El libro de Ana María Herrera, que se atribuyó la Sección Femenina de Falange y llegó a millones de hogares españoles, no tiene nada de inocente, y tampoco es tan sencillo y popular como parece
ANDREA MOMOITIO / El Comidista
La nieta de Ana María Herrera Ruiz de la Herrán la recuerda con las manos llenas de harina. La harina es el producto que se obtiene después de moler un cereal; ahora, las estanterías de los supermercados están a rebosar de distintos tipos, pero, cuando Herrera escribió Manual clásico de cocina, la más común era la harina de trigo. Las despensas no tenían entonces mucha variedad de productos y algunos de los ingredientes que ahora lucen en nuestras neveras eran difíciles de encontrar. El helado, la mantequilla y los ñoquis se hacían en casa. Sí, ñoquis.
En realidad, en casa podías hacer casi cualquier cosa si tenías los 50 utensilios imprescindibles que recomienda Herrera en el libro, superventas culinario del siglo XX con el que aprendieron a guisar varias generaciones de mujeres. Tres cacerolas, tres sartenes, dos graseras con tapa, un mortero o seis moldes individuales de flan. Ni cinco ni siete: seis moldes individuales de flan para los postres de papá, mamá y todas sus criaturas. Sobre todo de papá, cuya satisfacción era el objetivo último de toda actividad femenina. Eso sí, la mayoría de las familias españolas de los años cincuenta no sabían lo que eran los ñoquis, no podían comprar muchos de los ingredientes que propone Herrera ni tenían acceso a todos esos utensilios.
Manual clásico de cocina, editado en los años cincuenta, puede parecer un libro sencillo, pero recoge las principales técnicas culinarias, los “términos que se emplean para designar algunas operaciones”: aderezar, adobar, moldear o mechar; la intríngulis de los alimentos más habituales en la cocina española, trucos y consejos, equivalencias de pesos y medidas: “Un pellizco de sal equivale a tres gramos” o “un vaso de los de vino hace un decilitro”. Propone menús completos, te enseña a trinchar un ave, cómo hacer un buen café, chocolate o té. Todo, aderezado, con sencillez y rectitud porque así tenían que ser las buenas amas de casa. Las que podían, claro.
Entrar a casa por la cocina (de la clase alta)
Inés Butrón, escritora y divulgadora gastronómica, cree que el libro está planteado para gente relativamente culta, mujeres que, al menos, sabían leer: “A pesar de que la Sección Femenina trabajó por dirigirse a las más humildes, sobre todo en lo relacionado con la seguridad alimentaria, un concepto incipiente entonces, en este libro hay recetas que sobrepasan el límite de la cocina regional”.
Un ejemplo: los ñoquis, que para nada eran un alimento habitual en los hogares de la época. Pero, por supuesto, no solo eso: “¿Quién comía entonces ternera?”, se pregunta. Es cierto que en el libro también se aportan recetas más sencillas de despojos o legumbres, pero “apunta alto”: “Sí, este libro estaba en los ajuares de las novias, pero propone recetas internacionales, con nombres pomposos, con ingredientes que no había entonces en las casas. La carne de vaca mechada es una cosa rarísima y exquisita hasta los años ochenta. En mi familia todavía se acuerdan de cuándo comieron pan de molde por primera vez. ¿Panecillos de Viena? ¡Si en los cincuenta todavía estábamos entre el pan negro y aprender a panificar con mejores harinas!”.
La Sección Femenina se empeñó en enseñar a cocinar a las mujeres españolas. La organización recopiló gran parte del patrimonio inmaterial español como canciones populares o bailes: “Muy probablemente recogían recetas también, pero no de forma tan sistemática. Tenían un fin lucrativo aunque no quisieran decirlo. Probablemente se apropiaron de recetas populares para ir creando sus propias publicaciones, pero lo vendieron como una forma de recuperación del patrimonio”, asegura Begoña Barrera, autora de La Sección Femenina, 1934-1977: Historia de una tutela emocional. “Buscaban mostrar la unidad y la grandeza de España a través de la cocina, pero sobre todo querían incidir en las mujeres más humildes para aleccionarlas”, asegura Inés Butrón. La mujer española, abnegada y cocinillas; la mujer española, cristiana y entretenida entre más de 30 recetas de patatas.
Una autora invisibilizada
A pesar de la fama y el éxito que alcanzó el trabajo de Ana María Herrera, apenas sabemos quién es la mujer que ha enseñado a cocinar a tantas miles de personas. Nació en Málaga –y quizá por eso le parece tan fácil hacer rape a la malagueña–, se casó con Eduardo Fernández Asencio y, por cosas de la guerra, se quedó viuda muy joven. Es probable que tuviera ya mano en la cocina, pero, además, se formó en la Academia de Gastrónomos de Madrid, que entonces dirigía José Sarrau. Trabajaba de profesora de cocina en distintas escuelas y para la Sección Femenina, la organización de mujeres falangistas. Sabía bien cómo había que tratar al pollo, al faisán, a la libre o al conejo; al verdel, al chicharro, a los salmonetes o las japutas.
Por si no fuera suficiente con las más de mil minutas del libro de Ana María Herrera Ruiz de la Herrán, también en la revista Y: revista para la mujer nacional-sindicalista –la primera publicación periódica de la Sección Femenina que surge durante la Guerra Civil– podían encontrarse decenas de propuestas culinarias más. La revista premiaba las mejores recetas de sus lectoras con 25 pesetas siempre cuando se enviase también “un dibujo o fotografía útil para su ilustración”. En caso de no tener habilidades artísticas para el dibujo, se pagarían solo 15 pesetas.
Las recetas podrían publicarse, si así lo preferían, con pseudónimo. Al parecer, no le daban mucha importancia a la propiedad intelectual. De hecho, tras varias exitosas ediciones de Manual clásico de cocina, la Sección Femenina decidió atribuirse el trabajo de Herrera y comenzaron a publicarlo sin mencionar la autoría. Tras la disolución de la rama de mujeres de la Falange, en 1977, los derechos de la obra pasaron a formar parte de los fondos editoriales del Ministerio de Cultura. La familia los recuperó en 1995.
La apropiación sistemática
En Recuerdos de una vida, la autobiografía de Pilar Primo de Rivera, la eterna jefaza de la Sección Femenina presume del Manual, acusa al Ministerio de Cultura de ser quien no había respetado la autoría del libro y, curioso, ella se la atribuye a Anita Asensio, otra militante de su organización: “Aún después de desaparecida la Sección Femenina [el Manual] ha vuelto a ser reeditado por el Ministerio de Cultura eliminando el nombre de Anita Asensio y el de Sección Femenina, aunque la gente sigue solicitándolo en las librerías como el “libro de cocina de la Sección Femenina”. A Begoña Barrera, historiadora experta en la organización, no le extraña que se atribuyeran el trabajo de Herrera. Al parecer, era una práctica habitual para la editorial Almena, una empresa vinculada a la Sección: “A más publicaciones, más subvenciones”.
Inbal Ofer, autora de Militantes de primera línea. La Sección Femenina de Falange y la formación de una élite política femenina en la España de Franco (1934-1977), dice también que es “muy de la Sección Femenina eso de apropiarse algo”. Las militantes de la organización falangista se preocuparon por la nutrición dentro un marco general más amplio: “Era ideología y estrategia. Buscaban complementar el concepto de mujer perfecta, que se encargaba de la educación de los hijos e hijas, que mantenía su casa y ayudaba a sobrevivir al país en tiempos muy difíciles”. De alguna manera buscaron promover una cultura gastronómica después del levantamiento militar: “Pero no hay una gastronomía de posguerra. Hay hambre, miseria y necesidad”. Las cartillas de racionamiento acaban de desaparecer en 1952 y la Sección Femenina empezaba a perder en los años cincuenta la batalla que habían librado con tanta fuerza: la de tratar de evitar que las mujeres trabajaran fuera de casa.
La Sección Femenina no tuvo más remedio que adaptar su discurso al nuevo momento y acabaron atribuyéndose avances legislativos como la Ley de Derechos Políticos, Profesionales y de Trabajo de la Mujer, aprobada en 1961. Adaptaron su discurso a un nuevo ideal de mujer, el ama de casa moderna, esa que, además de ocuparse de lo doméstico, podía dedicarse también a otras cuestiones. Manual clásico de cocina pretende aportar recetas sencillas y sofisticadas para mujeres cada vez más ocupadas. Pilar Primo de Rivera valoraba la importancia de ofrecer materiales de este estilo a las mujeres casadas que, “por muy profesionales que sean, tienen que atender, además personalmente, las tareas domésticas, concebir, dar a luz, criar a los hijos y ocuparse de su educación”.
Nacionalcatolicismo cubierto de mayonesa
El más famoso libro de cocina es una pieza más en el engranaje de propaganda que la organización puso en marcha para consolidar el imaginario de la mujer nacionalcatólica. Publicaron libros y revistas. Hablaban de moda, de puericultura y, por supuesto, de cocina. Ana María Herrera Ruiz de la Herrán, autora también de Cocina regional española y Recetario para olla a presión y batidora eléctrica, entendió bien a quién se dirigía y entendió el momento.
Ana María Herrera Ruiz de la Herrán trabajó en la elaboración del libro junto a Matilde, su hija: ella sí pudo comprobar cómo devolvían el mérito a su madre, que ya había muerto cuando su familia consiguió registrar la obra a su nombre. La portada del manual, una ilustración sencilla, no ha cambiado en ninguna de las muchas ediciones que se han impreso. No es lo único que todavía tiene vigor: “En la técnica de la cocina, una de las cosas fundamentales es hacer las salsas”.
Al parecer, el libro de recetas era un proyecto propio, que, por falta de medios, ofreció a la organización para la que trabajaba. Quizá por eso, a pesar del esfuerzo de Herrera por escribir un libro accesible, Manual de cocina clásica no tiene ese aire tan popular que tienen otras publicaciones de cocina de la organización. ¿En cuántas casas españolas se tomaba de postre la bavaroise francesa?