GEOPOLÍTICA
SILVIA ROMÁN / EL MUNDO
PROTAGONISTAS. Reino Unido y Francia. POBLACIÓN. 67 millones, respectivamente. DEBATE. ¿Cómo ha llegado a impregnar a británicos y galos un sentimiento de antipatía mutuo a raíz de los roces de sus mandatarios?
La reina Isabel II es vikinga. Cada vez son más los historiadores que recuerdan que la Familia Real británica, alma y corazón del Reino Unido de la Gran Bretaña, desciende de los guerreros nórdicos que se asentaron en Normandía e invadieron las islas desde esa franja de Francia. Esto es, británicos y franceses no son sólo vecinos separados apenas por un puñado de kilómetros del Canal de la Mancha, sino que además poseen lazos sanguíneos. De ahí que sus actuales líderes –Boris Johnson y Emmanuel Macron– estén librando lo que se podría calificar de guerra fratricida. Una clásica disputa familiar.
Históricamente, franceses y británicos han estado con las espadas en alto, pero en las últimas décadas del siglo XX pasaron a formar parte de un club civilizado, con elevados intereses comunes económicos y estratégicos: la Unión Europea. Con sus más y sus menos, ambos países compartieron membresía, hasta que hace cinco años aconteció el Brexit y Reino Unido se volvió a apartar del Viejo Continente. Lo demás ya es conocido: la UE puso a negociar las condiciones de la salida británica a un galo llamado Michel Barnier y, a pesar de que la ruptura ya se ha consumado, las heridas siguen abiertas a cuenta de las licencias de pesca, del pacto militar Aukus por el que Downing Street rompió un contrato de submarinos del Elíseo con Australia o incluso por la tragedia humanitaria de los refugiados que se juegan la vida al saltar de la Jungla de Calais a los acantilados blancos de Dover.
Las rencillas políticas han calado ya en la sociedad. Lo desgranaba esta semana el diario británico The Guardian: la antipatía anglo-francesa crece como la espuma de las pintas de cerveza en los pubs. Según datos de la encuesta EuroTrack de YouGov, la proporción de galos que asegura tener una opinión desfavorable de Reino Unido ha pasado del 33% este agosto al 42% este mes de noviembre. Y viceversa, pues los británicos se están encallando también en una imagen muy crítica de su vecino continental: del 31% de rechazo este verano al 40% este otoño. Esto es, casi la mitad de las poblaciones francesa y británica albergan una respectiva animadversión, imitando a sus próceres: Johnson prefiere hacer llegar por Twitter sus mensajes a Macron y éste le responde llamándole «payaso de circo».
Dos potencias europeas (no sólo económicas, sino también algo muy relevante en los tiempos que corren: militares) están enzarzadas en una espiral en la que muchos pierden y pocos ganan. Se perjudica a Europa y a sus ciudadanos; se benefician sus mandatarios, inmersos en graves problemas internos y encantados de desviar la atención de los votantes o de canalizar malestar. En el caso de Johnson, los laboristas le superan ya en seis puntos y los escándalos -como la fiesta de Covid de la Navidad pasada- no dejan de salpicarle; respecto a Macron, goza de un primer puesto en los sondeos de las elecciones presidenciales que se celebran en abril, pero le pisan los talones dos candidatos de ultraderecha: Marine Le Pen y Eric Zemmour.
«Las opiniones negativas sobre Gran Bretaña no se limitan a los franceses, sino que la encuesta se realizó en 15 países, entre ellos, España, donde se aprecia que la actitud hacia Reino Unido es más hostil en la actualidad, alcanzando a la mitad de la población española», se puede leer en el artículo del mencionado periódico. Algo que es rechazado desde el lado británico, insistiendo en que las relaciones entre Londres y Madrid siempre han gozado de buena salud (incluido el actual tándem Johnson-Sánchez) y que sólo hay que fijarse en la elevada cifra de cientos de miles de residentes de una y otra nacionalidad que han quedado registrados para residir en el país del otro tras el Brexit.
Más allá de que Johnson y Macron sean más parecidos de lo que creen, Reino Unido y Francia están condicionados por diferentes formas de afrontar la Historia. La clase política británica nunca ha ensalzado el eurocentrismo como lo ha hecho la francesa. Londres siempre ha pensado que le puede ir mejor por su cuenta, sin perder de vista al amigo americano, mientras que París ha tenido claro las ventajas que puede sacar al Viejo Continente y cómo se puede catapultar desde él como un poderoso Estado. A su vez, Reino Unido está más cómodo impartiendo órdenes que recibiéndolas, tiene una mentalidad insular e imperial, y le gusta recordar que hace menos de un siglo se tuvieron que defender, solos, frente a un continente repleto de botas nazis.
Pero el puente entre una tierra y otra sigue tendido, bien cimentado por los genes y la Historia. Cuentan que cuando la reina Isabel visitó Normandía a finales de los años sesenta, los lugareños franceses le gritaban «Vive notre Duchesse! [¡Viva nuestra Duquesa!]». Por no hablar del flechazo de la monarca con quien después sería su esposo durante más de siete decenios. Alto, rubio y atlético, el duque de Edimburgo dejó prendado en 1939 a la entonces princesa durante una cena en el yate real. Isabel II nunca ha dudado en confesar lo que la enamoró: «Parecía un dios vikingo».
Fuente: https://www.elmundo.es/internacional/2021/12/12/61b4d64c21efa0ea4d8b45c1.html