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Trampantojo e hiperrealismo: el arte del engaño en una espectacular expo del Thyssen | El Confidencial

Hasta el 22 de mayo se puede disfrutar en la pinacoteca madrileña de 105 lienzos que abarcan siete siglos y que juegan con los efectos ópticos y el ilusionismo

«Huyendo de la critica» (1874), del pintor Pere Borell (EFE David González)

PAULA CORROTO / EL CONFIDENCIAL

Decía Platón que todo lo que engaña, seduce, y no es ninguna mentira que es algo que ocurre desde que el mundo es mundo. La ilusión, el mostrar lo que no es, despierta una curiosidad tal que no hace falta ser un gato para sentirla. Y en eso se apoya la nueva exposición del Museo Thyssen, ‘Hiperreal. El arte del trampantojo’ para seducir a sus visitantes con 105 lienzos en los que hay animales muertos que no lo son, puertas que no van a ninguna parte y figuras que intentan escaparse de los marcos. Como decía este martes su director, Guillermo Solana, es una exposición para dejarse llevar y suspender voluntariamente nuestra incredulidad.

La muestra abarca siete siglos, del XV al XXI, porque jugar con la miopía de los otros es un arte ya consumado en el tiempo. Tanto que saltó al arte urbano y hoy lo vemos en las paredes de los edificios. De hecho, la palabra ‘trampantojo’ tiene un par de siglos. Procede del francés “trompe l’oeil’ -engañar al ojo- término publicado por primera vez en un diccionario de Bellas Artes en 1806. Aunque la historia de las pinturas mágicas empezó mucho antes. La anécdota más conocida es la que narra Plinio El Viejo acerca de los pintores Zeuxis y Parrasio. Estos participaron en un concurso de habilidades y el primero pintó un cuadro con unas uvas tan reales que incluso los pájaros se acercaron para comérselas. Parrasio, por su parte, presentó un lienzo con una cortina. La sorpresa fue que cuando Zeuxis le pidió que descorriera la cortina se dio de cuenta de que esta era el propio cuadro.

La palabra ‘trampantojo’ procede del francés “trompe l’oeil’ -engañar al ojo- término publicado por primera vez en 1806

80 prestadores

Esta exposición comenzó a fraguarse hacia 2018, pero no ha sido posible hasta cuatro años después. “Ha habido dos años extraños, ya que la fluidez con las instituciones no ha sido la habitual”, contaba su comisaria Mar Borobia. En total, se ha realizado gracias a 80 prestadores; eso sí, ninguno son instituciones rusas. Por suerte, porque como admitía Solana a este periódico, en otras muestras como la de los retratos de Rembrandt sí había lienzos de museos rusos, un asunto que, en el momento actual, hubiera puesto a la pinacoteca en una situación más complicada.

Los lienzos hiperreales -hay más de este tipo con mucho bodegón que quizá el trampantojo clásico, que se echa un poco de menos llamándose la exposición así- están distribuidos por áreas temáticas y no cronológicas. El periodo entre los siglos XVII y XVIII fue cuando más se afianzó este arte con numerosos bodegones como el de Sánchez Cotán (1602) y piezas de caza, aunque en esta muestra sobresalen los cuadros más contemporáneos como algunos Dalí, el famoso trampantojo ‘Huyendo de la crítica’, de Pere Borrell (1910) en el que un chico intenta escaparse del cuadro o la hermosa ‘La ventana tapiada’, de Pierre Gilou (1982).

En la presentación, Solana quiso destacar que son cuadros que exigen una mirada lenta por los innumerables detalles que poseen. Es lo que sucede al entrar en el espacio dedicado a estanterías y alacenas en las que parece que las vajillas, libros y demás objetos se te van a venir encima. Así ocurre en ‘Dos estanterías con libros de música’ de Giussepe María Crespi (1720-1730) y en ‘La librería’, de Kenneth Davies (1951).

Los muros y paredes que en realidad no existen, los rincones del artista llenos de papeles, cartas, joyas, grabados, abrecartas, pinceles como en ‘Bodegón en trampantojo’, de Samuel von Hoogstraten (1666-1678) que no se sabe muy bien en qué superficie están también son uno de los éxitos de la muestra. Como la parte dedicada a los autores americanos. Ahí se puede ver la riqueza del trampantojo en los siglos XIX y XX, como el ‘Paquete postal’, de Ton de Laat (1986). Los pintores de EEUU utilizaron esta técnica también para abordar temas de su tiempo como el consumismo o la censura.

Pero, sin duda, son el comienzo y el final de la exposición lo más llamativo. En la última parte destacan ‘La tierra’, de Arcimboldo (1570), ‘Máxima velocidad de la Madonna de Rafael’, de Dalí (1954) y ‘La ventana por la tarde’, de Antonio López (1974-1982), con esa sensación de que el cuadro va más allá del cuadro. Se cierra todo con una escultura que Isidro Blasco ha hecho exprofeso para esta exposición, ‘Tren elevado en Brooklyn’ y en la que se juega, una vez más, con la realidad y la ficción. Forma un buen complemento con el letrero de la entrada ‘Hiperreal’ elaborado por Víctor Coyote y una de las mejores piezas de toda la muestra.

“Se ha dicho en ocasiones que el trampantojo era un arte para niños o para bobos”, reflexionaba Solana quien, al contrario, admite que fascinarse por la ilusión no debe ser “nada vergonzoso”. “El trampantojo es el género más filosófico porque es metapictórico. Como hacían Dalí o Magritte, aborda los límites entre ficción y realidad. Y todo lo que vemos es apariencia: la sabiduría consiste en el desengaño”, añadía.

Una muestra para seducir y atraer visitantes en tiempos difíciles: las ilusiones y los efectos ópticos siempre tienen sus adeptos (que somos todos).

Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-03-16/hiperrealismo-exposicion-thyssen_3392121/

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