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Una hora más, una persona menos: México, el país convertido en fosa clandestina | El Confidencial

Las desapariciones forzadas en México se han disparado desde hace una década, agravándose durante el Gobierno de López Obrador. La cifra oficial es de 107.000, pero el activismo la eleva hasta el medio millón

Un hombre observa un mural con fichas de personas desaparecidas, el 31 de marzo de 2023, en la Universidad de Guadalajara, Jalisco. (EFE/Francisco Guasco)

MAURICIO HDEZ. FERNÁNDEZ / EL CONFIDENCIAL

“En apariencia, fácil es hacer desaparecer al vivo. La cuestión es hacer desaparecer al muerto. Un cadáver se entierra, un fantasma, no. ¡Matar! Y ¿después? ¿Para qué cerrar la puerta al vivo durante el día, si ha de venir el muerto cada noche a sentarse en el borde de la cama?”, escribió, hace más de un siglo, el español Rafael Barrett. Y quizá sus palabras, en un contexto tan diametralmente opuesto como lo es el violento México del siglo XXI, cobren de nuevo tanta vida, tanta fuerza, para la gente que busca en la tierra ajena, en los ríos mudos, a sus desaparecidos.

Son las 17:00. Bajo las estelas color ocre del cielo que cubre los pinares de La Marquesa, la sierra boscosa que rodea la Ciudad de México, vuelan algunos buitres y aves rapaces. “Parece que han encontrado alguna presa, seguro que será un animal muerto”, dice una vecina de la zona mientras disfruta del atardecer digno de una postal. Pero debajo de los buitres no había ningún animal, sino dos fosas clandestinas con decenas de cuerpos en su interior. Un par de días después, así lo confirmaron la policía y la prensa nacional.

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La anécdota no tiene nada de extraño en un país donde 107.000 personas, según datos oficiales, salieron un día de casa y jamás se volvió a saber de ellas. Una cifra de desaparecidos que, pese a resultar impactante, se queda muy corta para las personas que llevan años o décadas buscando a sus hijos, hijas, esposos o esposas entre la tierra ajena. El número real, afirman ellas, supera el medio millón.

Incluso si solo tenemos en cuenta las cifras oficiales, en México desaparece una persona cada hora. Ese es un dato de la ONU y va de la mano con lo que, en 2019, afirmó con dureza el subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas: “México se ha convertido en una enorme fosa clandestina”. No obstante, aquella declaración se centraba en una cifra de solo 40.000 desapariciones forzosas. Dos años después, el número casi se ha triplicado, alimentado por una extensa red en la que autoridades corruptas y organizaciones criminales operan impunemente. De acuerdo con la organización civil Impunidad Cero, solo siete de cada 100 homicidios se resolvieron judicialmente en los últimos seis años.

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El panorama es desolador y se ha agravado todavía mas durante la Administración de Andrés Manuel López Obrador. Hace dos años, la cifra oficial de fosas clandestinas encontradas en México era de 5.000. Pero cada día aparecen más. Únicamente en el estado de Veracruz, el año pasado se descubrieron 60. Los cuerpos identificados, mientras tanto, apenas se cuentan por decenas.

Fosas llenas en un país sin ley

El Estado es un ente ausente. Las desapariciones forzosas solo existen en los discursos políticos, pero ningún instrumento de la Justicia funciona como una solución para el problema. Esa es la conclusión de las distintas voces que cuentan cómo es la vida dedicada a buscar a un hijo. Una búsqueda, claro, siempre llena de incertidumbre y de preguntas que casi nunca tienen respuestas.

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Uno de los casos que mejor ejemplifican esa realidad es el de Colinas de Santa Fe (Veracruz), considerada la fosa clandestina más grande de América Latina. Allí se encontraron 302 cadáveres: gente que fue secuestrada, torturada, asesinada, desmembrada y enterrada en parajes indómitos. La localización de la fosa, las excavaciones e inhumaciones, así como el gasto del equipo forense, entre otros tantos costes, estuvieron a cargo del colectivo Solecito. Ellas, madres que buscan a sus hijos desaparecidos, lo pagaron todo, el Gobierno no les dio un céntimo, tampoco respuestas. Lucy Díaz, fundadora de esa organización y madre de un hijo desaparecido desde 2013, cuenta a El Confidencial cómo dieron con ese lugar.

Corría el año 2016. Era precisamente el 10 de mayo, día de la madre en México, cuando Solecito se preparaba para una manifestación. Querían alzar la voz, querían decirle al mundo que, en México, cualquiera puede desaparecer; pero, sobre todo, querían dejar claro que, si los desaparecidos son invisibles, entonces los familiares también. Decenas de madres con mantas y pancartas se disponían a recorrer las calles cuando, de manera inadvertida, bajaron de una furgoneta dos desconocidos que, sin decir palabra alguna, le entregaron a Lucy y a sus compañeras unos folios extraños con cientos de cruces dibujadas. Al principio no sabían de qué se trataba, pero pronto se dieron cuenta de que lo que les habían dado era exactamente el mapa con las indicaciones para encontrar aquella mega fosa. Pese a la opinión de muchos diarios que en aquel entonces tildaron aquel gesto de regalo macabroLucy cree que fue un “regalo maravilloso”.

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Aun así, “tardaron meses en darnos los permisos para comenzar con las excavaciones”, dice. “Muchas madres que buscan a sus hijos no tienen recursos, pero entre nosotras nos hacemos cargo. El Gobierno no nos ayuda en absoluto”, añade.

Pero los obstáculos administrativos no terminaron allí. Cuando al fin comenzaron con las excavaciones, eran las mismas autoridades las que impedían y condicionaban la búsqueda. “Nos decían “por aquí no pueden buscar, solo por allí””, relata. Pero Lucy sabía que, si cedían, aquella búsqueda, como tantas otras, terminaría en una decepción. “¡Déjennos trabajar! Estamos aquí buscando a nuestros hijos con nuestros propios recursos. Si no nos van a ayudar, no estorben ni impidan nuestro trabajo”, respondió ella, y asegura que cuando nadie más se entrometió en las excavaciones, inmediatamente aparecieron restos humanos. “Recuerdo, con los guantes puestos, romper un terrón y ver cómo salían huesos después identificados como un tórax y un cráneo”, narra.

Este año se cumplirán 10 años de la desaparición del hijo de Lucy. Él tenía 29 años y lo secuestraron unos antiguos empleados suyos. Los hampones pidieron un rescate y lo cobraron. Sin embargo, jamás entregaron al hijo. Poco tiempo después, fueron detenidos, pero por una causa ajena al caso. Después de un par de días ya estaban en libertad de nuevo. En Pocas palabras: impunidad total para ellos, incertidumbre absoluta para ella y su familia.

Por otra parte, Yadira Cortés, activista de la Red Mesa de Mujeres, que brinda ayuda psicosocial a los familiares de desaparecidas, afirma que la íntima relación que tienen la violencia con la corrupción es lo que genera el caldo de cultivo en una zona en la que la vida para las mujeres, sencillamente, ya no tiene valor. Por supuesto, se refiere a Ciudad Juárez: una localidad que es sinónimo de silencio, de feminicidios, de terror. “La gestión de la Comisión Especializada en la Atención a Víctimas del Estado (Ceave) es pésima. ¿Por qué? Pues porque el actual Gobierno [regional] de Chihuahua le ha recortado 70% del presupuesto. Estamos ante la ausencia del Estado”, indica.

Cortés habla de la desesperación y la desesperanza ante tal la ausencia de justicia. Asegura que los números de suicidios de mujeres también se ha disparado. No tiene datos exactos y tampoco existen cifras oficiales. Solo tienen casos, cada vez más. “Están desesperadas, se pierden en el desierto o se quitan la vida. Saben que nadie hará algo por ellas. Nadie las protege. Nadie vela por su derecho a vivir”, lamenta.

“Las desapariciones son una cuestión de género”

Patricia Olamendi, abogada experta en derechos humanos y ex representante de ONU Mujeres en Centroamérica, no duda en respaldar la cifra no oficial de 500.000 desaparecidos. Una crisis, afirma, que no responde únicamente al crimen organizado. “Ya es momento de admitir que las desapariciones también son una cuestión de género. No es solo un tema del narcotráfico”, asevera.

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Basta con recordar el caso de la fosa común de Arroyo el Navajo, en Ciudad Juárez. En ella, se encontraron los cuerpos de 27 mujeres que fueron torturadas y asesinadas después de dos años de haber sido secuestradas y explotadas sexualmente. Además de las desapariciones, 11 mujeres son asesinadas a diario en México. Un dato oficial que, una vez más, infravalora la realidad, según aseguran a este diario Olamendi y Arussi Unda, activista del colectivo Brujas del Mar, que apuntan a una cifra real será mucho más cercana a 20.

Olamenda critica que ni las desapariciones forzosas ni los feminicidios son temas prioritarios para el Gobierno de López Obrador. Este Gobierno «ha intentado quitarse de este asunto simplemente con la creación de un registro de personas desaparecidas», dice. Por ello, para el Ejecutivo los desaparecidos son solo aquellos que han sido registrados o reportados mediante una denuncia; después de eso, no existe ningún mecanismo de seguimiento judicial a cada caso. “Muchos familiares no denuncian por miedo al contubernio que existe entre las autoridades y los criminales”, añade.

«Muchas de las mujeres que desaparecen son víctimas de explotación sexual»

El Estado de México, que rodea a la capital del país, es donde más ha crecido la desaparición de niñas y jovencitas en el país: allí, la trata de personas creció 68% entre 2020 y 2021, según la oficina de la ONU contra el tráfico de drogas. “Las personas desaparecidas no son producto de la guerra entre narcotraficantes. Ya es momento de entender que muchas de las mujeres que desaparecen son víctimas de explotación sexual”, sentencia.

“La tranquilidad es algo que nunca llega”

La historia de Leticia Mora, fundadora de la Red Madres Buscando a sus Hijos, perdió a una hija, tardó tres años en encontrar su cuerpo y su asesino ahora está tras las rejas. Su tragedia tuvo cierto grado resolución, algo que muchas jamás encontrarán. Sin embargo, sigue sin contar con un cierre.

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En 2011, un exnovio celoso la raptó y la mató cuando ella salía de casa a comprar condimentos para la cena. Él intentó esconder el cadáver, pero no lo logró. Esa misma noche el cuerpo sin vida de la hija de Leticia fue encontrado, pero eso sucedió en otra localidad y, debido a eso, la burocracia interestatal impidió el reconocimiento hasta años después.

Su historia comenzó como el resto: un familiar que no regresó, un vacío en el estómago ante la indiferencia de las autoridades y el desamparo total de saber que solo ella, con sus propias manos, iba a tener que encontrar una alternativa al silencio del Estado. “Seguro que se fue con el novio. Espérela, ya regresará”, le respondían en las comandancias de policía. Pero fueron tan determinantes su carácter y sus esfuerzos que, vía el trabajo de su asociación, su caso llegó hasta una fiscal dedicada a buscar mujeres desaparecidas en distintas entidades y al cruce de datos para facilitar las búsquedas. Y así fue como se enteró de que el cuerpo de su hija había sido encontrado la misma noche del asesinato, pero en otra ciudad.

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Las sospechas sobre el asesino eran firmes y las pruebas resultaron contundentes: después de acosarla durante meses, e incapaz de soportar el rechazo, el exnovio mató a la hija de Leticia. Luego, tras la investigación forense y las pruebas, sobre todo la química, confirmaron su culpabilidad. Eso permitió que el agresor entrara en prisión, pero, a día de hoy, no se ha emitido una sentencia condenatoria irrevocable en su contra. Es decir, teóricamente, todavía podría salir libre.

“Él ha utilizado todos los recursos para defenderse, pese a que todas las pruebas determinan que es culpable”, dice la madre. Incluso, como ella misma lo supone, el asesino de su hija podría recibir una reducción de condena por buena conducta. Ella, además de indignada, vive enfurecida, No solo porque exista la posibilidad de que el asesino de su hija pueda salir de prisión sino porque, pase lo que pase, ella jamás la volverá a ver. “La tranquilidad es algo que nunca llega”, zanja.

Mora cuenta que, gracias a su experiencia y a su asociación, el caso de otra madre que busca a su hija desaparecida se ha resuelto judicialmente y el asesino está ya en la cárcel. Lo peculiar de esta otra historia es que el caso ya estaba archivado y condenado al olvido en el escritorio de alguna oficina en donde cualquier trabajo es válido menos el de buscar personas reportadas como desaparecidas. “Esa mujer no tiene recursos, y sola no iba a conseguir nada”, dice Leticia. “Juntas somos más fuertes. Si no nos ayudamos entre nosotras, nadie más lo hará”, es su conclusión.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/mundo/2023-04-28/mexico-desapariciones-fosa-clandestina_3618581/

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