50 años después de ‘Los usos del desorden’, uno de los urbanistas más influyentes publica la segunda parte junto al joven sevillano Pablo Sendra. En él se abordan los grandes temas de la ciudad moderna
LUIS ALEMANY / PAPEL / EL MUNDO
Uno de los libros que mejor expresaron la nueva visión del urbanismo en los años 70 fue Vida urbana e identidad personal: Los usos del desorden. En él, Richard Sennet (Chicago, 1943) defendía un urbanismo antijerárquico, hecho a la escala del hombre, crítico con el poder… Justo medio siglo después, su autor entrega su segunda parte, Diseñar el desorden, (Alianza Editorial), firmado junto al arquitecto sevillano Pablo Sendra. En él, las mismas ideas reaparecen aplicadas a la ciudad gentrificada y gobernada por el capital de nuestros días.
PREGUNTA.Leí su libro y, casi a la vez, una novela sobre la independencia de Marruecos que tiene dos escenarios: la casba de Meknes; y el barrio francés de la ciudad, l’avenue. La novela, El país de los otros, de Leila Slimani, se basa en la tensión entre esos dos espacios. Y el caso es que me pareció que la novela ilustraba bien su ensayo.
RICHARD SENNET. No la conozco.
PABLO SENDRA. La tensión entre la ciudad formal y la ciudad informal está en el libro. Uno de los objetivos es conseguir que esa ciudad cerrada, en este caso, la ciudad francesa, planificada, en la que todo está ya previsto… cómo conseguir que sea un escenario abierto.
R.S. Creo que hay una aclaración lingüística que debo hacer: en inglés, disorder no tiene el significado de caos que creo que tiene «desorden» en español. Cuando hablamos de ciudades de sistema abierto no hablamos de caos sino de que los habitantes estén abiertos a la complejidad, a lo inesperado. En realidad, es lo contrario al caos y a lo amorfo lo que proponemos. No hablamos de lo amorfo sino de formas que son flexibles, abiertas, que se adapten al cambio climático, a los cambios sociales… En realidad, no tiene nada de utópico sino de pragmático.
P. ¿Y lo de la casba? ¿Es un ejemplo de ciudad abierta?
P. S. Sí. Es una ciudad que crece orgánicamente, que se hace con el tiempo, que está hecha de complejidad, que se construye durante la historia, a través de la colaboración de una comunidad, que está abierta a las situaciones impredecibles y que no responde a órdenes impuestos.
R. S. En la última década he trabajado como consultor para la ONU para ciudades emergentes. No he trabajado en ciudades árabes, los casos que conozco son los de Asia: Delhi, Bombai, Bangkok, también en Lagos… Lo que encontramos fueron lugares de urbanización informal que eran los que alojaban a los pobres de la ciudad. Hace 10 años, la doctrina dominante era sustituir esos espacios informalmente urbanizados por otros bien planeados. Lo que hemos descubierto en este tiempo es que las comunidades pobres son más dueñas de sus vidas en esa ciudad espontánea.
P.¿Por ejemplo?
R. S. La pandemia, en Delhi, está siendo mucho más dura en las torres residenciales que en las comunidades informales. No es extraño: el orden es un concepto burgués, capitalista, que fue impuesto a los pobres y que arrasó con recursos anteriores, con un conocimiento que funcionaba en el desorden. No conozco las ciudades árabes, pero en España hay un ejemplo valioso, el de los anarquistas en Cataluña que quisieron hacer su ciudad desafiando al plan Cerdá. Pero su legado se perdió.
La ciudad no se hace a través de la inversión, sino a través del uso que se hace de ella
P. Yo entiendo las pegas del Ensanche de Barcelona o del barrio europeo de cualquier ciudad de África. Pero la ciudad informal también tiene sus problemas. Nos sentimos inseguros e invadidos por esa idea de comunidad presionante. Las casbas dan miedo al anochecer.
R. S. Pero el miedo y la sensación de inseguridad no vienen del urbanismo informal sino de la pobreza. Y ojo: si seguimos con el ejemplo de Marruecos o de Argelia, el problema es que hay muchos sitios donde la seguridad se impone de arriba a abajo y sin que nadie en la comunidad la convoque. Mi experiencia es que culpar a los pobres, decir «es que sus vidas son tan caóticas» es una manera de ocultar todo lo que les ha llevado a la marginalidad. Eso es lo que provoca inseguridad. La seguridad llega a través del sentido de la comunidad.
P. S. La ciudad informal es la herramienta con la que los pobres comparten recursos, salen adelante, crean sus pequeñas infraestructuras que les permiten resistir. En realidad, lo que está pasando es que en las ciudades del sur global aparecen proyectos pensados de arriba a abajo que sustituyen barrios informales por desarrollos planeados. ¿Significa eso que los habitantes de las barriadas informales van a tener un piso? No. Significa que los van a echar y van a perder los apoyos que les permitían vivir mejor.
P.La primera parte del libro apareció en 1970, el año después de la muerte de Mies van der Rohe. Entiendo que en esa época aún había que debatir con la idea de la arquitectura racionalista de la tabla rasa. Pero esa arquitectura ya es un souvenir del siglo XX.
R. S. No estoy muy seguro de que el siglo XX haya terminado para el urbanismo. Para la arquitectura es evidente que sí, el lenguaje racionalista ya es un dinosaurio en la estantería, pero para el urbanismo… ¿Quién planea las ciudades en 2021? Los inversores. ¿Y qué buscan los inversores? ¿Un lugar con el que trabajar? No: buscan el capital, buscan los compradores y los materiales y aplican su modelo. Es la lógica de la arquitectura racionalista: tú tienes un objeto y lo reproduces por todas partes. Nuestra hipótesis es que la ciudad no se hace a través de la inversión ni de las infraestructuras, sino a través del uso que se hace de las ciudades. En realidad, todo ha ido a peor en el siglo XX.
P. S. Yo soy un lector del siglo XXI del libro de Richard de 1970. La gran diferencia entre ese momento y el actual es quién impone el orden. En 1970, era el Estado que hacía, sobre todo, infraestructuras. Ahora es el mercado financiero, al que le gusta convertir la arquitectura en bienes de consumo. La misma lógica, pero cada vez más excluyente y brutal.
P. Yo viví hasta 2006 en un edificio antiguo que era de un solo casero, en un barrio casi céntrico de Madrid. Los vecinos de enfrente eran dos ingenieros y el de arriba, el señor que atendía en la frutería del súper. O sea, había mezcla de clases sociales. El otro día pasé delante y vi la fachada restaurada. El edificio está precioso, pero dudo de que el frutero viva allí. ¿Ya no es posible esa mezcla, verdad?
R. S. No es posible si no aplicamos las medidas que sabemos que funcionan: la protección de los inquilinos y la aplicación de topes al precio de las viviendas. Si quieren detener la gentrificación, es sencillo: prohíban que las rentas se multipliquen por tres. Las ciudades tienen que elegir, la gentrificación no es inevitable. En Nueva York se aplicó y ha funcionado. En París no y están destruyendo la ciudad.
P. S. En España hay un debate. Dentro del Gobierno ha sido un asunto de discusión entre los dos partidos de la coalición. Al final, todo ha quedado en algunos incentivos fiscales a los caseros para que mantengan las rentas estables. Un portavoz socialista dijo que la vivienda no es sólo un derecho, que también es un bien de inversión.
R. S. Valiente socialista.
Valiente socialista el que dijo que la vivienda no es sólo un derecho, sino un bien de inversión
P.También sospecho que mi antiguo edificio estaría casi en ruinas si una empresa no hubiera invertido un dinero en la expectativa de recuperarlo con rentas más altas. En mi época, era un edificio de rentas antiguas y alquileres muy baratos.
R. S. Desde 2006 han pasado 15 años, ¿verdad? Y me imagino que la propiedad no fue invirtiendo año a año una parte de sus beneficios en mejorar el edificio sino que esa inversión la hizo de golpe para convertirlo en otra cosa. En la gentrificación hay un factor que nunca recordamos: el tiempo. Si el lugar en el que vivimos es un bien de inversión, tendrá los tiempos de una acción en la bolsa. Un año pagas 100 y, al siguiente, 300. Y eso es lo que echa a la gente de sus casas, eso es lo mortífero de la gentrificación. En realidad, hablamos de ideas distintas de lo que es habitar un lugar. Yo no creo que vivir en un sitio sea una simple transacción.
P.Los años de desencanto desde la crisis de Lehman se han expresado en los espacios públicos, como Wall Street o la Puerta del Sol…
R. S. Le voy a cambiar el enfoque: la gente ha estado protestando también contra la desmaterialización de sus vidas. La gente que salió a la calle esperaba ese tipo de emoción que no te va a dar ninguna conversación en Zoom. Uno de los aspectos de ese desencanto era el deseo de experimentarnos unos a otros. Ahora, el Covid ha vuelto a separarnos. Para las empresas va a estar bien, ahorrarán costes. Para los trabajadores va a ser una privación. Lo que quiere decir eso es que las ciudades no están hechas de abstracciones sino de experiencias. De eso va nuestro libro.
Futuro: https://www.elmundo.es/papel/lideres/2021/06/02/60b67bd621efa0de278b45a3.html