La actriz recuerda el estupor ante el éxito mundial, la hemorragia cerebral que la mantuvo entre la vida y la muerte durante nueve días y el abuso sexual que sufrieron tanto ella como su hermana por su abuelo materno en su autobiografía
CECILIA BRESSANELLI / EL MUNDO
En el estreno se encontraba con Faye Dunaway. «Al final de la película hubo un momento de absoluto silencio. Faye me agarró del brazo y susurró: ‘Quieta’. Y ni me moví. Después de un minuto que pareció durar un siglo, la multitud comenzó a aplaudir con entusiasmo. ‘¿Que sucede?’, le pregunté a Faye. Ella respondió: ‘Ocurre que ahora eres una superestrella, querida, y todos se pondrán a tus pies’».
Corría el año 1992, Instinto básico era la decimoctava película de Sharon Stone, después de muchas «películas de bajo presupuesto y series de televisión mediocres». Todo estaba cambiando: «Especialmente la forma en que me miraban». Con la exhibición de la (presunta) asesina en serie Catherine Tramell comenzaron los diez años «en la cima del mundo». Luego, a finales de septiembre de 2001, otro acontecimiento partió claramente la vida de la actriz en un antes y un después. Una hemorragia cerebral la mantuvo entre la vida y la muerte durante nueve días. Quedaron las secuelas (le costó años recuperar la vista, el oído y la memoria) y una nueva forma de ver la vida. Sharon Stone, de 63 años, lo cuenta en la biografía recién publicada en EEUU The Beauty of Living Twice («La belleza de vivir dos veces»).
Recientemente la vimos en presencia del Papa interpretado por John Malkovich en The new Pope, de Paolo Sorrentino, y en el papel de la rica y despiadada Lenore Osgood en la serie de Netflix Ratched. Y dentro de poco la veremos en Beauty, de Andrew Dosunmu, y en What About Love, de Klaus Menzel.
En su autobiografía vuelve sobre cada episodio de su vida: la infancia en Meadville, Pennsylvania; la relación no siempre fácil con los padres; el trauma por el abuso del abuelo materno tanto a ella como a su hermana; los cursos universitarios a los que asistió desde los 15 años; la casa compartida con su novio «comerciante de marihuana intelectual», y la historia de su hermano, que pronto terminaría en la cárcel. Y luego, a los 20, Nueva York y los trabajos de modelo. Estaba recorriendo la ciudad en un par de patines de segunda mano y, entre una cita y otra, llegó la llamada: Woody Allen estaba buscando extras para Recuerdos. Era 1980. «Pude abrir, aunque solo fuera unos centímetros, la puerta de mi sueño. Entonces tenía que ir a Hollywood y subir al ring».
Michael Douglas se negó a tenerme en cuenta
Aquel era un cuadrilátero lleno de tropiezos y pasos en falso hasta el encuentro con el profesor Roy London. Sin embargo, no fue fácil conseguir el papel en Instinto básico. Con Paul Verhoeven, el director, había trabajado anteriormente en Desafío total. «Pero Michael Douglas se negó a tenerme en cuenta». Aceptó ensayar con ella sólo después del no de otras 12 actrices.
El resto es leyenda, entre la fama y las duras críticas. Con la célebre escena del interrogatorio y el cruce de piernas sin ropa interior, en el centro de todas las polémicas. Rápidamente se supo que aquello había sido rodado mediante engaños. No debería haberse visto nada. El Screen Actors Guild, el sindicato de actores, consideró esas tomas ilegales. Más tarde llegaría la decisión de dejar la escena como estaba. «Había invertido mucho tiempo en el proyecto y analicé a fondo el personaje. Fui al set lista para ser Catherine Tramell. Y ahora tenía que afrontar otro desafío», escribe.
«Solo ahora siento una especie de respeto por Instinto básico… Es una obra mítica. En la ceremonia de los Globos de Oro de 1993 en la que fui nominada, cuando me definieron como ‘una finalista encantadora’ todos rompieron a reír. Quizás no todos, pero los suficientes para comprender cuál era mi lugar». Incluso ahora, no ha sido consultada en absoluto para el lanzamiento de un nuevo montaje con motivo del 30 aniversario.
Solo ahora siento una especie de respeto por Instinto básico
Para el western Rápida y mortal (1995), Sharon Stone quería trabajar con «un tipo del que nadie había oído hablar», Russell Crowe; «un niño llamado Leonardo DiCaprio» y el director Sam Raimi. Para la banda sonora había propuesto a Danny Elfman, pero «ninguna actriz famosa, y mucho menos yo, con mis ideas suicidas, podía imponer nada ni aunque hubiera sido la productora».
La actriz recuerda haberse encontrado en su camino con «candidatos perfectos» para el MeToo, como ese productor (no menciona el nombre) que le aconsejó que se acostara con su coprotagonista para mejorar la química en pantalla. Pero también recuerda los gratos encuentros con grandes directores y actores. En 1995 se estrenó Casino, que le valió una nominación al Oscar: «Martin Scorsese fue el mejor director para el que he actuado nunca. Trabajó conmigo en profundidad, me guio suavemente. De Niro me enseñó más con su ejemplar e increíble ética de trabajo que cualquier otro actor que haya conocido en 40 años de carrera».
Y Mick Jagger, que le dio «unos consejos muy útiles sobre la vida en la carretera»: rollos de aluminio y cinta adhesiva para oscurecer las ventanas de la habitación del hotel y «conseguir dormir». Y John Travolta, con quien logró improvisar unos pasos de baile en el escenario de los Oscar justo después de la hemorragia cerebral. Y Meryl Streep, con quien trabajó solo un día en los Papeles de Panamá, de Steven Soderbergh: «Pensé que una mujer como ella, una estrella así, nunca tendría tiempo para una niñita como yo». «El mundo siempre ha tratado de mantener a las mujeres alejadas entre sí», escribe.
De Niro me enseñó más con su ejemplar e increíble ética de trabajo que cualquier otro actor que haya conocido en 40 años de carrera
Y así llegamos a 2019, en mitad de la segunda vida de Sharon Stone. «No he recuperado los kilos perdidos y me he convertido en una especie de versión angulosa de mi yo anterior. Pero no extraño a aquello Sharon». ¿Y qué pasa con la actuación? «Todavía lo hago. Y si tengo que ser honesta, me gusta más que antes. Me siento mucho más cómoda en el trabajo y todo es mucho más fácil. Ahora no estoy bajo presión porque mi mundo no es solo eso». Fuera hay «una casa llena de amor», donde vive con sus tres hijos, Roan Joseph Bronstein, adoptado en 2000 con su ex marido Phil Bronstein, y Laird Vonne y Quinn Kelly Stone, adoptados por la actriz entre 2005 y 2006.
En el libro concluye: «He aprendido a mirar las cosas de otra manera. Y para hacer eso morí, viví y fui, como me decían, The Last Living Movie Star, la última gran estrella del cine», porque «vengo de la era analógica y no de la digital». Del cine que trae consigo la luz de la imperfección que en ocasiones deslumbra mientras se proyecta la película.
Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/cine/2021/06/23/60d36f4efdddff46378b457e.html