Por Fernando Manzanilla Prieto
Esta es la primera vez en la historia que una amenaza global nos hace sentir vulnerables a todos al mismo tiempo. Nunca la humanidad había vivido y padecido en tiempo real una amenaza que potencialmente pusiera en riesgo la vida de todos. A lo largo de nuestra historia ha habido muchas pandemias, pero esta es la primera que se convierte en una amenaza para todos en todas partes, y que nos hace vivir esa sensación de que todos por igual estamos enfrentando al mismo enemigo común, al mismo tiempo.
Este efecto “igualador” ha producido un sentimiento totalmente nuevo en cada uno de nosotros. Una sensación que pocas especies tienen el privilegio de experimentar. Me refiero a ese sentido de pertenencia a una comunidad global, más allá de fronteras y naciones, de razas y credos, de clases sociales y estratos de ingreso. A esa sensación de ser parte de algo más grande y complejo. Estoy convencido de que esta pandemia será recordada precisamente por eso: porque por primera vez nos hará conscientes de que somos parte de una comunidad global que enfrenta amenazas y retos comunes; y que, por lo mismo, está obligada a articular una respuesta común, como especie, ante un evento que amenaza la existencia de todos.
La pregunta es, por supuesto, si seremos capaces de lograr una respuesta colectiva ante una amenaza global como la del Covid-19. Es decir, si podremos realmente articular como humanidad una acción común para enfrentar esta y otras amenazas globales que se vislumbran en el corto plazo. Desafortunadamente, por lo que hemos visto, la respuesta no es positiva. Hasta el momento, no hemos sido capaces de adoptar una visión global ante esta amenaza. La realidad es que, como lo he venido mencionando en las entregas anteriores, en la respuesta para enfrentar la pandemia ha prevalecido una visión egoísta y nacionalista, en la que cada persona y cada país, se ha concentrado en velar por su propio interés.
Coincido con el historiador Yuval Noha Harari en que, a diferencia de las otras pandemias —consideradas como meros desastres naturales— ante los cuales la humanidad no tenía mucho que hacer, hoy que la humanidad cuenta con las capacidades científicas y tecnológicas suficientes para enfrentarlas y controlarlas, no podemos ver las pandemias como meros desastres naturales sino como auténticos desastres o fracasos políticos.
Esta pandemia ha evidenciado como nunca antes, la necesidad de desarrollar nuevas formas de cooperación global realmente funcionales, o no habrá manera de que la humanidad pueda lidiar con este tipo de amenazas globales, sobre todo cuando se trate de eventos “nivel extinción”, como es el caso del cambio climático.
Desde mi punto de vista, la clave para desarrollar mejores instrumentos de cooperación entre estados nación para enfrentar este tipo de amenazas es la fraternidad. Solo el poder de la fraternidad terminará con la pandemia. Porque solo a partir de una visión fraterna podremos dar inicio a una nueva era de cooperación y solidaridad que nos permita trabajar juntos, como humanidad, en torno a intereses comunes. Solo a partir de una visión de fraternidad podremos dejar atrás esta falsa disyuntiva entre interés particular e interés común, porque ante cualquier amenaza global es un error pensar que son mutuamente excluyentes.
Como lo ha demostrado esta pandemia, el costo de velar primero por el interés nacional amenaza con elevar el costo en vidas y extender indefinidamente el impacto económico del virus. En otras palabras, el tremendo éxito en la cooperación científica global para contar con una vacuna en tiempo récord solo se compara con el tamaño del fracaso en la cooperación política global para garantizar la inmunización a toda la población. Creo que a un año del inicio de la pandemia es claro que la única manera de superar esta y otras amenazas globales que de seguro vendrán, será encontrándonos a nosotros mismos en los demás, a partir del valor de la fraternidad.