Los Periodistas

Viaje por el reino budista de la marihuana | Papel

De Chiang Mai a Phuket, pasando por Bangkok, recorremos el triángulo del nuevo oro verde tailandés

LUCAS DE LA CAL / Chiang Mai – Bangkok – Phuket / PAPEL

Christian vende los porros ya liados. Más bien son super porros con papel extra largo hechos a base de celulosa, que en la jerga del fumeta se llama «papel de L», del tamaño de un boli BIC. Los tiene metidos en botes de plástico, bien prensados con un tapón de corcho. Aunque si el cliente es un experto manufacturero y prefiere liárselos él mismo, puede comprar directamente la hierba al peso.

Encima del mostrador hay para elegir una veintena de variedades de marihuana que se guardan dentro de frascos de vidrio. Todos están marcados con una etiqueta que indica el porcentaje de THC -tetrahidrocannabinol-, el agente psicoactivo del cannabis, lo que coloca. Los frascos también tienen variopintos nombres inventados: «Princesa», «Ventana blanca», «Arroz pegajoso de mango», «Masaje tailandés con final feliz».

En junio de 2022, se despenalizó el cannabis en todo el país y las autoridades liberaron a casi 4.000 presos

Christian se bautizó a sí mismo con ese nombre cuando estudiaba en Reino Unido. Su nombre tailandés, dice, es demasiado largo e impronunciable para el intelecto occidental. Con 24 años y después de graduarse como ingeniero de sistemas, regresó a su país. Pero no para entrar a trabajar en alguna empresa de software. Quería ser dispensador de marihuana.

Se instaló en Chiang Mai, cuna turística al noroeste de Tailandia. Allí abrió su propio negocio el año pasado aprovechando un cambio de legislación que convirtió a este reino budista en el primer país de Asia en despenalizar el cannabis. Sobre el papel, solo se despenalizó para usos médicos e industriales, no para fines recreativos. Pero extraoficialmente, bajo la permisividad absoluta e incentivada de las autoridades, se dio paso a la apertura de miles de tiendas y ‘coffee shops’ donde se vende la «Santa María», como la llaman algunos grupos indígenas de las profundidades del Amazonas, y todo tipo de productos derivados de la misma.

«Ahora todo el mundo dice que Tailandia se ha convertido en el Ámsterdam de Asia», comenta Christian mientras intenta convencer a una pareja de extranjeros, que son casi la totalidad de sus clientes, que la hierba local que quieren probar es muy suave, apenas un 10% de THC. Para colocarse bien, asegura, es mejor otra nacida de semillas importadas de Canadá. Esa tiene un 20% de THC, que para los estándares es una cantidad alta. El gramo de la marihuana canadiense lo vende por 300 bath, que al cambio son alrededor de ocho euros. El de la tailandesa cuesta la mitad. Son precios más populares que en el mercado europeo, ya sea en el escaparate legal de Ámsterdam o el que pone el camello de turno que se busca la vida en España.

Chiang Mai, rodeada por un inmenso valle con elefantes, tiene menos de 130.000 habitantes y 226 tiendas de marihuana como la de Christian. La parte vieja de la ciudad está tomada por turistas de todo el mundo. Desde el chino con dinero que se aloja en un resort de lujo, al mochilero islandés que, aunque se pase todo el día bajo el sol, sigue teniendo la piel más blanca que la horchata. Entre angostos callejones rodeados de templos budistas y puestos de comida dónde son populares los exquisitos fideos al curry, asoman dispensarios de cannabis nada discretos.

«Muchos visitantes, sobre todo los grupos de chicos jóvenes, cuentan que se decantaron por Tailandia y no otros destinos populares en la región como Bali o Malasia porque aquí ahora se puede comprar toda la marihuana que uno quiera a buen precio. Yo lo único que les recomiendo es que no la fumen en la calle, que lo hagan dentro de los locales habilitados para ello o en sus habitaciones de hotel. Aunque en lugares como Chiang Mai la policía lo tolera bastante, te pueden multar o detener por fumar en la vía pública», explica Suphanat, un treintañero que regenta una cafetería donde, además de bolsas con marihuana y porros ya liados, también vende galletas, pasteles, chucherías y té con CBD, el cannabidiol que se encuentra en el cannabis pero que no contiene THC y que se usa en las terapias medicinales con la planta.

En Chiang Mai, el negocio del cannabis ha calado hacia todas direcciones. Uno de los restaurantes más populares, The Service 1921, ofrece cocina fusión con platos que contienen CBD. Al lado hay una clínica que trata la depresión y la ansiedad con ayuda del CBD, tanto fumado con vapeadores como en forma de cremas que se extienden por el cuerpo en sesiones de spa. Y hasta hay un centro de desintoxicación para los turistas que, en vez de fumarse todo lo que pillan, lo que quieren es curar sus adicciones.

A 700 kilómetros al sur de Chiang Mai está la siempre bulliciosa y vibrante Bangkok, primer lugar donde el gobierno militar tailandés quitó a la marihuana de su lista de narcóticos, sembrando un precedente en una región asiática conocida por las duras leyes contra las drogas. En junio de 2022, se despenalizó el cannabis en todo el país y lo primero que hicieron las autoridades fue poner en la calle a casi 4.000 presos que estaban cumpliendo penas de cárcel por delitos relacionados con el tráfico o consumo de marihuana. Después de eso, el Ministerio de Salud Pública dijo que 110 millones de bath (alrededor de tres millones de euros) recaudados en multas iban a ser devueltos a los infractores y que las 16 toneladas de cannabis incautado que había en espera de destrucción, serían también devueltas a sus propietarios.

Al frente de este giro radical estuvo el ministro de Salud, Anutin Charnvirakul, quien llevaba años haciendo campaña para legalizar el cultivo de marihuana en el país. El ministro trató de captar el interés de los futuros cultivadores anunciando que el Gobierno repartiría por todo el país un millón de plantas de cannabis con un nivel de THC inferior al 0,2%.

La nueva ley ahora señala que cualquier persona puede cultivar o poseer cannabis para uso doméstico únicamente notificándolo a las autoridades. La Administración de Drogas y Alimentos ha abierto una plataforma en línea para facilitar el registro. Para cultivar plantas con fines comerciales, el único requisito para la venta es que el THC sea inferior al 0,2%, aunque en la gran mayoría de las más de 5.000 tiendas de marihuana que se estima que hay por todo el país, se vende una hierba que supera por mucho esa cantidad.

Respecto al consumo, en enero el Ministerio de Salud publicó una guía: «Las personas mayores de 20 años y que no estén embarazadas o amamantando pueden consumir cannabis legalmente dentro de la residencia de una persona o de los locales con licencia. Fumar marihuana en lugares públicos como escuelas, templos y centros comerciales puede dar lugar a una multa de 25.000 baht (670 euros) y una pena de prisión de tres meses».

Ahora mismo estamos en una especie de zona gris que no sabemos si mañana será blanca o negra

La realidad es que, en la profundidad de la noche de Bangkok, en zonas como Patpong, uno de los barrios rojos, el inconfundible olor a marihuana se ha convertido en parte del tejido olfativo social. En la entrada de uno de los callejones de la zona que están llenos de garitos de fiesta, cada fin de semana aparca su coche un chaval llamado Chaya, que al abrir el maletero descubre un enorme dispensario de cannabis. A primera vista -chico joven que vende porros en el maletero de su coche- puede parecer un vendedor clandestino, pero Chaya tiene el certificado firmado por el Ministerio de Sanidad necesario para montar su kiosko en la calle.

«Ahora mismo estamos en una especie de zona gris que no sabemos si mañana será blanca o negra», «, explica Chaya. «En teoría, las ventas, a nivel legal, están restringidas para fines médicos. Yo en mi certificado dejo claro que únicamente puedo vender a clientes que vengan bajo la supervisión médica. Pero la ley no nos requiere a los vendedores que exijamos un comprobante al comprador que justifique que eso sea así. Por lo tanto, cualquier persona puede comprar marihuana».

A una hora en avión al sur de Bangkok está la isla de Phuket, la más grande de Tailandia, cuya economía depende un 80% de la industria turística. Antes de la pandemia, eran grupos chinos los reyes del turismo. Pero después de que el gigante asiático permaneciera tres años aislado del mundo con sus fronteras selladas, tanto para salir como para entrar, son los rusos los que ahora se lanzan masivamente a las playas de esta isla, donde no se les requiere visa. Los rusos también son los principales clientes de las tiendas de marihuana de Phucket, que forma junto con Chiang Mai y Bangkok, el próspero triángulo del nuevo oro verde tailandés. Al ritmo que crece la industria nacional de cannabis, según una estimación reciente de la Universidad de la Cámara de Comercio de Tailandia, podría tener un valor de más de mil millones de euros en un par de años.

En una playa cercana, hay una chica tailandesa que organiza sesiones de yoga para turistas en las que incluye, además una bebida de coco, un porro. Y, a pocos kilómetros hablamos con Pai, quien abrió con su pareja un chiringuito en una playa al sur de Phuket donde vende por menos de cinco euros el gramo de una marihuana cultivada por un amigo suyo. Y no puede estar más contento con su negocio: «En los tres meses que llevo vendiendo, he ganado más dinero que en medio año en mi anterior trabajo como monitor de buceo».

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2023/03/06/6403452221efa0a8378b45ab.html

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio