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Una noche dentro de una ceremonia de ayahuasca: «Es una experiencia inexplicable. Si no lo vives es imposible hacerse una idea» | Papel

EL MUNDO asiste como testigo a una ceremonia de toma de la planta milenaria, medicinal, sagrada y controvertida de las tribus amazónicas, que suma cada vez más simpatizantes en occidente en busca de viajes psicodélicos y estados de alucinación para alcanzar nuevos ámbitos de conciencia

FOTOGRAFÍAS: ANTONIO HEREDIA

ANTONIO LUCAS / PAPEL

La cita es a las nueve de la noche, en una casa de campo de la sierra de Madrid donde la primera en dispensar alegría es la perra Happy. Los convocados a la vieja ceremonia recibieron unos días antes, por Whatsapp, detalles de localización e instrucciones de uso: «Por favor, trae contigo botella de agua (reutilizable preferiblemente). Manta y/o saco de dormir y almohada, estarás más cómodo en las tuyas 🙂 Y algo rico para compartir en el desayuno! (…) Nos vemos el miércoles». Los asistentes deben cumplir también una dieta, al menos durante las 48 horas previas: reducir la sal y el azúcar; no ingerir carne, fritos ni comida muy condimentada o picante; no beber alcohol, café, té negro u otro excitante; no consumir drogas; posponer relaciones sexuales. Absténganse también personas con problemas psiquiátricos.

Cuando el sol de julio afloja, los primeros invitados llegan a la casa: de Galicia, de Málaga, de Madrid. Nueve personas de entre 40 y 55 años. La bienvenida la da Nak, el chamán que oficia en este miércoles el ritual con ayahuasca. Nak descubrió la Amazonía peruana y los supuestos poderes de las plantas milenarias a los 27 años. Convivió con algunas tribus nativas: huachipaires, ashaninka o machiguengas. Y no ha dejado de viajar dos veces al año a la «cuna». Es discípulo del ayahuasquero Juan Flores. Nak pasaba en los retiros de selva hasta un mes de encierro con las plantas, alimentándose de zanahoria y avena cocida, agua y brebajes enteógenos. «Hay momentos de conciencia en los que la realidad es otra e inmensa», explica. Por entonces trabajaba como diseñador gráfico en una empresa de publicidad. «El estrés era mi rutina», informa. «Había llegado a un momento de desengaño con casi todo y descubrí en las ceremonias de sanación un mundo más ancho, un antídoto contra la tiranía del ego, una capacidad de trascendencia. El problema era regresar a Madrid y a la rutina alienante de la ciudad… Hasta que escogí el camino de la revelación de la planta».

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Nak es un flaco profesional, de verbo ligero, de expresiones cósmicas. Abraza y besa a los que llegan. Ofrece agua fresca. Todos lo conocen, pero ninguno de los asistentes ha coincidido antes con los otros. Nak va y viene del jardín a la casa, supervisando detalles finales para el ritual. La gente se sienta alrededor de una mesa, a la sombra de un chopo, y se dan los nombres, cruzan experiencias, se observan curiosos, se interrogan. Nueve personas celebran hoy la ceremonia de ayahuasca. La primera en llegar es G. (la inicial ficticia de su nombre para el reportaje). Vive entre Málaga y Madrid. Lleva 20 años asistiendo a estos encuentros. También conoce la Amazonia y habla con entusiasmo de experiencias propias moviendo de un lado a otro su melena sin vereda. «Para mí es una manera de estar mejor en la vida. Tengo mi trabajo, mis hijos, mis rutinas. La planta me concede una fuerza y una clarividencia extraordinaria. Suelo hacer un par de tomas al año«. A. es otro asiduo a las ceremonias de Nak. Y también está R., docente, que probó la planta hace dos años. Los demás prefieren no dar detalles y exigen no aparecer en estas páginas.

El último en llegar a la asamblea psiquedélica es Diego, abogado, también con décadas de costumbre. «Esta es una ceremonia íntima», advierte Nak. «Por eso es tan hermosa. En ocasiones hacemos encuentros con 20 personas o más, pero la intimidad de aquí es un lujo». Existe un boom de las ceremonias de ayahuasca en Europa. La Plantaforma (Asociación en defensa de la Ayahuasca) maneja una estadística realizada por la ONG Iceers, con sede en Barcelona: «Alrededor de 12.000 personas tomaron ayahuasca en España durante 2019, una cifra que se multiplica por cinco, hasta las 60.000, en 2022». También hay testadas en el mundo, porque sus casos aparecieron en medios de comunicación, 58 muertes en los últimos años.

Cada vez más gente busca acceder a territorios psíquicos impenetrables por los que dejarse volar mirando de frente o de soslayo visiones o demonios. Nak rechaza que sea una moda, pero acepta que cada vez es mayor la curiosidad. Y, a compás, aumentan los estudios clínicos sobre la planta. Un grupo investigador liderado por José Ángel Morales, del Departamento de Biología Celular de la Universidad Complutense de Madrid, desarrolló en 2020 un estudio en ratones sobre el brebaje y confirmó su capacidad de formar neuronas y otras células cerebrales, abriendo la posibilidad de ser una potencial terapia para trastornos psiquiátricos y enfermedades neurodegenerativas como el alzheimer y el parkinson. También hay programas de desintoxicación de drogas y adicciones varias a través de la planta. El Instituto de Etnopsicología Amazónica Aplicada, en la cuenca amazónica brasileña, trata a adictos de todo el mundo.

Unas 12.000 personas tomaron ayahuasca en España en 2019, una cifra que se multiplica por cinco, hasta las 60.000, en 2022 | ONG Iceers

Pero esta noche, a las afueras de Madrid, la ciencia es otra. El grupo reunido es dispar -tres hombres, tres mujeres y el chamán- vinculados por un mismo apetito: el afán de trascendencia al que acceden, presuntamente, con la ingesta de ayahuasca, «la planta sanadora», dicen. «La medicina», exclaman. Ayahuasca es una palabra quechua que significa «la liana que permite ir al lugar de los muertos». El preparado sale de la decocción de esa raíz y de hojas de chacruna, arbusto de selva, durante 12 horas. Nak aliña la receta con un golpe de otro potenciador alucinógeno que prefiere no revelar (una planta originaria de Brasil). El resultado es un líquido negruzco, espeso, amargo, que ya consumían algunas tribus preincaicas (2.000 años atrás) en sus rituales, según reveló un estudio arqueológico de la Universidad de Varsovia (Polonia) tras el análisis de 22 momias de la civilización nazca.

Cocinar la mezcla de ayahuasca y chacruna permite al componente psicoactivo primario dimetiltriptamina (DMT) entrar en actividad. Un potente alucinógeno. Los efectos se prolongan durante tres o cinco horas. La ceremonia empieza con la conferencia de Nak. Durante una hora dispensa claves de la planta, de sus efectos, imprevistos y propiedades. El aforo escucha en silencio. Son las 22.30. «Tenemos toda la memoria de nuestra vida en la ayahuasca», explica con la noche la encima. «Lo que vais a ver o a sentir son cosas que lleváis dentro. Nuestro ego occidental está absolutamente desparramado y el hipercontrol mental de esta sociedad nos impide atender aquello que sucede fuera. Con la ayahuasca aprendemos a relacionarnos con nosotros mismos de manera más natural o armónica». La perra Happy persigue a un gato. Nadie más se mueve. La orquestina de grillos endulza los preparativos del viaje. «Aquí estáis para un trabajo de expansión de conciencia. Y yo acompañaré con los ícaros (cantos tradicionales indígenas) vuestra experiencia». El propósito es limpiar el cerebro de toda la basura que conlleva una atmósfera cargada de venenos.

El preparado confesional de Nak despierta el afán sideral de los asistentes. Hay quien sugiere comenzar cuanto antes. Bajan a otro jardín donde están dispuestas en círculo las colchonetas, algunas mantas, almohadas (dos por persona), rollos de papel higiénico individuales y cubos de plástico para las náuseas. Durante el viaje los vómitos son frecuentes, los gemidos, las frases inconexas, los esfínteres descontrolados. La ayahuasca purga por dentro. A eso le dicen purificar. En medio, un pebetero con leña. A las 23.30 cada cual ha ocupado su puesto. Algunos se cambiaron el dresscode y van a bordo de ropas blancas y vaporosas. También el chamán. Y ahora sí: el silencio es carnoso, como un intrincado sótano o un pasadizo secreto. Nak prende los maderos y crece la llama afinando más el círculo de la gente sentada. Quema una madera aromática y estirando el brazo derecho hace pasadas por las cabezas del respetable dejando un aroma dulce a palosanto mientras sopla aire después de algunas frases. La noche es ya espléndida, pero el espejo oscuro del cielo aún no puede ser traspasado.

El chamán invoca al cielo, a la tierra, al fuego y al aire. Pasa por cada una de las colchonetas y se arrodilla. Toma las muñecas de cada participante. Pide que su cuerpo determine lo que va beber. Él lo interpreta dando tironcitos de los brazos del que espera. El ritual comienza con un té de harmala. «La harmala», dice, «es una fantástica planta. Nosotros la recolectamos en el río Jarama y permite sacar más partido a la ayahuasca». Después de que los cuerpos hablaran dispensa varios vasos de cartón («con el coronavirus hemos cambiado algunas maneras de servir los brebajes») y ofrece cerezas o arándanos para resistir el rayo del amargor. Son las 0.00. Veinte minutos después prepara rapé, un tabaco picado que él inocula con una pipa en las fosas nasales de cada psiconauta para «limpiar la glándula pineal, la de la energía». «El tabaco es la planta rey en la Amazonia, una medicina física y espiritual para expandir los canales energéticos». Media hora después llega el brebaje. La expectación acalambra el momento.

Nak lo vierte despacio, de un termo a una copa de madera, mientras murmura frases rituales: «La ayahuasca te da una sabiduría de la naturaleza», dice según vuelca la comunión líquida. Tiene a mano algunos instrumentos musicales con los que acompañará el viaje. A cada usuario le bendice el trago y se lo acerca a los labios. Según lo beben se reclinan en la colchoneta. Cuando termina la primera dispensa («en dos horas ofreceré la segunda toma», advierte), el chamán bebe su copa, hace como los demás y empieza los cánticos. «Vamos al trabajo de expansión de conciencia. Me siento responsable de que tengáis una experiencia fácil. Cerrad los ojos, manifestaos en vuestro mundo interior«.

A la 1.30 los cantos chamánicos compiten con un relincho de caballos. Alguien vomita a propulsión. Alguien ronca. Alguien dice algo para nadie. Alguien estira los brazos al cielo. Otra gime o llora. Es el momento de alcanzar el techo de vuelo. Nak hace una pausa y prende un mapacho, cigarro de tabaco natural y potente, sin químicos, usado por los chamanes andinos y amazónicos como ingrediente indispensable en estas ceremonias. Exhala el humo con fuerza, como palmoteando energías feas: «Shhhhiiiiuuuuu. Shhhiiiiiiuuuuu». Y vuelve a agitar la maraca y a entonar el ícaro prolongando una melodía que pretende esmerilar el alma.

Es una experiencia que nadie puede explicar. Es un proceso de transformación y sanación muy íntimo

Diego, el abogado, descubrió la ceremonia en 2002. Ahora pide una segunda toma. Esta vez sin arándanos ni cerezas. Los demás se animan despacio, algo espectrales. Son las 2.45 de la madrugada. Algunos, al incorporarse para beber de la copa madre, parecen venir de un sol magnífico en plena noche. Otros de algún altar donde los sacerdotes arrancan corazones. También como recién salidos de la intimidad de algún cenote sagrado, donde la inmortalidad se encuentra en forma de hoja perenne. «Esta es una experiencia que nadie puede explicar. Es un proceso de transformación y sanación muy íntimo. Si no lo vives, es imposible hacerse una idea exacta de lo que significa. Si no lo vives, sólo verás la corteza del árbol». A., de Málaga, lo advertía en el jardín de arriba, hace tres o cuatro horas, perforando con los ojos a los periodistas intrusos.

Nak vuelve a prender otro mapacho y con la punta del cigarro, como un hisopo, se acerca a uno de los congregados para regarlo con un poco del humo («Shhhhiiiiuuuu, Shhhhiiiiiiuuuu»). Le ofrecerle algo más de rapé para bajar la intensidad del globo. Hasta las 05.10 no sucede nada que no sea lo que a cada cual le ocurre. Pero por fuera de los cuerpos, vacío. Noche más allá de la noche. Quien más, quien menos, está en su proeza psíquica. Uno de los asistentes pregunta con voz vibrante: «¿Es posible estar en dos lugares a la vez? ¿Es posible?… Qué maravilla». Es su primera aventura con la planta. Nak se acerca a él, le pone suavemente una mano en la cabeza y asiente. Parece que es posible.

El cielo clarea con cierta ternura. El sistema solar es la puerta de salida de esta gente hacia otras dimensiones subyugantes. Cada vez más personas buscan alivio, asombro, gozo, estupor o temblores en la experiencia ayahuasquera. No todos logran alcanzar el secreto de la serpiente. Uno a uno se despereza. R., la profesora, sale de la barricada de manta y saco de dormir donde ha dado la vuelta a la Vía Láctea. «Ha sido fabuloso. Intensísimo. La planta nunca me defrauda. Necesitaba este momento mágico en mi vida. Y compartirlo con vosotros», dice a quien quiera escuchar.

Nak inicia «la soplada» con los psiconautas. Arrodillado de nuevo delante de cada uno da sorbos cortos a una botella después de una calada a otro mapacho y pulveriza el mejunje («fhhhhuuuuuu, fhhhhuuuuu») por lo alto del cráneo, el cuello y la espalda de los regresados. Es un agua de flores que endulza el aire, como una miel elaborada por la cultura del encuentro con el más allá y los muertos. Con un hablar resbalado dice algunas otras frases del repertorio chamánico. Da gracias. Da gracias y abraza. Ha finalizado el ejercicio de sanación. Los pulmones se llenan del clarear del jueves. Unos y otros intentan que a las siete de la mañana el viaje dure aún lo suficiente para que la belleza que proclaman no sea desalojada aún del inconsciente, mientras del otro lado del jardín un claxon desata los ladridos centinelas de la perra Happy. Alguien consulta el móvil porque suena un aviso de Whatsapp. Y todo vuelve a ensuciarse de realidad.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2023/07/16/64b3c12be85ece29438b457a.html

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