La cineasta mexicana Lila Avilés construye en su segunda película un emocionante retrato íntimo familiar y de amistad
ASTRID MESEGUER / Barcelona / LA VANGUARDIA
Si en su ópera prima, La camarista, Lila Avilés sorprendió con el retrato intimista de la soledad del día a día de una camarera de piso demasiado autoexigente, su segundo largometraje, Tótem, afianza el gran talento de esta cineasta y guionista mexicana de sonrisa fácil y contagiosa para profundizar en la conexión entre las relaciones humanas y los espacios interiores, logrando emocionar al espectador con historias tan sencillas como universales.
Su nuevo trabajo, de estreno este viernes en la cartelera, muestra el caos que se desata durante los preparativos de una fiesta sorpresa para el padre de Sol, una niña de siete años curiosa y muy madura para su edad, que debe enfrentarse a la muerte inminente de su adorado y joven progenitor, aquejado de una enfermedad que le está consumiendo. Una historia filmada en cada estancia de una casa «con alma y corazón» y gran presencia femenina como escenario que logró el Gran Premio del Jurado Ecuménico en la Berlinale del año pasado y fue seleccionada en la shortlist de los Oscar a mejor película Internacional, en representación de México.
«Yo fui mamá muy jovencita y mi hija lo ha sido todo. Me interesaba mucho regresar a esa edad de los siete años en el que la personalidad se forja, en la que uno es muy abierto y observador y a la vez muy frágil. Y regresar a la casa, a la idea de cómo habitamos el espacio, nos interrelacionamos y cómo comunicamos. Está la comunicación verbal y luego la sensorial, que nos conecta con nuestra parte animal y es algo que se nos olvida», afirma la directora en conversación con La Vanguardia.
Y ese retrato íntimo familiar lo vemos a través de los ojos de Sol. «Aunque la película es coral y hay muchos personajes, entre familia y amigos, la raíz es esta niña tan madura. Creo que a veces sobrevaloramos la infancia, pensamos que los niños no saben nada y es todo lo contrario». En la organización de la fiesta sobrevuela la alegría y el dolor. La madre de Sol la deja en casa del abuelo después de comprarle unos globos, una nariz de payaso y una divertida peluca. En la vivienda reina la anarquía. El abuelo atiende a una paciente que se pone a llorar en medio de la consulta. Una de las tías intenta hacer el pastel de cumpleaños con la ayuda de su hija pequeña, que no la deja en paz, y la otra tía invita a una curandera para que elimine las malas energías del hogar.
Todo mientras Sol, esa cría de nombre luminoso, espera el turno para ver a su padre, y hace preguntas sobre el fallecimiento de su abuela y el fin del mundo. «Todos hemos vivido un día que te marca y te forja. Están las muertes biológicas y las de cambio. Son días totémicos, de ritual, que te hace estar en total presente y el tiempo cambia. Me interesaba la percepción de cómo vivimos la vida. Y la santa vida cotidiana», argumenta Avilés, a quién le marcó profundamente el terremoto de 2017 en México. «Lo pasé fatal. Tuvimos que cambiarnos de casa, pero incluso en esos momentos de desastre te acabas riendo porque somos humanos y sensibles y deambulamos por muchos lugares», recuerda. Por eso el humor también está muy presente en la película. «La vida es así. Reír y llorar. Luz y oscuridad. Yin y Yang… y la diversidad no tiene etiqueta».
El gran acierto de esta conmovedora historia radica en un casting maravilloso, desde la debutante Naíma Sentíes en el papel de Sol, pasando por Teresa Sánchez, que ejerce de cariñosa cuidadora del padre enfermo o las tías de la protagonista, encarnadas por Marisol Gasé y Montserrat Marañón. «Sabía que si dábamos con el casting, encontrábamos la película. A veces el cine te lleva por caminos muy misteriosos. El casting fue muy cansado. Lo hice con Gabriela Cartol, la protagonista de La camarista. Por suerte, encontramos a Naíma, que venía de un momento muy frágil por la Covid. Ha sido un proceso maravilloso. Al final ella hasta hizo un diario del rodaje y entabló una gran amistad con la niña que hace de su prima pequeña. La verdad es que ha habido mucha complicidad entre todos los que hemos trabajado en la película. Se gestó una familia y estoy tremendamente agradecida», dice con una amplia sonrisa.
Tótem también es un reflejo de la belleza de las familias en Latinoamérica, «que somos numerosas», y «de las amistades, que son la familia que uno elige». Y sobre todo es un magnífico regalo para la hija de Avilés. «Si uno se muere, ya dices: ‘¡quedó una película!'», concluye exultante la realizadora, cuyo sueño es «poder filmar en muchos países». De momento, espera no tardar mucho en levantar su tercer largo de nuevo en México.