La Dra. Rosa Molina, especialista en psiquiatría y máster en neurociencia, explica en su obra ‘Tus microtraumas’ cómo identificar las heridas emocionales para que nuestro pasado no condicione nuestro futuro
RAQUEL ALCOLEA / ABC
«El relato de uno mismo no es el retorno al pasado, es la representación del pasado desde el presente. Solo el recuerdo traumático permanece congelado en el pasado, ya que las imágenes y las palabras de horror se repiten continuamente, reforzando el recuerdo del trauma». Con estas palabras del neurólogo y psiquiatra francés Boris Cyrulnik nos introduce la Dra. Rosa Molina en el camino que nos lleva al conocimiento del trauma. Una palabra griega que significa «herida» y cuyo uso se trivializa, desvirtúa o confunde a menudo. En su obra ‘Tus microtraumas’ (Paidós) la Dra. Molina invita a distinguir entre los traumas con mayúsculas o «de alto voltaje» (suceso único y devastador que marca un antes y un después en una vida) y los microtraumas, que son heridas emocionales de una envergadura aparentemente menor, pero con capacidad para condicionar nuestra vida y nuestra relación con los demás, si se dan determinadas características, frecuencia y contexto.
Así, en su obra desvela qué factores nos hacen más vulnerables ante el sufrimiento y el dolor emocional y de qué manera se pueden identificar y afrontar esas heridas que originan las conductas que amplifican y mantiene nuestro malestar. Descubrimos con ella algunas de esas claves que ayudan a conocer y superar las huellas del pasado para lograr que no determinen el presente.
Uno de los puntos de partida de su obra que apunta la psicóloga y experta en EMDR Anabel González en el prólogo es que el efecto de un trauma no depende tanto de lo que nos ocurre, como de lo que significa para nosotros. ¿Esto se aplica tanto los grandes traumas como a los microtraumas? ¿En qué se diferencian?
Siempre hemos pensado en el concepto clásico de trauma o de trauma de alto voltaje como aquello que puede ser una amenaza para la vida o para la integridad del sujeto, es visible y, de alguna manera, es un trauma que todo el mundo acepta como tal. Se vive, por tanto, como una amenaza y tiene así el potencial de dejar una huella duradera.
Pero cuando hablamos de microtraumas nos referimos a eventos que pueden ser más sutiles o que aparentemente no tienen por qué amenazar la vida y, sin embargo, sí que pueden tener el mismo impacto que un trauma de alto voltaje. Un ejemplo puede ser haber sufrido ‘bullying’ en el colegio o ‘mobbing’ en el trabajo o haber sufrido situaciones de humillación repetida con la pareja o agresividad verbal continua y mantenida en el tiempo por parte de nuestros cuidadores.
Son dos ideas en torno al trauma que se suelen confundir o entremezclar…
Sí, en este sentido habría que destacar que la población puede caer en dos extremos que llevan a error, y esto es algo en lo que también podemos caer los profesionales. Un error sería considerar que sólo es un trauma aquél gran evento de alto voltaje que amenaza la vida o la integridad. Y otro sería creer que cualquier situación adversa ya lleva la etiqueta de trauma. En el lenguaje cotidiano es habitual escuchar: «Eso me traumatizó» o «estoy traumatizado por eso o por lo otro», pero en muchos casos se hace referencia a procesos adaptativos normales como un duelo en el caso de una ruptura de pareja, por ejemplo, o a la pérdida de una amistad o un vínculo y eso realmente no es un trauma sino algo de lo que esa persona se puede recuperar de manera satisfactoria sin demasiado problema.
NOTICIA RELACIONADA
Aprender a distinguir la ansiedad buena de la mala puede cambiarte la vida
RAQUEL ALCOLEA
Los psicólogos Rubén Sanz y Cristina Carro desvelan en su obra ‘Ansiedad: entenderla y manejarla’ cómo distinguir si vivimos una emoción o sufrimos una patología
Pero sí que puede darse el caso de que algunas personas no superen situaciones que a otras no les cuesta superar, ¿no?
Eso se da, sí. Puede suceder, por ejemplo, que en el caso de alguna ruptura algunas personas no se recuperen fácilmente y aquí lo que se estudian son distintas variables. Una de ellas es la vulnerabilidad previa, es decir, el hecho de que ya vengamos con una vulnerabilidad genética o incluso con una vulnerabilidad que haya sido creada en el entorno familiar. Sobre esto último cabría explicar que el hecho de no haber tenido un apego seguro con mis cuidadores me convertirá en una persona más vulnerable, pero eso no quiere decir, no obstante, que todo aquel que no haya tenido un apego seguro vaya a desarrollar un trauma.
Otra variable es la acumulación de eventos traumáticos o repetición, es decir, no es lo mismo tener un solo microtrauma, que haber tenido microtraumas repetidos a lo largo de la vida.
Y también influye el contexto en el que se vive, pues no es lo mismo contar con una buena red de apoyo familiar que nos ayude a validar lo que sentimos y a dar apoyo y sostén cuando algo nos sucede y así poder recuperarnos de esto que un entorno que ni valide ni reconozca ni apoye o incluso que llegue a cuestionar lo que decimos, a ridiculizarnos o incluso a humillarnos. Está claro que uno se recupera también en su entorno, pues somos una red. De hecho esto conecta con un concepto del que hablo en el libro que es la «red-siliencia», al que llegamos un día mi hermana y yo, Ana Molina, hablando precisamente de esto, de que siempre hablamos de resiliencia individual pero en realidad nos recuperamos solos sino que la red que tengamos a nuestro alrededor influye en ello.
Entonces, ¿Cualquier persona que haya sufrido un evento traumático puede tener un trastorno?
No, no se puede relacionar directamente, pues depende de las características del trauma en sí, de cómo lo haya experimentado esa personal, del significado que le haya dado, de la situación en la que se ha dado, de la vulnerabilidad previa, del contexto en el que se ha vivido, de los poyos que ha recibido… Por tanto lo importante no es el evento traumático en sí que vivamos sino la persona, su interpretación, su experiencia y todo lo que le rodea.
Por tanto también puede darse el caso de personas que, a pesar de haber vivido tremendamente duras, no solo pueden llevar una vida normal sino también exitosa… ¿Hay personas menos vulnerables que otras?
Si, existen una serie de características que nos hacen más fuertes, más resilientes o incluso ambas cosas. Unas tienen que ver con el componente genético al que hemos hecho referencia y otras están relacionadas con el hecho de haber desarrollado un apego seguro en nuestro entorno familiar. Un niño que ha crecido con un apego seguro es capaz de explorar el mundo, atreverse, ser capaz de amar y de sentirse amado, disfrutar, desafiarse a sí mismo y eso lo llevará a su etapa adulta.
También influye lo que uno haya vivido a lo largo de su vida y que a su vez le haya ayudado a afrontar la adversidad pues eso hará que esa persona tenga más herramientas y más capacidades adaptativas para afrontar las situaciones difíciles y para regularse emocionalmente.
Pero no podemos olvidar que todo esto tampoco es una garantía, es decir, haber tenido ese apego seguro y esos conocimientos te da más posibilidades para ser más fuerte y resiliente, pero no es un escudo total.
NOTICIA RELACIONADA
El método para entrenar el cerebro y conseguir más con menos esfuerzo
LAURA PINTOS
La experta en neurociencia, Ana Ibáñez, explica en este episodio del podcast ‘Abecedario del Bienestar’ cómo aumentar el potencial del cerebro y revela que es mayor de lo que imaginamos
Y también hay que recordar que no haber tenido ese apego seguro no tiene por qué hacer que esa persona esté desprotegida pues tal vez a lo largo de su vida encontró una figura relevante (un tío, una abuela, un profesor..) que de alguna manera cubriese esa necesidad. Por tanto, no todo está escrito desde la infancia ni estamos condenados ni nada parecido, pues tenemos el potencial de cambiarlo.
Un trauma puede marcar tu vida pero nuestro trabajo se basa precisamente en demostrar que nos podemos recuperar de todo. En algunos casos necesitaremos más ayuda que en otros pero ese potencial de recuperación con ayuda del otro y a través del otro está ahí.
Siempre se relaciona la palabra «trauma» con algo tremendamente duro pero en su obra pone el acento en otro tipo de traumas más pequeños que causan ese malestar que muchas veces no sabemos a qué se debe…
Y además si se da en etapas concretas de la vida puede marcarnos aún más. Un ejemplo puede ser aquello que suframos, por ejemplo, en la adolescencia, ese momento en el que buscamos esa especie de separación de los progenitores y desarrollamos nuestra identidad en base a nuestros iguales y comenzamos a identificarnos con unos o con otros y configuramos y definimos nuestra identidad en una etapa en la que pertenecer al grupo es lo más sagrado.
Por tanto si en esa etapa uno se siente rechazado eso es una herida que tenga el significado de un gran trauma pues de alguna manera ellos pueden llegar a pensar que amenaza su vida o su integridad, pues la pertenencia al grupo es vital. De hecho, cuando uno se siente rechazado se activan las mismas zonas del cerebro que con el dolor físico.
¿Cuáles serían las edades más vulnerables?
Aquellas en las que nuestro cerebro está en desarrollo no solo son las más vulnerables sino que lo que nos suceda influirá en cómo se crea. Un microtrauma que viene de etapas muy tempranas ha configurado ese cerebro. Esa persona, por ejemplo, tal vez haya aprendido a desconfiar de todo, a sentir que el mundo no es seguro y eso puede hacer que evite determinadas circunstancias y que repita un patrón de conducta totalmente integrados en todo que le lleve a situaciones como no atreverse a sentirse amado, tener miedo al abandono… La imagen de la que suelo hablar con esto es como el objeto extraño en una herida, que da señales y que marca la forma en la que interactuamos con el mundo.
¿Qué síntomas de las experiencias traumáticas son más habituales?
Podría hablarse de un espectro amplio porque los más clásicos son el trastorno del estrés postraumático, pero luego pueden aparecer otras cosas más sutiles, que también son frecuentes, como las somatizaciones o los fenómenos de disociación (desrealización y despersonalización).
De entre las somatizaciones pueden ser más frecuentes los mareos, las molestias gástricas, los dolores de cabeza.
También son habituales las conductas evitativas, la tendencia a aislarse y los pensamientos intrusivos.
NOTICIA RELACIONADA
Cómo calmar a una persona furiosa en menos de 90 segundos
MELISSA GONZÁLEZ
Aunque parezca complicado, que puede serlo en algunas situaciones, se puede mantener una conversación tranquila con una persona agitada sin alterarte tú mismo
En su obra habla de manifestaciones físicas del trauma como el estrés crónico, la alteración del sistema inmune, el endocrino y el digestivo e incluso la alteración de la microbiota… pero no suelen relacionarse con haber vivido algo traumático sino más bien con el estrés, por ejemplo… ¿Cómo se puede saber si el origen es un trauma?
Es cierto que todos estos síntomas inespecíficos pueden verse en un montón de situaciones, claro, pues por ejemplo un mareo puede significar desde un efecto del estrés hasta la posibilidad de tener un tumor cerebral pasando por una bajada de tensión o una hipoglucemia.
Por tanto estas somatizaciones y estos síntomas, si se toman en cuenta de manera aislada, no tendrían mucho sentido desde el punto de vista médico, pero si se tiene en cuenta que ese conjunto de síntomas que son recurrentes, que se mantienen en el tiempo, que determinan un patrón, que se acompañan de determinadas conductas y que generan disfunción y malestar está claro que no es algo normal porque están generando un sufrimiento. Y eso haría aconsejable acudir a un profesional para que valorase la dimensión de lo que nos está pasando.
No son secuencias fáciles de observar porque a veces se pasan por alto y se quieren tapar pero al final acaban dando la cara de alguna manera: lenguaje corporal, somatizaciones, conductas… etc.
Es interesante en este sentido el concepto de ventilación emocional para dar salida a lo que tenemos guardado… ¿Cómo se puede hacer ese proceso?
Algunas personas consiguen hacer esa narrativa casi sin darse cuenta pues siempre se han ido expresando y han encontrado un entorno válido en el que hacerlo que le ha ayudado, pero algunas personas no tienen o no han visto esa posibilidad. Y lo que ocurre aquí con el trauma es que fragmenta nuestro mundo psíquico y hace que no haya coherencia en él.
Las consecuencias de esto es que la mente, al igual que el cuerpo, necesita una homeostasis, un equilibrio. Y cuando éste se rompe, todo se descoloca.
Un trauma rompe mi coherencia psíquica y para recuperar esa narrativa y ponerlo en palabras hay personas que logran hacerlo por sí mismas con ayuda de su entorno y otras que lo hacen con ayuda profesional. Lo que nunca recomendaría es hacerlo en un ‘show’ en televisión o en algo parecido, en público.
Y además tampoco es necesario exponerlo cuando está sucediendo, hay que esperar al momento idóneo, sobre todo si es algo que percibimos como algo grave y de la mano de un profesional que vaya marcando los tiempos para evitar retraumatizar.
«Nada es más traumático que otro ser humano». Esta es una frase que aparece en su obra. El factor humano, por tanto, es lo que más influye en la vivencia…
Exacto, esta es justamente una frase de Anabel González, que trabaja mucho con el trauma y que siempre lo dice. Y es algo que impresiona pues no es lo mismo, por ejemplo, que tu casa se incendie de forma accidental a que alguien haya tenido la intención de hacerte daño con ello.
La sensación de que alguien te humille y te rechace intencionadamente es una sensación muy dolorosa para el ser humano. Y esto tiene que ver con algo que ya hemos comentado y es eso de que somos grupo, somos sociedad, y sentir que pertenecemos a esa comunidad nos hace más fuertes y nos permite salir adelante.
Por eso también conviene darle la vuelta a esta frase pensando que no hay nada que me ayude más a recuperarme que otro ser humano.
Y de aquí viene justamente el concepto de «red-siliencia»…
Es algo en lo que podemos trabajar como sociedad pues todos podemos poner un granito de arena simplemente con la educación. Si en los colegios, por ejemplo, se trabajase que los niños fueran más respetuosos con entender y aceptar las diferencias, tal vez estuviéramos en una sociedad más resiliente. Pero en la obra llevo el concepto de ‘red-siliencia’ al de la comunidad de modo que, por ejemplo, ante una catástrofe natural, un país estuviera preparado desde el punto de vista de las infraestructuras, de los suministros, de la atención psicológica y de la atención social. Eso sería red-siliencia.
Resiliencia, por tanto, sería que esas capacidades individuales que tengo para afrontar situaciones difíciles y red-siliencia sería esa capacidad que tengo para ser resiliente en un entorno que ya lo es.
El hecho de que yo tenga un evento traumático dentro de una red que me apoya, que me valida, que reconoce lo que me ha sucedido y que me ayuda emocionalmente en ese proceso de recuperación hará que yo sea más resiliente. No podemos depositar toda la responsabilidad en el individuo porque dependemos de muchas variables. Es muy culpabilizador ese discurso.
Uno de los recursos prácticos que propone en su obra es la posibilidad de nombrar los miedos y cosificarlos. ¿Es posible realmente empequeñecer el miedo?
Si, lo hacemos cuando lo ponemos en palabras, cuando lo miramos de frente y somos capaces de definirlo. Cuando lo ponemos en palabras es como si lo dibujásemos y lo cosificásemos, le damos una dimensión concreta y no es como el humo que lo invade todo. Se hace más pequeño porque si soy capaz de dibujarlo, soy capaz de enfrentarlo. Cuando lo hago visible lo hago controlable.
NOTICIA RELACIONADA
«Yo soy así y así seguiré»: qué pasa cuando alguien se niega a adaptarse a las circunstancias
RAQUEL ALCOLEA
Apegarse a creencias irracionales puede suponer un perjuicio psicológico que desencadene trastornos adaptativos, ansiedad, aislamiento o baja autoestima
Así es la Dra. Rosa Molina
Especialista en psiquiatría en el Hospital Universitario Clínico San Carlos, en Madrid. Es máster en Neurociencias, doctora en la Universidad Complutense de Madrid y docente universitaria. Ha coordinado la sección de Neurociencia Clínica de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. Ha publicado diversos artículos científicos y en la actualidad realiza una labor de divulgación en salud mental a través de su canal de instagram (@dr.rosamolina), de medios de comunicación y a través del podcast ‘De piel a cabeza’ que codirige con su hermana, la dermatóloga Dra. Ana Molina.