Por Jesús Manuel Hernández
Hacía algunos años el aventurero Zalacaín había sido invitado a probar “lo más parecido a una trufa negra” le había dicho su amigo, muy aficionado al consumo de setas.
Era el mes de noviembre, había iniciado el Otoño y en Madrid ya era posible conseguir una amplia variedad de setas silvestres frescas, para muchos la mejor forma de apreciar los sabores originales de estos productos de la tierra, del bosque de Hayas y Robles donde suelen aparecer y se forman verdaderas expediciones para encontrarlas y meterlas en una cesta.
Es amplia la variedad, son muchas setas, los ojos expertos permiten diferenciar las comestibles de las peligrosas, incluso mortales.
Aquella ocasión Zalacaín se plantó frente a un plato de “Trompetas de la Muerte”, por el simple nombre se despertaba cierta desconfianza, pero a ciencia cierta, nadie nunca supo explicarle el calificativo, quizá derivado de un color negro, intenso, y cuyo sabor era de los más agradables al paladar.
En el bosque es fácil localizarlas, no son atractivas a simple vista, pero en conjunto logran captar la atención del buscador de setas.
Las Trompetas de la Muerte también son conocidas como “Cuerno de la abundancia”, “Trompetilla negra” y quizá el más sugerente y atractivo: “Trufa de los pobres”, este nombre resume todas las capacidad de esta seta, su forma, su color y sobre todo su sabor, lo más parecido a morder una trufa de Soria.
Varios restaurantes de Madrid se especializan en la preparación de setas frescas en el Otoño, oros incluso las ofrecen en su estado desecado, las Trompetas de la Muerte son una de ellas, conservan su forma, reducen su cantidad de agua, pero refuerzan la intensidad de su sabor.
La curiosidad de Zalacaín le ha llevado a lo largo de la vida a buscar los sitios donde consumir las Trompetas de la Muerte en sus mejores preparaciones. Así, ha degustado pastas con Trompetas de la Muerte, revueltos, tortillas, estofados, guisados, arroces, en guarnición o salsa de carnes y pescados.
Pero de todas sobresale una, la especialidad de “El Cisne Azul” donde las Trompetas de la Muerte son hechas a la plancha con un toque de aceite de oliva y una vez servidas en el plato se colocan un par de huevos estrellados sobre la cama de Trompetas de la Muerte, eso, más un trozo de hogaza y una botella de vino tinto, pueden constituir uno de los momentos más placenteros en la vida de un gastrónomo.
El acto de romper la yema del huevo y revolverla junto a la clara bien hecha con las Trompetas de la Muerte, ingerir el bocado, morderlo, hacer el bolo alimenticio, tragarlo y después reforzar el sabor con un trago de Pétalos del Bierzo y un trozo de pan, quizá sean de los recuerdos mejor conservados en la mente de Zalacaín.