La industria turística busca tomar en cuenta indicadores cualitativos que reflejen un aporte a las comunidades locales y el medio ambiente. Se trata de atraer a viajeros responsables que valoran las experiencias auténticas y el respeto por el entorno
OSCAR GRANADOS / ethic
Un bocadillo y una bebida. Esto era lo que incluía el primer viaje turístico organizado del que se tiene registro en el mundo. Ocurrió el 5 de julio de 1841 de la mano de Thomas Cook, un empresario británico, quien llevó a unas 500 personas a un recorrido entre Leicester y Nottingham (Reino Unido) para celebrar un mitin anti-alcohol. El trayecto —de casi veinte kilómetros, con un coste de un penique y de ida y vuelta el mismo día— fue todo un éxito y llevó a Cook a organizar más salidas aprovechando ese tiempo dedicado al ocio y al descanso que podía permitirse la clase media-alta de la época. Tras esta primera experiencia, el británico creó, a lo largo de los siguientes años, toda una industria que tuvo un fuerte empuje gracias a los precios asequibles del tren y el barco. Así, sus clientes vadearon lagos, sortearon cordilleras, cruzaron océanos y saltaron de un continente a otro con el único objetivo de ver y descubrir nuevos lugares. Nadie hablaba entonces del cambio climático ni de emisiones, y mucho menos se cuestionaba el consumo de agua o el uso de combustibles fósiles. El mundo era otro y matar el tiempo libre era todo un lujo.
Eduardo Bustos (ClimateTrade): «Hacer turismo,
conocer un sitio, implica contaminar»
Hoy, más de 1.300 millones de turistas internacionales en todo el planeta (según las cifras de ONU Turismo) disfrutan del placer de viajar y descubrir nuevas culturas, pero de una forma muy diferente a la de los primeros excursionistas guiados por Cook, pues el sector ha vivido una profunda transformación con los años. Primero con el auge de la aviación comercial en los años 50. Luego con la expansión de internet y las reservas en línea en los años 90. Y más recientemente con el surgimiento de las aplicaciones móviles que han democratizado la planificación y reserva de viajes de forma individual y que fueron la guinda del pastel para que el monstruo empresarial de la marca Thomas Cook quebrara en 2019. «Viajar, viajar y viajar»: es el mantra que refleja la demanda creciente de una sociedad empoderada que reivindica más tiempo para las vacaciones y el ocio y que, a su vez, ha generado impactos significativos en la economía global, la cultura y el medio ambiente. «Hacer turismo, conocer un sitio, implica contaminar», asevera Eduardo Bustos, jefe de desarrollo de productos en ClimateTrade, un marketplace, con tecnología blockchain, para que compañías y particulares puedan compensar su huella.
A nivel global, esta actividad es motor de crecimiento: aporta el 10% del producto interior bruto (PIB) global (en España llega al 12,8% del PIB) y genera uno de cada diez empleos en el mundo (los ocupados vinculados a actividades turísticas en España representan el 12,6% del empleo total). Pero también es una fuente de contaminación: contribuye entre un 8% y un 11% a los gases de efecto invernadero que dañan al planeta, con el transporte a la cabeza, seguido del alojamiento, las excursiones, las compras y la restauración (estas dos últimas implican un movimiento de artículos de un lugar a otro, principalmente en barco). El mundo del turismo, sin embargo, está cambiando. «Es el sector económico más humano, y eso se traduce en la búsqueda de soluciones que aseguren el bienestar de las generaciones futuras», afirma Natalia Bayona, directora ejecutiva de ONU Turismo. Los actores que integran esta gran industria en Europa están en plena transformación de sus modelos de negocio.
Moisés Simancas (Universidad de La Laguna): «En algunos casos, [el turismo sostenible] se incorpora como un producto más dentro del pool, como el turismo rural, el de negocios, el de sol y playa… lo cual es un error»
En este camino no solo buscan emitir menos, sino también la conexión entre el desarrollo social y económico. A esto se le ha llamado «turismo sostenible», pero no se trata de una tipología, sino de una hoja de ruta, comenta Moisés Simancas Cruz, subdirector de la Cátedra CajaCanarias-Ashotel de la Universidad de La Laguna. «En algunos casos, se incorpora como un producto más dentro del pool, como el turismo rural, el de negocios, el de sol y playa… lo cual es un error». La sostenibilidad del turismo implica replantearse todas las actividades que existen a su alrededor. «No es solo medir el número de turistas que llega a un país y cuánto dinero dejan, sino incorporar términos como, por ejemplo, la calidad de vida de los ciudadanos en los destinos, que es más cualitativo». Y es que en los últimos años se ha puesto de relieve la saturación y masificación de algunos destinos, un fenómeno que recientemente ha provocado manifestaciones como las vistas en las calles de Canarias, Mallorca, Málaga o Barcelona.
La definición oficial de ONU Turismo establece que el turismo sostenible es aquel que no entorpece el entorno ni las poblaciones locales y puede ser disfrutado por las generaciones venideras. Esto implica tener presente las tres vertientes de la sostenibilidad:
«El turismo sostenible es permitir que el desarrollo de esa actividad no entorpezca el entorno para que pueda ser disfrutado por las generaciones venideras», explica Blanca Pérez-Sauquillo, subdirectora general de marketing en el Instituto de Turismo de España (Turespaña), el organismo público encargado de la promoción del turismo en el país. Pero llevar a cabo este cambio no es una tarea sencilla. «Lo que tenemos que empezar a desarrollar son indicadores nuevos que permitan medir la eficacia, la eficiencia de lo que estamos consiguiendo en lo ambiental, en lo social y en lo económico, pero desde una perspectiva mucho más cercana al residente», dice Simancas Cruz. La asociación que une a las grandes empresas de la industria, Exceltur, cree que el turismo debe evolucionar y cambiar su narrativa ante la sociedad. «No solo debemos resaltar los indicadores macroeconómicos positivos como la generación de PIB, empleo o gasto turístico, sino también valorar de manera holística el equilibrio entre las externalidades positivas y negativas que el turismo genera. Es fundamental que las nuevas estrategias de desarrollo turístico se traduzcan en niveles crecientes de prosperidad para la ciudadanía», arguye Exceltur.
Turespaña trabaja ya en un proyecto piloto de un indicador para la medición de la sostenibilidad social del turismo, que se engloba en una estrategia conjunta con la División de Estadística de las Naciones Unidas. El estudio consiste en hacer 26.000 encuestas en el país en dos olas de 13.000, una en agosto (temporada alta) y otra en noviembre (temporada baja). Se preguntará a residentes mayores de 18 años en municipios de más de 5.000 habitantes con distintos grados de intensidad turística.
Blanca Pérez-Sauquillo (Turespaña): «El turismo sostenible es permitir que el desarrollo de esa actividad no entorpezca el entorno para que pueda ser disfrutado por las generaciones venideras»
«Queremos saber cómo perciben los residentes españoles la actividad turística en sus territorios», dice la representante del organismo. En el futuro, la intención es generar un indicador similar a la Cuenta Satélite, un marco estadístico de medición económica de esta actividad que se usa a nivel mundial. Los resultados de este proyecto se verán el próximo año. «La sostenibilidad no es un concepto nuevo para los participantes del sector», dice José Luis de la Cruz Leiva, director del Área de Sostenibilidad de la Fundación Alternativas. La industria es consciente de su impacto en el medio ambiente desde hace décadas, y ha adoptado distintas medidas a lo largo de los años para mejorar la biodiversidad y el equilibrio de los ecosistemas en los que opera, explica el experto.
Hoy, dice de la Cruz, las empresas del sector turístico tienen una guía fundamental en las metas que suponen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Cuentan, además, con un marco normativo derivado del Pacto Verde Europeo en el que se describen acciones a favor de la biodiversidad (como en la Ley Europea de Restauración de la Naturaleza), los sistemas alimentarios (como la estrategia De la granja a la mesa), la descarbonización de los sistemas energéticos, la economía circular, la eficiencia de los edificios y la movilidad sostenible. Pero también con regulaciones como la Directiva de Información Corporativa sobre Sostenibilidad (CSRD), que pide a las empresas divulgar informes regulares sobre sus actividades y su impacto ambiental y social.
En España, para dar impulso en este cambio de modelo, el Gobierno ha puesto en marcha un proyecto estratégico para la recuperación y transformación económica (conocido como PERTE) de casi 4.000 millones de euros destinados a financiar mejoras en la transición verde, digitalización y competitividad de las empresas del sector. «El sector está compuesto por miles de pequeñas y medianas empresas distribuidas en diversos municipios, comarcas y en todas las comunidades autónomas. Es un sector que está presente en casi toda España y juega un papel relevante», afirma Javier Blanco, asesor de turismo de la Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES). «Su sostenibilidad es fundamental y no puede estar sujeta a conseguir un sello o una certificación. Tiene que ir más allá, con prácticas que perduren en el tiempo y generen un impacto verdadero», agrega el experto.
DE LAS PALABRAS A LOS HECHOS
Las emisiones de CO₂ del sector turístico, especialmente en el transporte, son el mayor desafío de la industria. Según anticipó el último estudio de ONU Turismo y el Foro Internacional de Transporte (ITF, por sus siglas en inglés), presentado en diciembre de 2019 durante la COP25, las emisiones contaminantes del sector turístico correspondientes al transporte aumentarán un 25% en 20230, con respecto a los niveles de 2016.
Los viajes de larga distancia son especialmente difíciles de descarbonizar, tanto para pasajeros como para mercancías. Para que sean más sostenibles será necesario reducir la intensidad de carbono del viaje, según glosan las Perspectivas del Transporte 2023 del ITF, un organismo que forma parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Dar ese paso, sin embargo, implica un coste elevado por el precio que tienen los nuevos combustibles. Además, el ritmo de las mejoras tecnológicas es lento, advierten.
En un escenario de altas expectativas, se espera que en 2050 el coste de los combustibles alternativos para las aeronaves sea solo tres veces superior a los precios de los convencionales en 2015, según las cifras de la industria. Además, la electrificación no será una alternativa viable. Las expectativas son que las naves eléctricas lleguen a una distancia de 1.600 km, como mucho, para 2050. La industria está investigando energías alternativas como el hidrógeno, que no estarán disponibles hasta dentro de 10 a 15 años, según la Asociación de Líneas Aéreas (ALA).
Cepsa ha hecho una prueba piloto con 200 aviones de seis aerolíneas diferentes (Air Europa, Air Nostrum, Iberia Express, Ryanair, Vueling y Wizz Air) en el Aeropuerto de Sevilla, a las que suministró un biocombustible elaborado a partir de huesos de aceituna y subproductos de la industria aceitera. Con ello, la firma logró una reducción de hasta el 80% de las emisiones de CO₂ en cada viaje realizado. A pesar de estas experiencias, la industria de los biocombustibles para la aeronáutica aún está en pleno desarrollo.
Lo que ya es una realidad palpable es la transformación de la industria hotelera. Desde el punto de vista de la eficiencia energética, se está apostando por el uso de energías renovables, sobre todo con la instalación de paneles solares (tanto fotovoltaicos como térmicos), y la tendencia apunta al abandono paulatino del uso de combustibles fósiles a favor de la electrificación. Además, está aumentando la implantación de sistemas de gestión energética que optimicen el empleo de la energía en áreas comunes y habitaciones, según comenta Coralia Pino, directora de Sostenibilidad del Instituto Tecnológico Hotelero (ITH).
La gestión de residuos y el aprovechamiento del agua también es un factor relevante en este negocio. Muchas empresas, sobre todo las grandes cadenas, tienen bien incorporadas prácticas de reciclaje y compostaje, la reducción de plásticos de un solo uso o el uso de alternativas biodegradables, y llevan a cabo políticas de disminución del desperdicio alimentario. «No obstante, hay casos de hoteles pequeños familiares que a veces sorprenden por las prácticas sostenibles e innovadoras implementadas», dice Pino.
Javier Blanco (Ecodes): «[La sostenibilidad del sector] es fundamental y no puede estar sujeta a conseguir un sello o una certificación. Tiene que ir más allá»
En cuanto a la reducción de la utilización del agua, hay toda una serie de medidas que se están adoptando, como la instalación de dispositivos de bajo consumo (reductores de caudal, etc.), así como sistemas de reciclaje de aguas grises para el riego, aparte de los programas de sustitución de toallas y ropa de cama, dirigido a reducir también el empleo de detergentes, que ya llevan instaurados en la mayoría de los hoteles desde hace años. «También hay que destacar el compromiso y relación con las comunidades locales y el desarrollo sostenible a través de la compra a proveedores locales para promover la economía circular y el apoyo a pequeños productores de la zona», concluye la experta.
Fuente: https://ethic.es/especiales-24/un-billete-de-ida-hacia-el-turismo-sostenible/