El ‘Recetario para la Memoria’ se alía con un restaurante para cocinar, por un día, los platillos favoritos de personas desaparecidas en Guanajuato, México
PABLO FERRI / EL PAÍS
Los meseros se acercaban a la gente con muestras de los platillos. Los presentaban en voz baja, asumiendo la carga emocional de la concurrencia, tranquila pero consciente, serena. “Ceviche para Óscar”, murmuraban, con sus charolas. Allí, totopos de maíz azul acostados en hojas de elote sostenían cucharadas de ceviche, pequeños canapés que funcionaban como alimento para el alma. Motivo de fiesta, la comida homenajeaba la memoria de hombres y mujeres desaparecidas. Era una forma de recordar que los ausentes siempre han sido más que eso, los ausentes, los que no están: también comían, saboreaban, reían.
“El ceviche lo hizo la señora Ceci, que es de Irapuato”, contaba Daniela Rea, una de las autoras del Recetario para la Memoria, experimento editorial que convierte el dolor de decenas de miles de familias en todo México en esperanza gastronómica, lazos comunitarios, amor… Antídotos únicos contra el desgarro. “Ceci lo hizo para Óscar, que desapareció en 2020″, añadía. En las páginas del recetario, se lee que Óscar Miguel Ángel Flores desapareció en Irapuato el 13 de julio de 2020, que conducía un Uber, que le gustaba la pintura, la mecánica… Y, claro, el ceviche de mojarra.
Rea, Zahara Gómez y Clarisa Moura son las responsables del Recetario para la Memoria, edición Guanajuato. Antes, Gómez había trabajado en uno con las familias de personas desaparecidas de Sinaloa. Este martes, las tres se aliaron con La Tía de las Muchachas, un restaurante de Morelos, para dar vida al recetario de Guanajuato, tomar las recetas que, sobre todo, madres, tías y hermanas preparaban a sus familiares desaparecidos y convertirlas en una pequeña fiesta de la memoria. Hacer de comer a los suyos, prepararles sus platos favoritos, compartirlos con quienes quisieran.
México, un país que cuenta más de 100.000 personas desaparecidas, tiene también estas cosas. Agarra el dolor más salvaje, dialoga con él, lo moldea y retuerce, como masa de maíz, lo aplasta. Es sano. “Una cosa que tiene el proyecto en sí”, decía Rea, “es que la memoria no sea únicamente dolorosa. La cocina tiene esta alquimia, y de alguna forma cocinar las recetas preferidas de los desaparecidos es llegar a ellos, alimentarlos”, reflexionaba. “Salpicón para Eliot”, dijo entonces, sutil, un mesero que se acercó a la esquina donde hablaba la autora. Era raro, desconcertante, de una dicha finita, ver a tanta gente reunida allá, en la terraza del Centro Cultural España, en Ciudad de México, una tarde lluviosa de agosto, empeñados en recordar.
No son grandes recetas las del libro, nada de vanguardia e innovación, ni siquiera se trata de la comida. Se trata, más bien, del ejercicio de compartir la cocinada, de mirar de frente al dolor. De hecho, el día empezó temprano, horas antes de compartir los platillos. Rea, Gómez, Moura y los responsables de El Tío de la Muchacha organizaron un taller para cocinar los platillos. Eligieron cuatro recetas de las decenas que constan en el compendio, el ceviche de mojarra, el salpicón, los champiñones al ajo para Jonathan y la ensalada de manzana para José Luis y Antonio.
Una decena de personas llegó al taller. La idea era compartir con familiares de los desaparecidos la preparación de los platillos. Una de las talleristas era la actriz oaxaqueña Mónica del Carmen, que México recuerda por sus actuaciones estos años en películas como Nuevo Orden y Una Película de Policías. “La comida es algo muy complejo, tiene memoria emotiva”, decía, atareada con los últimos preparativos antes de empezar a comer, todavía con sus guantes de látex. “Hacer comida en memoria de alguien hace que te integres en su falta, venir aquí era acercarme a sus historias”, añadía.
Del Carmen recordaba también que durante la elaboración del recetario, familiares barruntaban preguntas parecidas, si los captores tratarían bien a los suyos, si les darían de comer. Incluso si les prepararían sus recetas… “Es muy doloroso”, decía. Junto a ella estaba la antropóloga Diana Ríos, parte del Equipo Mexicano de Antropología Forense. Acostumbrada a la muerte, a tratar de encontrar pistas en lo que ya no vive, Ríos se maravillaba de “usar guantes de látex para la vida, el amor, y no para la muerte”. Ríos decía que el libro “nos permite como sociedad abrirnos y conectarnos con la vida”.
Junto a las talleristas, las autoras del recetario y los responsables de la Tía de la Muchacha, estaban también la madre y la tía de dos muchachos desaparecidos estos años en Guanajuato. Cecilia Aguirre, madre de Óscar Flores, tomó el micrófono mientras los meseros acababan de repartir la ensalada de manzana. “Yo quisiera que cada uno de ustedes pudiera preparar un día estas recetas”, dijo. “Si las autoridades nos olvidaron, que las recetas sirvan para dar vida a nuestros hijos en nuestros corazones”.
Yhoa García tomó el micrófono después. Su sobrino, Jonathan García, desapareció en Celaya en octubre de 2019. Tenía 19 años cuando ocurrió. “Lo levantaron policías municipales”, recordaba, consciente de la gravedad de lo que acababa de decir, dueña de sus implicaciones. García ayudó a los talleristas a preparar champiñones al mojo de ajo, que se repartió, como el resto de platillos, en pequeños bocados. “Estas recetas son un recuerdo de nuestras convivencias”, dijo.
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