Casi 150 museos, estatuas, parques y teatros rinden tributo al tirano en Yan’an. Un millón y medio de chinos la visitarán en pleno furor patriótico por el centenario del Partido Comunista y la victoria sobre el virus
TEXTO Y FOTOS DE LUCAS DE LA CAL / EL MUNDO
Una treintena de jubilados, todos disfrazados con el uniforme azul que usaban los soldados del ejército chino a mediados del siglo pasado, con gorras con estrellas rojas y carteras colgantes estampadas con la cara de Mao Zedong, bajan despacio de un autobús que acaba de llegar a la puerta del Museo de la Revolución de Yan’an. Antes de entrar, cuatro señoras cruzan la acera para hacerse una foto con una gran piedra anclada en el asfalto que tiene tallada una frase en rojo: «Cuando bebas agua, no olvides que fue el Partido Comunista Chino quien cavó el pozo para ti».
Una de las señoras, Xifan Chen, de 68 años, no lo olvida. «Todo lo que tenemos ahora se lo debemos a los héroes que dedicaron su vida para convertir a China en un gran país, libre y próspero», dice Xifan mientras entra al patio del museo para hacerse otra foto bajo una estatua de bronce de seis metros de Mao Zedong. «Venir a este lugar, donde todo comenzó, es muy emocionante», continúa. Ella y su marido son los únicos de este grupo de jubilados que hablan un fluido inglés porque estuvieron trabajando en una fábrica en Canadá. Todos viven en la ciudad de Xiamen, al sureste de China.
-Como ustedes, miles de turistas visitan cada año Yan’an. Tiene fama de ser una ciudad con un fuerte sentimiento patriota.
–No hay otro lugar en el mundo donde un ciudadano se sienta más orgulloso de su país. Aquí nació el alma de nuestra nación.
La señora Xifan y el resto de los jubilados han hecho más de 2.000 kilómetros para visitar el que fuera el bastión militar del Partido Comunista Chino (PCCh) entre 1936 y 1948, el lugar donde el líder Mao Zedong, en plena guerra civil, se refugió con 8.000 soldados de su Ejército Rojo y planeó la posterior fundación de la República Popular China en 1949.
Hace años que Yan’an, una remota ciudad minera de dos millones de habitantes entre las montañas de la provincia de Shaanxi, al norte de China, es la Tierra Santa de los patriotas. Millones de chinos hacen cada año la llamada «ruta del turismo rojo». Y Yan’an es su epicentro de peregrinaje.
Todas las semanas llegan aviones llenos de jubilados que se mezclan con grupos de niños de colegios y chavales de universidades de todo el país. La excursión a esta ciudad forma parte del programa de educación patriótica que se enseña en las aulas. Según Ctrip, la empresa de viajes más grande de China, uno de cada dos turistas que van a Yan’an tiene menos de 30 años.
«Con la pandemia hemos pasado muchos meses duros, sin turismo y algunos negocios en la ciudad han cerrado. Pero ahora estamos remontando. Hemos decidido por ahora que todas las exposiciones y museos sean gratuitos. Esperamos que este 2021 podamos alcanzar unas cifras similares al millón y medio de visitantes anuales que teníamos antes de la pandemia», explica un funcionario de la oficina de Comunicación de Yan’an que se identifica como Li, quien fue uno de los técnicos de Pekín que el Gobierno mandó a esta ciudad hace una década para supervisar los programas de alivio a la pobreza y dar un empuje al turismo en la ciudad. «Sobre todo, ahora viene mucha gente que está agradecida por el gran trabajo que ha realizado el Gobierno para controlar el coronavirus. Quieren ver los orígenes de la China desarrollada que conocemos hoy en día», sentencia.
Li, en parte, tiene razón. El aparato propagandístico de Pekín lleva tiempo esforzándose para que, sobre todo los jóvenes, que no tienen tanto apego emocional como sus abuelos porque no han conocido la pobreza de épocas pasadas, interioricen ese orgullo nacional. La narrativa la tienen a su favor para incentivar estos viajes patrióticos: mientras el resto del mundo sigue deprimido por la pandemia, en China la vida hace tiempo que volvió a la normalidad en todo el país y es la única gran economía que crece en tiempos de la Covid. Además, este 2021 se cumplen 100 años del nacimiento del Partido Comunista Chino (PCCh) y una vuelta por el parque de atracciones maoísta es un buen lugar para empezar ese viaje de reconciliación con los sentimientos nacionales.
Nuestros actuales valores como sociedad se forjaron entre estas paredes
HUA WANG, ESTUDIANTE DE TIANJIN
Como apunta el funcionario Li, estos días la ocupación hotelera en Yan’an está cerca de alcanzar las cifras habituales de anteriores primaveras. No hay ningún tipo de restricción por un virus que lleva desde Navidades sin dejarse ver por esta zona del norte de China. Algunos viandantes llevan mascarillas. Otros, no. Lo más atípico es que en los hoteles de la ciudad, a excepción del único de cuatro estrellas, no dejen alojarse a extranjeros. «Son normas de la policía», dice un recepcionista. Con las fronteras cerradas para extranjeros desde marzo del año pasado, el 99% de la gente que entra al país con la Covid en la maleta nació en China.
De vuelta al Museo de la Revolución, grupos de jubilados, universitarios y escolares visitan la sala donde se expone la pistola que usaba Mao Zedong y leen los pergaminos que explican cómo los heroicos soldados comunistas, alimentándose sólo de arroz y viviendo en cuevas, lograron fundar la nueva China. Precisamente, a 20 minutos andando del museo, están los famosos Yaodongs, las cuevas artificiales, excavadas en laderas, donde dormía Mao y sus seguidores más fieles, como Liu Shaoqi, Zhu De y Zhou Enlai, que luego se convirtieron en los líderes del país desde el trono de Pekín.
Uno puede entrar en la cueva de Mao, tocar la cama en la que durmió o el escritorio donde escribió sus primeras cartas sobre las ideas que dieron forma al «comunismo con características chinas», separándose de la ideología soviética de Moscú. Luego, evolucionó al «socialismo con características chinas» del presidente Xi Jinping, que ahora domina todo el espectro ideológico de la segunda potencia mundial. «Hubo momentos oscuros, como en todas las historias. Pero lo importante es que nuestros actuales valores como sociedad se forjaron entre estas paredes», defiende Hua Wang, una veinteañera que estudia en la ciudad de Tianjin, pegando a Pekín. Hua dice que tiene el carnet de las juventudes del Partido Comunista. En el viaje le acompañan sus compañeros de clase.
Un poco más abajo de la cueva de Mao está el gran auditorio donde se celebró el séptimo congreso del PCCh, al que asistieron 755 políticos en 1945, cuando los líderes comunistas comandaron la guerra contra los japoneses y finalizaron el llamado Movimiento de Rectificación, que supuso una purga ideológica contra todos aquellos políticos e intelectuales chinos que rechazaban el liderazgo autoritario de Mao.
En total, Yan’an tiene 140 sitios revolucionarios. Así llaman los folletos turísticos a todos los monumentos a los líderes, variopintas estatuas, placas, parques y museos con actuaciones musicales y obras teatrales que convierten a esta ciudad en un gran Disneylandia del maoísmo. Pero para completar el viaje por la tierra de los patriotas chinos hay que salir de la ciudad e ir a las montañas del norte de Yan’an, donde se encuentra la aldea de Liangjiahe. Allí, el protagonista del relato y de los murales en las paredes es el actual presidente de China, Xi Jinping. Las hazañas que enaltecen el culto al omnipresente líder se pueden ver en esta pequeña aldea donde Xi fue enviado en 1969 para aprender el oficio de campesino durante las campañas de reeducación de Mao Zedong. Era la época de la Revolución Cultural y Xi era un príncipe rojo, hijo de la élite política pequinesa purgada por Mao, que fue readmitida una década después.
Según cuentan las biografías edulcoradas con dosis de exageración y nacionalismo, el presidente de China, al igual que Mao, vivió siete años en las cuevas de Liangjiahe, durmiendo en una cama hecha con ladrillos y arcilla. Años después, en 1974, cuando Xi se convirtió en el secretario del PCCh de la aldea, dirigió una serie de proyectos, como la construcción de pozos, para que los aldeanos tuvieran agua corriente y una presa que transformaría la gran área montañosa de tierra árida en campos productivos.
Todo ello lo cuenta un guía turístico que por menos de 10 euros enseña las cuevas donde durmió el presidente y sus compañeros purgados, hoy reconvertidas en hoteles y restaurantes, que atraen a miles de turistas cada mes.
La visita también incluye el pozo que cavó el presidente o el huerto que plantó. Esta aldea, al igual que ocurre en Yan’an con Mao Zedong, se ha convertido en otro parque temático dedicado al culto a la personalidad de Xi Jinping. Hasta tal punto que los aldeanos venden tazas con la cara del líder y ofrecen un «menú Xi» para comer.
La conexión del presidente con la aldea ha ayudado a la economía de la zona, ya en alza gracias a los visitantes que quieren conocer la historia de Mao y los primeros líderes del partido. En los últimos cinco años, el ingreso anual per cápita de toda la región de Yan’an ha aumentado 12.000 yuanes (1.500 euros). En 2019, oficialmente, las 14 familias pobres que quedaban en Lianghiaje dejaron de serlo. La aldea también le ha servido al propio Xi para promocionarse como un tipo humilde que empezó desde abajo y así legitimar aún más su poder vitalicio al frente del régimen. Mientras, el pueblo chino engulle la doctrina con orgullo y disfruta de la propaganda.
El viaje por la cuna comunista de China termina en uno de los sitios revolucionarios donde también acaban de llegar los jubilados que van disfrazados con el uniforme militar azul. Algunos sacan sus móviles para hacer fotos a una marquesina con un cartel que señala algunos valores históricos de Yan’an: democracia, libertad, igualdad, justicia y patriotismo.
Serían buenos valores que inculcar a los turistas si no fuera porque el único real en ese lugar, y en toda China, es el último de todos: el patriotismo.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2021/03/23/605a2c68fc6c8313648b460c.html