Por Fernando Manzanilla Prieto
A pesar del esfuerzo titánico de universidades, institutos de investigación, empresas farmacéuticas y gobiernos para hacerle frente a la pandemia, la realidad es que a un año de los primeros brotes hay suficientes elementos para afirmar que como humanidad, no hemos sido capaces de desarrollar las soluciones económicas y políticas necesarias para resolver y superar esta amenaza global.
Diversos estudios (https://bbc.in/3bV87ZJ) aseguran que la forma en que se distribuyen las vacunas “supone otro grave problema de salud pública a nivel mundial” debido a que los países más ricos han acaparado la producción de la mayor parte de las vacunas que se producirán este año, en tanto que los países pobres no tendrán dosis suficientes para atender por lo menos a sus poblaciones más vulnerables. Todo indica que el 90% de los habitantes de 70 países de bajos ingresos tendrán muy pocas posibilidades de vacunarse en 2021.
Otros estudios indican (https://bit.ly/3b6VL1w) que la capacidad actual de producción de vacunas es de entre 2 mil y 4 mil millones de dosis anuales y, como sabemos, la población mundial roza los 8 mil millones. Recordemos que la mayoría de las vacunas requiere dos dosis y que para alcanzar la famosa inmunidad de rebaño se requiere inmunizar al 70 u 80% de la población mundial y, al día de hoy, ni siquiera ha iniciado la vacunación en 130 países. Esto significa que en estos países el virus seguirá circulando libremente por meses, lo que le permitirá seguir mutando y desarrollando mayor resistencia y capacidad de transmisión.
El riesgo de estas mutaciones radica en que, aún cuando este año se logre la inmunización de la población de los países ricos y de ingresos medios, es probable que surjan nuevas variantes del virus frente a las cuales las vacunas actuales sean ineficaces. Lo que condenaría a toda la humanidad —a ricos y pobres— a iniciar un nuevo ciclo pandémico, con todo lo que ello implica en términos de pérdida de vidas. Según un modelo matemático desarrollado por la fundación Bill y Melinda Gates (citado por Jorge Faljo en https://bit.ly/3qaWZgc) “si las primeras 2 mil millones de vacunas son acaparadas por los países más ricos se duplicará el número de muertes en el mundo”.
Desde el inicio de la pandemia era previsible que las empresas farmacéuticas vendieran las vacunas al mejor postor y que los países con mayores recursos las acapararan. Así funciona el mercado capitalista. Por ello, la ONU desarrolló un mecanismo denominado COVAX para “garantizar” que las vacunas fueran accesibles a los países pobres. Sin embargo, de acuerdo con diversos especialistas, es previsible que este mecanismo apenas llegue al 20% de la población más pobre del planeta. ¿De qué nos sirven entonces los avances científicos si no somos capaces de organizar una acción colectiva global para aplicarlos de manera eficiente?
En octubre del año pasado el papa Francisco propuso que la vacuna fuera patrimonio de la humanidad, “porque la salud de nuestros pueblos es patrimonio común”. México y otros países de ingresos medios y bajos se sumaron a este llamado. Actualmente el presidente de Francia, Emmanuel Macron prepara una propuesta para que el G20 acepte declarar a las vacunas Covid —y sus patentes— como un “bien global”.
Porque como lo afirma Jorge Faljo (https://bit.ly/3qaWZgc), la única manera de vencer al virus es “sembrando en todo el mundo la capacidad tecnológica de producir vacunas, medicamentos y materiales”, abriendo con ello “espacio a una evolución socioeconómica equitativa” y dejando “un importante legado de conocimientos compartidos”. Así que frente a la pandemia, el principal reto que enfrentamos como humanidad no es solo científico; es sobre todo de cooperación y colaboración, además de ético y moral.