Una malnutrida Isak Dinesen relató en ‘El festín de Babette’ un banquete apoteósico
DOMINGO MARCHENA / EN SU TINTA / COMER / LA VANGUARDIA
La literatura está llena de paradojas, de autores que recrearon magistralmente realidades que nunca conocieron o que solo conocieron en los libros. Uno de los ejemplos más relevantes es el del italiano Emilio Salgari, un explorador de biblioteca, un trotamundos que apenas salía de casa. Tampoco es baladí el caso del español Pío Baroja, que escribió obras como Zalacaín el aventurero sin desprenderse de sus zapatillas de felpa.
Pero si una contradicción literaria resulta especialmente dolorosa y tierna a la vez es la de la danesa Karen Christentze Dinesen (1885-1962), que ha pasado a la historia con su nombre de casada, Karen Blixen, o con su pseudónimo más famoso, Isak Dinesen. Como Isak Dinesen firmó dos obras que, aunque no hubiera escrito nada más, habrían garantizado su pasaporte al Olimpo literario: Memorias de África y El festín de Babette.
La primera es un novelón. La segunda es un cuento, publicado originalmente en el volumen de relatos Anécdotas del destino (Alfaguara). Las dos obras fueron llevadas con notable éxito al cine con sendas películas oscarizadas. La muy conocida Memorias de África (1986), de Sydney Pollack, obtuvo siete estatuillas, incluidas a la mejor película, mejor director y mejor banda sonora (otra genialidad de John Barry).
No tan recordada hoy es la también excelente versión cinematográfica de El festín de Babette (1987), de Gabriel Axel, Oscar a la mejor película de habla no inglesa, fue la primera producción danesa que obtenía tal galardón. La cinta reverdeció sus laureles cuando el papa Francisco dijo que era una de sus películas favoritas, quizá por las analogías entre su trama y la generosidad y el amor al prójimo que proclama el cristianismo.
Lo mejor que pueden hacer los lectores es regalarse el cuento y ver la película. Trataremos de no destripar más de lo necesario el argumento de El festín de Babette, tanto el de la narración como el de la película, que guardan muchas similitudes, aunque es imposible reflejar en 102 minutos todos los matices de un relato tan poliédrico, aunque sea corto. No en balde estamos ante uno de los más suculentos ágapes de la literatura y el cine.
El banquete que da nombre al título, y que tiene muchísima más preponderancia en la película que en el cuento, es delicioso. Sobrecoge recordar la historia real de la autora que nos hizo salivar con las exquisiteces culinarias de la francesa Babette, una antigua cocinera del Café Anglais de París, del que ya hemos hablado aquí. Mientras escribía Anécdotas del destino, que se publicó en 1958, Karen Blixen era un esqueleto andante.
Su exmarido, el noble sueco Bror Fredrik von Blixen-Finecke, le contagió la sífilis. Eso, y unos devastadores tratamientos médicos a base de mercurio, quebrantaron su salud. La escritora, con permanentes problemas estomacales, apenas comía y en sus últimos años pesaba menos de 36 kilos. La foto de arriba, con los pómulos tan hundidos como una superviviente de Mauthausen, es perturbadora. Y las hay peores.
Y, sin embargo, ese era su aspecto cuando describía los platos con los que Babette obsequió a sus comensales en una remota y austera comunidad de Noruega. Sopa de tortuga y Jerez amontillado, tortitas de caviar y acompañadas de un champán Veuve Clicquot, cordornices en pasta de hojaldre con trufa y foie, y ensalada de endivias con mostaza y un gran reserva de la Borgoña, quesos e higos macerados en ron añejo…
Posiblemente Isak Dinesen, que llegó a figurar en las quinielas para el premio Nobel de Literatura (hasta el propio Ernest Hemingway dijo que ella se lo merecía más que él), no hubiera tomado nada de todo eso… salvo el champán y el vino. En 1959, un año después de la publicación del relato, la escritora hizo su primer y único viaje a Estados Unidos. Las fotos de aquella estancia son ya las de una mujer ajada y esquelética.
Tenía una úlcera y se había sometido a una operación de estomago en la que le extirparon una parte de este órgano para tratar de frenar el avance de la enfermedad. Para una mujer sin apetito, que hoy sería considerada víctima de una anorexia nerviosa, la intervención quirúrgica fue la culminación de una tormenta perfecta. Durante su estancia en Estados Unidos, de enero a abril, dio pruebas de sus trastornos alimentarios.
Fuente: https://www.lavanguardia.com/comer/20220617/8240249/escritora-alimentaba-uvas-ostras-champan.html