunicación a internet». Tan desparramado está el fenómeno -y tan en sombras al mismo tiempo, dadas las históricas connotaciones negativas del término- que algunos autores sostienen que de alguna manera se ha democratizado la posibilidad de tener algo que decir, al tiempo que se validaba la acción de espiar eso que tengan que decir. De la cultura pop a la peep culture, como ya se ha dicho, es una tendencia propia del siglo XXI aunque comenzara en el anterior, con los Gran Hermano, los distintos tipos de realities más tarde, los blogs -miles de personas alrededor del mundo narrando sus vidas-… «Pasando de observar a famosos, artistas o performers a observarnos a nosotros mismos, a nuestros vecinos e incluso a completos extraños en busca de entretenimiento, atención o cualquier conexión», concluye el estudio mencionado.
Como si con el dedo metido en la aplicación de turno, moviéndolo de arriba a abajo, estuviéramos poniendo en práctica un nuevo zapping no ya televisivo sino tecnológico, virtual, digital, multimedia. Todo a la vez. «Vivimos en una sociedad bajo la mirada de los demás y donde es fácil mirar a los demás. Las personas pueden sentir la liberación catártica de la confesión, el atractivo y el peligro de los chismes y el eterno consuelo del ritual en el proceso de espiar», prosigue Chamorro..
Chamorro dice que «hay un elemento de aburrimiento en todo esto», dado que «en lugar de otras actividades potenciales que la vida solía ofrecernos -salir, interactuar, trabajar, leer- parece que es mucho más agradable mantenerse al día con el desayuno del gato de nuestro vecino».
«El voyerismo tiene distintas finalidades», resume el psicólogo Buenaventura del Charco: «Búsqueda de sensación de control -yo observo desde mi seguridad y eso me da poder-, el morbo de hacer algo incorrecto; como mecanismo compensatorio (en quienes también se exhiben) o para tener una aproximación a algo que se desea pero a lo que nos da miedo acercarnos». «Así que nos quedamos con la sensación que evoca en nosotros el observarlo, ver a una chica que no me atrevo a intentar ligarme, observar a alguien hacer algo que me atrae pero considero reprobable, ver a alguien a quien me gustaría parecerme pero me siento incapaz de lograrlo», enumera este profesional.
Fantasear, uno solo, en su sofá. Imaginar. O coger ideas de otros que nos puedan servir para mejorar nuestra vida. Todo esto sería la parte positiva de un fenómeno que, según los expertos en psicología, obliga a los menos equilibrados a ser aún más cuidadosos si cabe, ahora no sólo con lo que comparten en redes sino también con lo que miran. «Es la ley de juicios comparativos: cómo de guapo soy comparándome con el influencer de turno, qué deseamos pero no nos atrevemos a hacer, y el voyerismo como una válvula de escape».
Otro ejemplo habitual: googlear el nombre de las personas que acabamos de conocer o que hemos oído al vuelo. «A medida que tratamos de ser inclusivos, todo aquello que queremos saber, aspecto, clase, raza, género, atractivo, son precisamente todas las cosas que deberíamos hacer todo lo posible por mantener en la esfera más privada de nuestras vidas», alerta el psicólogo Tomás Chamorro. Y culmina: «La plenitud que deja la curiosidad social es muy efímera, después de un tiempo necesitamos más. Estamos alimentando nuestra mente hambrienta con comida chatarra».
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2022/05/04/6272b29a21efa09a1b8b4598.html