Esther Peñas / ethic
En ‘Despacio el mundo’ (Acantilado), el ensayista Ramón Andrés (Pamplona, 1955) nos propone una travesía en la que oído y vista se colman, se completan, se recrean, se solazan. La pintura y la música marcan el itinerario de estos 52 ensayos breves, líricos y lentos que componen el libro. El tiempo que le dedicamos a una persona, un objeto, una composición musical responde al valor que le damos. No hay ternura sin dedicación, como tampoco vida plena sin parsimonia de recrearse en lo que hacemos. Ya nos advierte el saber popular de la importancia de «estar en la celebración».
La sinestesia, ¿amplía la sensación de belleza o resta la intensidad de la concentración en un algo?
Esta cuestión requiere una interpretación doble. Por una parte, la sinestesia amplía la percepción, por otra –y esto puede resultar paradójico–, la escucha con los ojos cerrados permite llegar al núcleo más profundo de la música, del sonido.
«Un espíritu en calma lo oye todo, lo entiende todo». ¿Qué se requiere para habitar esa calma necesaria?
La calma es sin duda una aspiración humana, por más que todo esté construido para impedirla. Nuestra forma de vida es un fatal antídoto para ello. Un espíritu ensordecido por el ruido no puede oír la nitidez de la vida. Cuanto más limpia la mente, más oímos, más entendemos lo que no es evidente.
«La escucha con los ojos cerrados permite llegar al núcleo más profundo de la música»
«Toda distancia tiende al reposo», ¿esto no es tanto como afirmar que este mundo nuestro, en el que todo es puro acontecimiento, presente, es la antítesis de ese reposo?
Toda distancia tiende necesariamente al reposo. El camino significa no solo tránsito, sino culminación una vez se llega al lugar deseado. La metáfora de nuestra vida es un camino, tras el cual se reposa. Sin embargo, es verdad, el camino nunca es plácido, hay muchos obstáculos, muchas contingencias, son lo propio de la vida. En tanto que seres complejos, entramos en situaciones complejas, nos acompañan siempre. Un día todo termina, y no por eso es algo negativo.
La indefensión de la que habla en algunos capítulos, cuando «las vidas se rasgaban al menor roce», ¿es menor indefensión que la de ahora, cuando la vida se prolonga, pero el espíritu queda socavado por tantos estímulos y una velocidad feroz?
El ser humano es sumamente frágil; pese a la ciencia, pese a la tecnología, nuestra condición sigue siendo frágil, quebradiza. Aunque hoy estamos más resguardados, seguimos siendo azarosos, vivimos en medio de un gran azar, la línea divisoria entre el ser y el no ser es delgadísima. Esto la ciencia no puede evitarlo. Por otra parte, cabe pensar que en el pasado la indefensión era grande a causa de las enfermedades y las hambrunas; hoy lo es a causa de la vida poco natural, neurótica, egocéntrica, que imprime el sistema capitalista, desbocado e impío.
«Pese a la ciencia, pese a la tecnología, nuestra condición sigue siendo frágil, quebradiza»
¿Qué diferencia la música que atraviesa este ensayo (aparte de instrumento como el laúd o la viola, Monteverdi, Bach, Mozart) de la música moderna (pongamos, las listas de los más vendidos)?
Lo primero que cabe decir es que era una música artesanal, pensada compás a compás. Cada partitura era analizada, sopesada. Se trataba de crear un mundo en cada partitura. Monteverdi, Bach, eran todavía artesanos, tenían otro estatuto, desconocían la condición del artista, que vino sobre todo con el ampuloso y afectado siglo XIX.
Pienso en su reflexión a propósito de Bacon, que analiza de qué modo (distinto) el sonido se propaga de día o de noche. ¿Hay música más adecuada que otra para cada uno de estos dos momentos del día?
Por supuesto, hay música para cada momento. No somos una continuidad psíquica, en un mismo día nuestro ánimo cambia, es inconstante, escurridizo. Los antiguos ya sabían que la música era capaz de alterar con inmediatez nuestro espíritu, no en vano, en Egipto, y más tarde en Grecia, se empleaba para curar, tanto el cuerpo como la mente. El amanecer pide una música, el atardecer otra.
Una de las figuras que componen este tapiz musical son los juglares. ¿Qué perdimos con su pérdida?
Los juglares fueron los propagadores de la música y la poesía tras la caída del Imperio romano. Viajaban por toda Europa, recorrían duramente los caminos, iban de pueblo en pueblo cantando y narrando historias que calaron profundamente en la población. Fueron, por así decir, los portadores de una literatura, de unas ideas que han conformado la genealogía de nuestra cultura.
¿Cuánto de oración o rezo en la escucha de un cuadro o una pieza musical?
Lo que de oración pueda tener la contemplación, la escucha profunda.
«Occidente es una lucha contra algo que él mismo provoca: el nihilismo»
¿Por qué nos resulta fácil «hacer propio lo postrero, aquello que es anuncio de un declive»?
Porque somos seres abocados a un final, nuestra cultura está muy familiarizada con el límite, con la nada final. El judeocristianismo ha tenido tan presente la muerte, que se obra condicionado por ello, aunque queramos disimularlo construyendo y proyectando compulsivamente una infinidad de cosas que, en el fondo, no necesitamos. Es un exorcismo ante nuestra nada. Occidente es una lucha contra algo que él mismo provoca: el nihilismo.
Al igual que hay pintores que destacan por el uso de un color, por la manera de fijar las miradas, por la composición, ¿hay músicos únicos por un detalle concreto a la hora de componer?
Sin duda, cada maestro tiene una manera genuina de escribir, hay detalles que sólo se deben a una forma personal de entender la composición. Hay aspectos de estilo en Bach que no están en Händel, de Haydn que no vemos en Mozart, y así de manera sucesiva.
Entre la música y la pintura, ¿el puente es la palabra?
Quizá sea el único puente que tengamos para unir estos dos mundos tan separados y a su vez maravillosos.