Los cárteles mexicanos cuentan con un ejército de mensajeros que cruzan fácilmente la frontera cargados de drogas.
Por Natalie Kitroeff y Robert Gebeloff / The New York Times
Fotografías por Meridith Kohut
Natalie Kitroeff reportó desde Ciudad de México y Robert Gebeloff desde Nueva York.
- 28 de septiembre de 2024
El adolescente practicó ir manejando de su departamento en San Diego hasta Tijuana y de regreso por orden de los delincuentes para los que trabajaba en México. Ensayó cómo responder las preguntas de los agentes fronterizos de EE. UU. Llevó el registro del momento en que los perros antidrogas tomaban un descanso.
Los hombres que le pagaban habían creado un compartimento secreto en su coche de tamaño suficiente para acomodar varios ladrillos de fentanilo. Cuando lo cargaron por primera vez y lo mandaron a cruzar la frontera, Gustavo, que por entonces tenía solo 19 años, empezó a temblar.
Cuando llegó a la caseta, se acomodó como había practicado y con toda calma le dijo a los agentes fronterizos que simplemente volvía a casa.
Miraron su pasaporte de Estados Unidos y lo dejaron pasar.
Desde 2019, cuando México superó a China como el proveedor dominante de fentanilo en Estados Unidos, los cárteles han inundado el país con el opioide sintético. La cantidad de fentanilo que cruza la frontera se ha multiplicado por 10 en los últimos cinco años. México ha sido la fuente de casi todo el fentanilo incautado por las fuerzas de seguridad de EE. UU. en años recientes.
El expresidente Donald Trump y otros republicanos han culpado a las políticas fronterizas del presidente Joe Biden de la entrada de fentanilo en Estados Unidos, aprovechando la creencia generalizada de que los inmigrantes indocumentados son los responsables de transportarlo.
En realidad, el mayor grupo conocido de contrabandistas de fentanilo no está formado por personas migrantes que atraviesan el desierto o se mueven por túneles secretos: son estadounidenses que llegan a través de puertos de entrada autorizados. Más del 80 por ciento de las personas condenadas por tráfico de fentanilo en la frontera sur son ciudadanos de EE. UU., según datos federales.
Las autoridades afirman que estas cifras apuntan a una nueva y alarmante estrategia: los cárteles de la droga mexicanos están convirtiendo a miles de estadounidenses en mulas de fentanilo, desplegando un torrente de enviados que pueden cruzar fácilmente de ida y vuelta a su propio país.
“Los americanos se están quedando con los trabajos de contrabando de los mexicanos”, dijo David Bier, experto en seguridad fronteriza en el Instituto Cato, un laboratorio libertario de ideas. “Los cárteles realmente están empleando la ciudadanía estadounidense como un activo que pueden aprovechar”.
Bares, gimnasios, centros de rehabilitación, parques de casas rodantes… todos son lugares en los que los reclutadores han encontrado mulas en los últimos años, según muestran los registros judiciales. Una estrella del fútbol universitario fue atraída por un amigo después de abandonar los estudios. Una madre de tres hijos con necesidades especiales aceptó el trabajo cuando se enfrentaba a un desalojo. Un hombre sin hogar fue reclutado en un campamento situado en el estacionamiento de un Walmart.
Agentes federales descubrieron una red de reclutamiento en más de una decena de escuelas secundarias de San Diego, en la que, de 2016 a 2020, estudiantes que trabajaban para grupos delictivos en México convencieron a sus compañeros de cruzar fentanilo por la frontera, según dijeron tres exagentes federales directamente involucrados con el operativo.
“Los cárteles reclutan directamente a cualquiera que está dispuesto a hacerlo, lo cual por lo general es alguien que necesita el dinero”, comentó Tara McGrath, fiscal de EE. UU. para el distrito sur de California. “Los cárteles despliegan sus tentáculos y agarran a gente vulnerable en cualquier oportunidad posible”.
Siempre ha habido estadounidenses involucrados en el narcotráfico, pero en años recientes, en tanto que el fentanilo ha inundado el país, los traficantes han empezado a apoyarse en ciudadanos de EE. UU. más que nunca.
Un posible factor pudo haber sido el cierre de la frontera durante la pandemia, según los expertos, lo que posiblemente obligó a los cárteles a depender más de los estadounidenses, quienes se encontraban entre las pocas personas con permiso de cruzar libremente. Pero el fentanilo también tiene propiedades únicas que lo convierten en un producto ideal para que viajeros individuales lo transporten en paquetes compactos: es extraordinariamente potente y de muy fácil fabricación.
El fentanilo, 100 veces más poderoso que la morfina, puede ser extremadamente rentable incluso en pequeñas cantidades, lo que significa que un solo mensajero puede contrabandear cantidades lucrativas de la droga simplemente escondiéndola en la guantera del auto o bajo la ropa.
El opiáceo sintético es tan mortífero que es posible morir al ingerir un par de miligramos, una cantidad que cabe en la punta de un lápiz. En los últimos cinco años, el fentanilo se convirtió en la principal causa de muerte entre los adultos jóvenes en Estados Unidos, matando casi a tantos estadounidenses entre 18 y 45 años como las armas y los accidentes de auto combinados, según arrojó un análisis de estadísticas federales realizado por The New York Times.
Para los traficantes, el fentanilo es un producto milagroso. Según fiscales estadounidenses, el Cártel de Sinaloa gasta apenas 800 dólares en precursores químicos para producir un kilo de la sustancia, una cantidad que puede rendir una ganancia neta de hasta 640.000 dólares.
También es posible remplazarlo con rapidez. Si un cargamento es interceptado en la frontera, los traficantes no tienen que esperar a que las plantas vuelvan a crecer como sí sucede con la cocaína o la heroína: simplemente mezclan algunos químicos y mandan otro lote.
“Perder producto es relativamente algo sin importancia”, dijo Jonathan Caulkins, experto en política antidrogas en la Universidad Carnegie Mellon. Al ser la mercancía tan prescindible, dijo Caulkins, “puedes usar formas directas y de baja tecnología para contrabandear”, como enviar montones de burriers estadounidenses inexpertos por la frontera.
Las autoridades fronterizas han encontrado cargamentos gigantescos del opiáceo sintético amarrados a cuerpos de adolescentes, metidos en muletas y en bolsas de papitas fritas. En una ocasión se incautaron 166.000 pastillas de un horno microondas repleto de la droga y en otra abrieron una mochila que llevaba fentanilo por valor de 60.000 dólares escondido en burritos de desayuno.
El gobierno de Biden ha invertido muchos recursos en tratar de frenar el flujo de fentanilo hacia Estados Unidos, con incautaciones récord en los últimos años. Pero funcionarios admiten que se podría hacer mucho más.
“Necesitamos más herramientas —legislación para modernizar nuestras leyes aduaneras y aumentar las sanciones— y recursos como más funcionarios, más tecnología y más fondos para impulsar nuestra lucha”, dijo en un comunicado Troy A. Miller, comisario de Aduanas y Protección de Fronteras.
Casi todo el fentanilo hallado en la frontera sur de EE. UU. llega en coches, y solo el 8 por ciento de los vehículos personales que cruzan son escaneados en busca de drogas, según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza.
“Seguimos utilizando todos nuestros recursos, todas nuestras habilidades de entrevista para detener e interceptar a estos individuos”, dijo Sidney Aki, director de operaciones de campo en la oficina de campo de San Diego de la agencia.
“Es un juego del gato y el ratón con los cárteles”, añadió Aki. “Si ven que estamos hipervigilantes, centrados en determinadas estrategias, cambian en un santiamén”.
Para este reportaje, el Times revisó cientos de páginas de expedientes judiciales y habló con varios estadounidenses condenados por contrabando de fentanilo. Sus nombres completos se mantienen en reserva por temor a represalias.
Una mujer conoció a su reclutadora mientras estaba en rehabilitación en Los Ángeles, donde ambas entablaron una amistad, según los expedientes judiciales y las entrevistas con la mujer y su abogado. La mujer, que pidió ser identificada por su primera inicial, M., dijo que su amiga empezó a presionarla para que traficara con drogas solo después de que pasaran años de conocerse. Cuando M. se resistió, su amiga montó en cólera.
“Dijo: ‘Tengo tu dirección’”, relató M. “Soy parte de un cártel de México y andamos por todo el mundo, así que vayas donde vayas, te vamos a encontrar’”.
Anthony Colombo, el abogado que defendió a M. tras su detención, dijo que la reclutadora se había enfocado en “mujeres vulnerables” en el centro de rehabilitación. M. fue condenada a 18 meses de prisión.
Los cárteles buscan estadounidenses que “sean ingenuos en cuanto a lo que se están metiendo”, dijo Colombo, quien, además de una lista de clientes de bajos ingresos, también ha representado a líderes de cárteles acusados. A las mulas de bajo nivel, dijo, “se les mantiene en la ignorancia a propósito, ya que si son capturados no saben nada”.
A Gustavo, la propuesta de empleo le llegó en San Diego luego de haber bebido mucha cerveza en una fiesta y admitir a un amigo que estaba muy necesitado de dinero. En aquel tiempo era el principal sustento de su madre en el departamento de San Diego que vivían. Su hermano se había mudado y sus padres estaban divorciados. Gustavo trabajaba en una tienda de víveres pero tenía dificultades para pagar las cuentas.
“Quiero ser un jefe”, le dijo a su amigo aquella noche. “Este trabajo no nos está dando de comer a mí y a mi mamá”.
Al cabo de unos días, su amigo lo llamó y le dijo que conocía a “un viejo en Tijuana” que tenía un trabajo y que siempre estaba en el mismo bar del otro lado de la frontera. Gustavo no preguntó en qué consistía el trabajo.
Varios domingos después, cuando llegó al bar, Gustavo dijo que ubicó a un hombre de mediana edad vestido con ropa de diseñador y rodeado de mujeres y cervezas. Gustavo se presentó y luego de que intercambiaron cortesías el hombre sacó un fajo grueso de billetes de su bolsillo. “Si de veras quieres trabajar”, recordó Gustavo que le dijo el hombre, “entonces aquí tienes”.
Gustavo dijo que apenas y consideró en que podría estarse metiendo. Nunca antes había visto tanto dinero. Aceptó el trabajo.
“Los conductores son intercambiables y desechables para la gente en la cúspide de la pirámide”, dijo Keith Rutman, el abogado que representó a Gustavo. “Si hoy alguien dice que no, van a encontrar a alguien más”.
Los operadores del cártel que interactúan directamente con burriers como Gustavo a menudo están a varios niveles de distancia de los líderes, según funcionarios.
Osvaldo Mendivil-Tamayo, un hombre de 25 años de Tijuana que se declaró culpable de cargos de narcotráfico en 2020, operaba como una especie de freelance para los cárteles, supervisando un equipo de reclutadores, según los registros judiciales y su abogado.
Utilizaba Snapchat para hablar con los reclutadores sobre la identificación de estudiantes estadounidenses que cruzaban regularmente de Tijuana a San Diego. Un recluta solo tenía 15 años. A través de su abogado, Mendivil-Tamayo, quien recientemente salió de prisión, se negó a hacer comentarios.
Por lo general, los reclutadores hacen la misma propuesta: pagar desde 1000 a 10.000 dólares por unas cuantas horas de trabajo de bajo riesgo.
David, un hombre con problemas de adicción de cincuentaitantos años, dijo que cruzaba la frontera con drogas casi todos los días durante tres meses antes de que las autoridades lo detuvieran. A veces, cuando iba a recoger un cargamento a un escondite en Tijuana, dijo, se topaba con otros cuatro o cinco estadounidenses que ya estaban allí, esperando a que les ataran la droga al cuerpo.
“Cualquiera que puede cruzar la frontera manejando puede conseguir trabajo ahí, literalmente pasando drogas”, dijo David en una entrevista desde una prisión federal.
Las fuerzas de seguridad federales y estatales de San Diego han colocado vallas publicitarias en las que se insta a los adolescentes a no llevar drogas a través de la frontera. La Administración de Control de Drogas puso en marcha un programa para concientizar a los estudiantes de secundaria sobre los riesgos del contrabando.
Pero es difícil competir con un operador de cártel insistente.
Gustavo recibió una llamada repentina de su reclutador una tarde. “Te tengo un carro”, recordó que el hombre le dijo. Era un Honda Civic de algunos años y reluciente, y lo estaba esperando en Tijuana.
Le dieron la instrucción de sacarle un seguro básico al auto y de cruzar la frontera en él cada tres días. El hombre le dijo a Gustavo que quería que se sintiera cómodo cuando lo abordaran los agentes fronterizos. Le dijeron que si quería echarse para atrás tendría que pagarle varios miles de dólares al hombre.
La primera vez que Gustavo contrabandeó drogas, dejó el coche en un estacionamiento cerca de la autopista en San Diego, como le indicaron. Horas más tarde volvió para encontrar más de 6000 dólares en la guantera.
“Ando aquí batallando, claro que voy a usar el dinero para pagar las cuentas”, dijo Gustavo. Compró tanta comida en la tienda que no le cupo en el refrigerador. Antes de que se diera cuenta, había ganado decenas de miles de dólares.
Pero luego, unos meses más tarde, cuando iba manejando al cruce en Otay Mesa en California, dice que sintió un mal presentimiento. Casi no había fila para cruzar y Gustavo dijo que de pronto sintió que algo iba a salir muy mal.
Respiró hondo y se dijo a sí mismo que eran imaginaciones suyas. Siguió manejando.
Cuando estaba en la fila para mostrar su identificación, un oficial se acercó a su coche y le preguntó para dónde iba. San Diego, dijo Gustavo, intentando sonar calmado. Según los documentos judiciales, el oficial notó una tela suelta en el asiento trasero.
El agente abrió la cajuela, empujó hacia abajo el asiento trasero, descorrió el cierre y “observó inmediatamente paquetes envueltos en plástico”, según los documentos judiciales. Gustavo estaba visiblemente tembloroso, señaló el agente.
Se encontraron más de 13 kilos de fentanilo dentro del asiento trasero. Luego de que lo arrestaron, Gustavo le contó a los oficiales su historia de principio a fin, según muestran los documentos judiciales. Luego llamó a su madre, que estaba en un trabajo nuevo limpiando oficinas.
La madre se echó a llorar al teléfono. “¿Por qué habías de hacer esto?”, recordó que le preguntó.
Gustavo se declaró culpable de tráfico de fentanilo en agosto de 2021 y fue sentenciado a 32 meses en una prisión federal. Desde entonces ha encontrado trabajo en una obra de construcción, una labor sólida que paga bien.
“Este es un buen camino para mí”, dijo.
Emiliano Rodríguez Mega colaboró con reportería desde Ciudad de México. Kitty Bennett colaboró con investigación.
Natalie Kitroeff es la jefa del buró de redacción del Times en Ciudad de México, que lidera la cobertura de México, Centroamérica y el Caribe.
Robert Gebeloff es periodista de datos de The New York Times y emplea análisis de datos para ampliar la reportería tradicional.