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Rusia da un salto cualitativo en su estrategia del terror usando las bombas termobáricas | El Mundo

Cuando se activa este artefacto, todo ser vivo perece por abrasión y asfixia

CARLOS TORO / EL MUNDO

Algunos medios como la cadena CNN, algunos diplomáticos como Oksana Markarova, embajadora de Ucrania en Washington, algunos observadores y analistas están advirtiendo del uso por parte del ejército ruso de bombas termobáricas. Al parecer, se han identificado cerca de Jarkov, una de las ciudades mártires de cuyo nombre nunca nos olvidaremos, montajes de TOS-1 Buratino. Un sistema lanzador de cohetes de 220 mm. en 24 o 30 alvéolos, instalado sobre la oruga y el chasis de un carro (tanque) T-72.

El TOS-1 apareció en público por primera vez en un desfile en la ciudad siberiana de Omsk, sede del fabricante. Según Human Rights Watch, se habría usado en Chechenia, entre 1999 y 2000. Y está especialmente indicado para el empleo de bombas termobáricas. También llamada de succión, de aerosol o de vacío, una bomba termobárica es un artefacto que, al detonar, esparce una nube de combustible que, mezclándose con el aire, le roba a éste el oxígeno, creando una especie de vacío que genera una explosión y una onda expansiva a alta presión y una temperatura de entre 2.500 y 3.000 grados. Un chorro, una sábana de fuego apocalíptico que se desplaza y extiende velozmente por su entorno. Todo ser vivo perece por abrasión y asfixia, vaporizado, y poco menos que cualquier materia, por dura que sea, desaparece, fundida, derretida.

Cuando Sadam Husein dijo aquello de «la madre de todas las batallas» legó para la indeseable posteridad una frase de macabro éxito universal que, irónicamente, los propios Estados Unidos parafrasearon para definir, en 2003, a su recién nacida criatura termobárica: la bomba GBU-43/BMassive Ordnance Air Blest (MOAB), definida como «la más potente no nuclear». Esas siglas, ese acrónimo, MOAB, en guiño anti Sadam, le otorgaron la etiqueta entre desenfadada y terrible de Mother of All Bombs. Fue empleada, en abril de 2017, en Afganistán, en la provincia de Nangarhar, contra elementos del Estado Islámico refugiados en cuevas. Y es que el calor abrasador que se expande y repta penetra por los túneles con máxima rapidez, llena los recovecos, ciega las grietas y satura las rendijas calcinándolo todo.

GRAN PODER DESTRUCTOR

Los rusos recogieron el guante de la siniestra ironía estadounidense y llamaron a su ingenio termobárico, presentado en 2007, El Padre de Todas las Bombas, atribuyéndole un poder destructor cuatro veces mayor que el fabricado por «el enemigo».

La bomba termobárica consta, por así decirlo, de dos fases. En la primera, el combustible se esparce por la atmósfera circundante y se mezcla con el oxígeno presente en el aire. En la segunda, el combustible detona y la combustión que se produce cuando se consume el oxígeno crea ese vacío por el que también la bomba es conocida. Desde luego, la Convención de Ginebra de 1949, y en sus sucesivos protocolos de años posteriores, prohíbe la utilización de las bombas termobáricas. Pero no de modo expreso y con todas las letras. Se prohíben las «bombas incendiarias», que es casi como prohibir todas, así como las bombas de racimo, las minas antipersona, las armas químicas, los venenos… No existe, pues, ningún tratado internacional que prohíba explícitamente el uso de armas termobáricas en un conflicto armado. Como no lo hay, de modo total y universal, del empleo de armas nucleares.

Su utilización, en todo caso, sería contrario al espíritu y las normas del Derecho Internacional Humanitario (DIH). Y limitado por el protocolo de la Convención sobre Ciertas Armas Convencionales de la ONU, de la que Estados Unidos y Rusia son miembros, y que veta, como ha quedado dicho, el uso de armas incendiarias (¿cuáles y en qué medida no lo son?) contra la población civil.

La Convención de Ginebra y todas las demás tratan de proteger a las personas no participantes en las hostilidades (los civiles, en suma y en resumen) y a los combatientes que ya no empuñan las armas (heridos, enfermos, prisioneros, náufragos, etc.). Reconociendo el mundo con dolor e impotencia que la guerra se produce, estos protocolos se dirigen a, al menos, establecer e instar a respetar los principios de ese Derecho Internacional Humanitario. Pero si esos principios se basan en un estado de guerra, ésta, técnicamente y de acuerdo con una escrupulosidad jurídica que el agresor esgrimiría en su provecho, podría no existir si no es declarada formalmente. Y la que nos ocupa no lo ha sido. Como tantas otras, por otra parte. En cualquier caso, si Putin ha dado la orden de emplear bombas termobáricas es que está dando un paso más allá, porque sus planes no le están saliendo como pensaba. Aunque, en razón de los objetivos y los efectos sobre ellos de los ataques, no existe un científico índice de crueldad. Aunque el duelo y los daños carezcan de una escala de Richter bélica, lo termobárico es un salto tristemente cualitativo en esta locura criminal. En lo termobárico, a igual volumen, más mortandad.

Fuente: https://www.elmundo.es/internacional/2022/03/10/622a490d21efa0350c8b456f.html

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