Su padre ganó el Nobel de Medicina 47 años antes que él junto a Severo Ochoa. Kornberg hijo empezó estudiando literatura inglesa, aunque acabaría rendido a la química y desarrollando sistemas de prevención de enfermedades
NOA DE LA TORRE / PAPEL
El de Roger Kornberg (St. Louis, Missouri, 1947) es uno de esos casos que sirven para alimentar la teoría de que la inteligencia se hereda, como se hereda el color de ojos o el del pelo. El científico estadounidense, profesor de biología estructural en la Universidad de Stanford, tenía apenas 12 años cuando viajó a Estocolmo para asistir a la entrega del Premio Nobel de Medicina. Quien subía a recogerlo entonces era su padre, Arthur Kornberg, junto al español Severo Ochoa. El pequeño Roger trataría incluso años después de rebelarse contra sus genes empezando los estudios de literatura inglesa. Sin embargo, la genética es tozuda y en 2006 regresó a Estocolmo. Esta vez, para recoger él mismo el Nobel de Química.
Si Kornberg padre y Severo Ochoa destacaron por su investigación sobre cómo se transfiere justamente la información genética de una molécula de ADN a otra, Kornberg hijo fue un paso más allá. Descubrió el proceso de transcripción por el cual se copia la información del ADN al ARN, lo que permite a las células producir proteínas. Entender cómo se fabrican las proteínas es clave para detectar cuándo algo se tuerce y acaba desarrollando una enfermedad. Su investigación, por tanto, apuntala los avances en los sistemas de prevención y tratamiento de las enfermedades. Hasta el punto de que, en su reciente visita a Valencia con motivo de su participación como jurado en los premios Rei Jaume I, Kornberg se atreve a vislumbrar un mundo sin enfermedades.
PREGUNTA: Usted suele referirse a Francis Fukuyama porque pronosticó ‘El fin de la historia’. En su caso, pronostica el fin de la enfermedad. ¿Lo ve realmente posible?
RESPUESTA: Absolutamente todos los aspectos de la vida pueden entenderse a través de la ciencia. En concreto, la función de todo organismo vivo se puede entender en términos químicos, desde el metabolismo a la función cerebral. Es decir, todo se puede comprender químicamente, lo que significa que la mayoría de los problemas se pueden evaluar desde la química, ya sea mediante fármacos, terapia celular, intervenciones quirúrgicas… Todos los problemas de la condición humana se pueden abordar.
P: Podemos contemplar entonces como hipótesis un mundo en el que no haya enfermedades.
R: Creo que en un futuro tendremos la capacidad de prevenir todas las enfermedades. La mayoría de los pacientes de un médico tiene una gripe o un resfriado común, cuyo empeoramiento es lo que les lleva a la consulta. Actualmente ya podemos eliminar todas las enfermedades respiratorias. Tenemos la posibilidad de curar y de prevenir la aparición de todas esas enfermedades. Por ejemplo, la polio fue una enfermedad común que hoy ya casi ni existe. Cuando yo era niño, nos vacunaban de polio y de viruela y hoy ya no es necesario. Lo mismo sucede con las enfermedades respiratorias. Claro que se pueden matar los virus respiratorios. De hecho, la pandemia la causó un virus respiratorio.
P: ¿Cuánto más cree que podremos alargar entonces la esperanza de vida humana?
R: El envejecimiento es un proceso programado. El genoma del perro es esencialmente igual al de un humano y, sin embargo, su esperanza de vida ronda los 15 o 20 años. La causa de la muerte puede no ser algo impredecible, sino que sea algo que evolucione en función del interés de la especie. Dicho con otras palabras, la esperanza de vida es la óptima para el éxito de la raza humana. Nuestra esperanza de vida en el pasado solía ser de 30-40 años y ya la hemos ampliado eliminando las causas de muerte más comunes. Sobre todo, con el desarrollo de los antibióticos, porque antes las infecciones bacterianas eran intratables y, a menudo, letales. No obstante, nos hacemos viejos y muchos aspectos de nuestra fisiología se deterioran. Aunque podamos prevenir causas de muerte como el cáncer, los humanos moriremos por un deterioro generalizado. Está programado. Cuando entendamos lo que lo causa en la información genética que determina la esperanza de vida, podremos cambiarlo.
P: Apenas conocemos el 1% de la información sobre la biología humana. Si toda la medicina moderna se basa en ese 1%, ¿qué podríamos llegar a hacer si dominásemos el otro 99%?
R: Si supiéramos todo lo que se puede saber sobre la biología humana, no habría muertes ni enfermedades ni deterioro. Si supiéramos todo sobre nuestro genoma, podríamos abordar cualquier desafío al que nos enfrentáramos. Ya no sería entonces un problema médico, sino una cuestión social de cómo lo encaramos como sociedad. De si deseamos producir un ser humano con capacidades físicas y mentales superiores. Esto sería potencialmente peligroso, por lo que no debería acometerse sin una deliberación previa social y científica.
P: Y si el cerebro es química, ¿por qué nos cuesta tanto entenderlo? ¿Por qué su funcionamiento sigue siendo una incógnita para nosotros?
R: El cerebro es todo un misterio por su complejidad. Tenemos unos 100.000 millones de neuronas, y cada una generará miles de conexiones con otras neuronas. Algún día dispondremos de un mapa de cada neurona y de su conexión con todas las demás. Entonces sabremos cuál es el patrón eléctrico asociado a cada pensamiento. Pero el cerebro es tan complejo que el día que lo entendamos tardará en llegar. Dudo que lo vea en lo que me queda de vida. Y ni siquiera sé si dará tiempo a descubrirlo en los años que vivirán mis hijos. Para mí sigue siendo uno de los grandes misterios de la biología humana.
P: Usted insiste en que la vida es pura química. Y, sin embargo, lo natural está de moda y da la sensación de que huimos de todo lo que suene a químico. ¿Por qué piensa que la química está tan denostada?
R: Esa es una concepción falsa y desafortunada. Refleja un fallo tanto educativo como informativo. Yo considero que lo más importante en la universidad sería el estudio de la biología humana, que viene a ser lo mismo que la química. Todos los estudiantes, incluso de instituto, deberían aprender biología humana. ¿Qué hay más importante que saber de nuestra propia vida? Si esto se aprendiese desde el principio, todo el mundo sabría que la vida es química, y que no hay diferencia entre el valor de la vida y la importancia para nosotros de la química. Ahora bien, es cierto que no hay nada que no tenga connotaciones positivas y negativas. La vida puede ser peligrosa. Así que la química puede resultar peligrosa porque los humanos somos un peligro para nosotros mismos. También la biología o la física. Es un error que muchas personas asocien la química únicamente con los llamados químicos, y que piensen que son aditivos alimentarios, drogas o toxinas. En realidad, buena parte de la química es nuestra propia composición, la silla en la que te sientas, el aire que respiras. Todo es química.
P. Sin embargo, tengo entendido que usted empezó estudiando literatura inglesa. ¿Cómo llegó a la química?
R: Así es. Primero hice un programa de lo que se llama artes liberales. Mis primeras asignaturas en Harvard fueron sobre Shakespeare, matemáticas, química orgánica, ciencias sociales y arte. Decidí que lo que más me interesaba era la literatura y, en segundo lugar, la química. No sabría cómo explicarlo, pero en tercero de carrera me desperté un día y pensé que lo mío era definitivamente la química, porque la disfrutaba muchísimo. Sentí que me brindaba un entendimiento del mundo que nos rodea, porque al fin y al cabo todo es química. Pensé que de la literatura podría disfrutar toda la vida, pero con la química no había límite a la comprensión y se convirtió en mi elección.
P: Su padre ganó el Nobel 47 años antes que usted. ¿Nunca se sintió presionado por su éxito?
R: No. Tanto mi padre como mi madre siempre evitaron trasladarme cualquier tipo de presión y nunca me forzaron a hacer nada. Por eso pude empezar estudiando literatura inglesa. Recuerdo que mi madre me animaba muchísimo a ello. El estudio de la literatura te ayuda a mejorar tus habilidades comunicativas y aprendes a expresarte de manera más clara. Esto me ha venido muy bien en la vida en general y en la ciencia en particular, pues te das cuenta de que el público reacciona en función de la calidad con la que te expreses.
P: Comentaba la importancia de contar con una formación científica cuando lo que hemos visto en los últimos años es un auge del negacionismo. Cada vez más gente declara estar en contra de las vacunas, desconfía de la evidencia científica del cambio climático… ¿Qué opina de este fenómeno?
R: Por un lado está el fracaso en la educación. Y, por otro, la sensibilidad de algunas personas hacia las teorías de la conspiración. Creer en teorías de la conspiración es un atributo desgraciado de la mente humana o un accidente evolutivo. Hay gente supersticiosa incluso aunque los hechos digan lo contrario. El cerebro es imperfecto y puede hacerte creer cosas sin fundamento. O quizás esto sirva a un propósito evolutivo. Los seres humanos se organizan en sociedades porque hay cosas que un individuo por sí solo no puede hacer. Es entonces cuando comparten creencias y siguen a un líder. Hay quien hoy está en contra de las vacunas porque el grupo al que pertenece las considera peligrosas. No porque haya razones objetivas sino porque es una creencia compartida por un grupo. Quienes apoyan a Donald Trump en Estados Unidos operan también como una especie de secta. Igual estamos ante un accidente evolutivo
P: ¿Cómo le ha cambiado la vida el Premio Nobel?
R: El Premio Nobel me arruinó la vida, sin duda. Antes del reconocimiento podía concentrarme intensamente en cualquier problema al que me enfrentara. Un problema me podía llevar años resolverlo, incluso si todos los días me centraba y me enfocaba en él. Ahora bien, el día que lo resolvía obtenía una felicidad sublime que no puedo describir. Es algo tan extraordinario que sólo por eso merece la pena vivir. Sin embargo, desde que recibí el Nobel me es imposible concentrarme en algo de esa manera. El premio no debe entenderse como un regalo para quien lo recibe, sino como una obligación. En el mundo hay muchos científicos y no todos pueden ganar el Nobel, por lo que es necesario que quienes sí lo hemos logrado cumplamos con la obligación de apoyar a los jóvenes y de divulgar la ciencia con entrevistas como esta. Es una obligación ser altavoz de la ciencia. El Nobel me arruinó la vida porque ya nunca más podré disfrutar de la experiencia de descubrir algo tras años de dedicación. Esa experiencia la he vivido 2,5 veces en mi vida. Las dos primeras, antes de los 26 años, cuando descubrí cosas importantes. Pero nadie da un Nobel a alguien tan joven. El 0,5 restante fue por lo que me dieron el Nobel. Lideré a mis colegas y mi contribución fue esencial, pero no lo logré solo. Sin embargo, con la edad que tenía, ya podían tomarme en serio y concederme el premio.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/el-mundo-que-viene/2024/08/15/66b4ddcee9cf4a386b8b459b.html