El físico, comisario de una exposición sobre el cerebro, reflexiona sobre cómo ese órgano, que permitió la aparición del lenguaje o la comprensión del tiempo, nos hace humanos
DANIEL MEDIAVILLA / EL PAÍS
En Solaris, la novela de Stanislaw Lem, los tripulantes de una estación de observación extraterrestre tratan de comunicarse con un ser inteligente muy distinto de los conocidos. Un océano protoplasmático, que parece vivo, pero con el que es imposible interaccionar, nos recuerda lo estrecha que puede ser nuestra imaginación cuando pensamos en inteligencia alienígena. Ricard Solé (Barcelona, 60 años), investigador de la ICREA (Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats) y director del Laboratorio de Sistemas Complejos de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, estudia, entre otras cosas, la existencia de los “espacios de cognición” que van más allá de los cerebros sólidos como el humano. La diferencia entre ese órgano, “con las neuronas colocadas en un lugar y conectadas entre sí, respecto a los cerebros líquidos, como las redes neuronales que son las colonias de hormigas o termitas, o el sistema inmunitario, que es una especie de cerebro líquido”.
Esa reflexión sobre la definición de la inteligencia o la conciencia está también presente en la exposición Cerebros, de la que es comisario. La muestra, que se podrá ver en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid hasta junio de 2023, está organizada también por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) y la Wellcome Collection de Londres, y explora cómo el arte, la ciencia y la filosofía han estudiado y representado a lo largo de la historia el cerebro. Desde la primera gran revolución de la neurociencia, protagonizada por Santiago Ramón y Cajal, al trabajo actual, que aúna los esfuerzos de ingenieros, matemáticos, físicos o biólogos para entender un órgano tan complejo como el cosmos, esta búsqueda es la indagación sobre qué significa ser humano, pero también sobre las enfermedades neurológicas o los miedos y posibilidades que genera la inteligencia artificial.
Pregunta. ¿La neurociencia nos permitirá responder preguntas sobre cuál es nuestra naturaleza, por qué le buscamos un sentido a la vida o si somos seres especiales entre los animales?
Respuesta. Por una parte, yo creo que sí, tarde o temprano acabaremos entendiendo estas cosas. En toda esa biosfera que no es humana hay como precursores de la conciencia y de la inteligencia, pero yo pienso que los humanos somos singulares, por el lenguaje complejo o por la capacidad para comprender las emociones del otro. Y también porque somos viajeros mentales en el tiempo. Podemos acceder al pasado de una forma muy rica y podemos imaginar muchísimos futuros posibles. Esa combinación da lugar a algo singular y extraño, a nuestra capacidad para pensar en nosotros mismos y saber que somos perecederos.
P. Pero hay otros animales capaces de reconocerse a sí mismos o de tener una cierta idea de lo que significa morirse.
R. Eso es complicado decirlo. Pero sí, hay precursores muy importantes de lo que nos hace especiales a los humanos en otros animales, como reconocerse en un espejo, como en el caso de los elefantes. Sabemos que ellos experimentan el duelo cuando un ser cercano ha fallecido. Sienten ese dolor que no es físico. Eso es muy importante, tanto desde el punto de vista de reconocer derechos en los animales como para comprender nuestros orígenes y el origen de la mente humana.
P. En la exposición hay reproducciones de las pinturas rupestres, que son una muestra del momento en que surge la mente humana moderna. ¿Cómo cree que se produce la emergencia de esa mente?
R. Nadie lo sabe. Se dice que la mente y el lenguaje no dejan fósiles, pero esas pinturas de Lascaux o Altamira son un poco como un fósil que nos indica que la mente ya estaba allí. Y se ven imágenes que parecen en movimiento, como si fuese una narración, que indica que la mente narrativa ya estaba allí. ¿Cómo emerge esto? El lenguaje permite una cosa muy relevante, y es que la información genética, una herencia basada puramente en los genes, sea reemplazada en gran medida por la información, que permite enseñar a los demás, narrando una historia que permanecerá tras la muerte del que la cuenta, y abriría la puerta a otras revoluciones, como nuestra capacidad de crear tecnología. Esto hace que cambie nuestra relación con la naturaleza, nos convierte en ingenieros de la biosfera, algo que también hacen animales como las termitas o las hormigas, pero de un modo distinto. Esos cambios comenzarían lentos al principio, pero cuando se juntan algo tan revolucionario como el lenguaje con la capacidad de comprender el tiempo, se produce un cambio que se acelera.
P. Noam Chomsky propuso que los seres humanos nacen con una estructura neuronal que hace posible aprender un lenguaje, que luego se concreta dependiendo de la cultura o el país en el que se nazca. Hay gente que aún piensa que el cerebro humano es como una tabla rasa en la que se puede dibujar cualquier cosa, que la cultura lo es todo y que no existe una naturaleza humana básica que nos condicione. ¿Este debate está superado para la neurociencia?
R. No es un asunto cerrado. Tenemos un cerebro muy grande y nos consideramos muy inteligentes, pero si aíslas a un humano de la cultura y del lenguaje, que es como una especie de virus que infecta los cerebros, queda un individuo totalmente estúpido, porque ¿qué capacidad tiene realmente para manejarse en su entorno sin haber aprendido antes del resto?
P. La tecnología cambia nuestro entorno y eso acaba por cambiar nuestra mente. ¿Puede hacer eso la inteligencia artificial?
R. La inteligencia artificial, que ahora está muy de actualidad, ya tiene casi 40 años de edad. Las ideas que ahora se están desarrollando con mucha rapidez ya existían, pero ahora tenemos grandes masas de datos. Hay resultados muy poderosos, como cuando vemos cómo interiorizan e imitan el estilo de un pintor como Van Gogh, pero estamos extremadamente lejos de crear un cerebro artificial, una mente creativa. Lo vemos con esto que ha salido ahora del ChatGPT, este sistema que emplea lenguaje natural. Si uno se entretiene un rato con estos sistemas, creo que es inevitable sentirse decepcionado. La parte realmente creativa, interesante, que maneja conceptos realmente originales, no está.
P. Los humanos que pintaron Altamira y los miembros de las sociedades primitivas en general necesitaban una variedad de conocimientos muy amplia para sobrevivir. Ahora estamos muy especializados, recibimos un sueldo por un trabajo muy concreto y después conseguimos todo a través de la cooperación social a gran escala. ¿Cómo cree que nos va a afectar este estilo de vida tan especializado y la exposición a tecnologías como las pantallas, que han reducido nuestra capacidad de prestar atención a temas complejos durante mucho tiempo? ¿Esto se puede reflejar en cambios físicos de nuestro cerebro?
R. Los cambios físicos del cerebro pasan a una escala temporal muy grande. Sí que le diré que a mí, que me crie en un sistema de educación más tradicional, en el que había que invertir tiempo en pensar, en emplear la memoria, y escribir un ensayo te requería una reflexión sobre diferentes partes de un problema, me produce cierta preocupación que eso se pueda perder. La neurociencia nos ha enseñado que el libro de papel, para aprender, para comprender, memorizar o establecer relaciones entre partes de un discurso es mucho más poderoso que cualquier medio digital. Pese a que se hable de lo maravillosos que son los medios digitales, para la educación eso está lejos de ser cierto.
P. ¿Hay una interpretación científica del significado de los sueños, se sabe qué función cumplen?
R. Explicado de una forma muy general, sabemos que soñar es importante para sedimentar y filtrar los recuerdos. De toda la enorme cantidad de información que cada día recibimos, el cerebro hace un filtrado durante el sueño a nivel molecular, que desde el punto de vista de la evolución es una forma de asegurarte de que tu comprensión del mundo es correcta, que no te vas a confundir cuando se te acerque alguien y no sepas si es un depredador o un familiar. Francis Crick tenía una teoría sobre los sueños con un aspecto bastante divertido. Nosotros tenemos este legado evolutivo de limpiar las memorias y, además, cualquier cosa que suceda en nuestro entorno tiene que tener una lógica narrativa. Cuando dormimos o estamos soñando, y esto es una conjetura, la idea es que en ese proceso de filtrado nosotros no simplemente vemos imágenes, sino que pasamos por historias, quizá porque la mente narrativa está ahí siempre. Lo que decía un poco jocosamente Crick era que, si eso es cierto, la peor idea que podemos tener es ir al psicoanalista a explicarle lo que hemos soñado, porque el cerebro ha estado intentando eliminar cosas que nosotros vamos a reforzar. Hasta cierto punto es una broma, pero creo que algo de eso hay.
P. Algunos científicos se han planteado elaborar una teoría de la mente a través de los mitos comunes que contaban muchos pueblos primitivos que nunca han tenido contacto, pero, aun así, cuentan historias muy similares. ¿Tiene sentido?
R. Todos los humanos en el planeta compartimos arquitectura neuronal. Eso quiere decir que compartimos una forma de comprender nuestro entorno, una forma de tener expectativas. Porque el cerebro en gran medida es un sistema para hacer predicciones y tener expectativas muy claras. Si observo algo que me parece una cara, para mí va a ser una cara. Culturalmente, el hecho de que de forma recurrente las culturas tengan expectativas de cierto tipo o creen mitos de cierto tipo, o incluso acaben construyendo sociedades de cierto tipo, es posible que sea inevitable por la propia naturaleza evolutiva que nos ha llevado hasta aquí.
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