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Quién maneja los hilos de la corrupción global: «El imperio del crimen está vaciando el imperio de la ley» | Papel

Una compleja trama de políticos, empresarios y mafiosos ha creado un sistema paralelo ajeno a cualquier regla. El reportero del ‘Financial Times’ Tom Burgis lo desvela en su libro ‘Dinero sucio’

AKIRANT

PABLO PARDO / AKIRANT / ILUSTRACIÓN / PAPEL / EL MUNDO

¿Y si el final de la Guerra Fría hubiera sido el principio del fin de la democracia liberal? Parece imposible. Hace treinta años, la Europa democrática y Estados Unidos celebraban lo que pensaban que era la victoria imparable de su sistema político, económico, y social. Era el final de la Historia, o eso decía Francis Fukuyama. Y, si en el futuro se producía un choque de civilizaciones, sería entre Oriente y Occidente, afirmaba Samuel Huntington. Hace veinte años, con la invasión de Irak, se confirmaban esas dos ideas: la democracia era un sistema universal, que iba a triunfar en todo el mundo, y que se podía incluso trasplantar a cañonazos.

Y, sin embargo, algunos de los mayores problemas que hoy confronta el mundo podrían venir de aquel momento supuestamente glorioso. Porque la propagación del libre mercado al antiguo bloque comunista y el final de la miseria en el mundo en desarrollo han generado una oleada de corrupción a escala mundial que nadie había podido imaginar. Es un proceso que empieza en los países que han adoptado el capitalismo recientemente, como Rusia, Kazajistán -que está en las noticias debido, precisamente a la oleada de protestas populares contra la corrupción-, o gran parte de África, Asia, y América Latina. Ahí empieza un rastro de corrupción que termina en los grandes centros financieros mundiales, muchos de ellos occidentales, con antiguos jefes de Estado y de Gobierno en nómina.

Ésa es una de las ideas que subyacen a Dinero Sucio. El poder real de la cleptocracia en el mundo, de Tom Burgis, corresponsal de investigación del Financial Times, que acaba de publicar Ariel. El propio autor confirma esa idea. «Todo empezó con el final de la Guerra Fría y con la caída del Muro de Berlín, cuando Occidente pensó que la democracia se podía instalar en la antigua Unión Soviética con la misma facilidad con la que se instala una lavadora en un apartamento», explica Burgis en una entrevista telefónica acompañada de un batiburrillo de ruidos de fondo del café londinense en el que está el reportero.

Que Burgis escriba libros y artículos sobre la aristocracia de la corrupción mundial desde Londres tiene su toque de ironía. La capital británica es acaso la que ha ido más lejos a la hora de captar el capital de los grandes ladrones -o, en el educado lenguaje contemporáneo, cleptócratas– de todas las dictaduras -aunque ahora se las llama autocracias- del mundo. Si Rusia invade Ucrania y Occidente quiere imponer sanciones de verdad a Moscú, solo tendría que expulsar a los hijos de los oligarcas rusos de los colegios privados londinenses y expropiar a los padres de éstos sus mansiones en esa ciudad.

Occidente pensó que la democracia se podía instalar en la antigua Unión Soviética como se instala una lavadora en un apartamento TOM BURGIS

Esa connivencia entre las democracias y las cleptocracias permea todo el libro de Burgis, que no es tanto un análisis de la corrupción a nivel mundial como una sucesión de historias, con marcas comerciales, nombres y apellidos. Entre las primeras hay algunas conocidas por todos, como Shell, Exxon, y otras que, no por menos famosas, dejan de ser relevantes, entre ellas la suiza Glencore, la mayor minera del mundo, o el banco gigante HSBC. Con los nombres y apellidos pasa lo mismo: todo el mundo conoce al ex primer ministro británico Tony Blair o al ex canciller alemán Gerhard Schröder. De Paul Singer hemos oído hablar menos, a pesar de que él fue quien provocó la suspensión de pagos de Argentina de 2014. Nursultan Nazarbaiev, que gobernó Kazajistán con puño de hierro durante 28 años y 11 meses, ha estado en los medios de comunicación desde que hace tres semanas sus súbditos se encajaron a la calle para protestar contra la cleptocracia que él había instaurado. Las protestas acabaron a sangre y fuego hace una semana, cuando Vladimir Putin -otro de los protagonistas del libro de Burgis- envió soldados rusos a Kazajistán.

Se trata, así, de un latrocinio sistemático entre una parte de los estratos políticos y económicos más altos de las dictaduras y las élites de los países democráticos, en el que estas últimas han descubierto que el Estado de Derecho y la separación de poderes son un incordio considerable a la hora de enriquecerse. Burgis no quiere referirse a esos grupos como élites. «Esa palabra alude a los grupos mejor formados y más capaces de una sociedad, y no me parece que esta gente se encuentre entre ellos. Yo me limitaría a llamarlos ‘clase dirigente’ más bien», sostiene.

Ciertamente, ninguno de los personajes que salen en Dinero Sucio daría para un malo de James Bond. Si algo caracteriza la personalidad y el estilo de vida de los políticos, empresarios, y financieros del libro es lo cutres que son. Los SMS que se cruzan son propios de macarras de tercera. Sus gustos, de chulo de bar de carretera.

Y, sin embargo, su imagen es intocable. «El poder de esta clase dirigente es aceptado por todos, así que, en el fondo, llamarlos ‘élites’ o no es una discusión con pocas consecuencias prácticas», admite Burgis. Eso se debe a que han encontrado un mundo hecho a su medida. Por un lado, la salida de la pobreza del mundo en vías de desarrollo -y, en especial, la explosión de la economía china- ha promovido lo que el periodista califica, junto con la caída del comunismo, como principal elemento impulsor de la corrupción a escala mundial: el comercio de materias primas. El mundo está en venta, y los países de la antigua URSS y las ex colonias tienen las mayores reservas de materias primas minerales y energéticas que necesita el mundo.

El dinero, así, sale de la tierra mezclado con el aluminio, el litio, el petróleo o el gas y acaba en los mejores barrios de Europa. Así es como las grandes crisis internacionales siempre acaban con líderes de un lado y de otro. Los disturbios en Kazajistán tienen a Nazarbayev como protagonista, pero el mayor valedor del ex dictador de ese país en Occidente fue Tony Blair. Cuando se habla de la posible invasión de Ucrania por Rusia se acaba hablando de las exportaciones de gas natural de Moscú a Alemania. ¿El principal lobista del monopolio estatal del gas ruso? El ex canciller social-demócrata Schröder. Y, desde hace unos años, según el periodista, ya estamos empezando a ver no solo a ex políticos que se ponen a trabajar para estos grupos, sino a personajes vinculados a estos grupos que ascienden en la política. El mejor ejemplo, según Burgis, es Donald Trump: «Es una persona que definitivamente forma parte de estas redes».

Y, por el camino, ese dinero va cayéndose de los bolsillos de algunos colaboradores de los cleptorregímenes. Eso es algo de lo que Burgis es muy consciente. «Me da más miedo lo que pueden hacer las empresas de relaciones públicas para manipular a la opinión pública que lo que sean capaces de hacer los medios de comunicación», explica el periodista. Sin embargo, políticos y líderes sociales, y las propias opiniones públicas, están obsesionados con los medios, no con las empresas de comunicación. El dinero sucio es invisible para la inmensa mayoría de la sociedad.

Leyendo el libro de Burgis podría pensarse que el imperio del crimen está derrotando al imperio de la ley. Pero su visión es más matizada. «El imperio del crimen está vaciando el imperio de la ley», explica. Y pone un ejemplo: «Los grupos mafiosos usan a las agencias de lucha contra el crimen para atacarse unos a otros. Filtran información a esos cuerpos policiales y a la propia opinión pública para que sea más fácil perseguir a sus rivales, pero en realidad están manipulando un sistema que fue diseñado para combatirlos».

Yo no confiaría nunca en el Gobierno ni en los Estados, pero sí en las personas TOM BURGIS

Y, además, los sistemas judiciales tienen su capacidad de acción muy limitada por dos razones. Una son los recortes presupuestarios, que llevan afectándoles de lleno desde hace más de una década, y que les han dejado «en una situación de desmoralización, porque no son capaces de combatir este tipo de delincuencia», sostiene Burgis. La otra es la propia dinámica política en Occidente. Y ahí, el periodista del Financial Times apunta a otro elemento: la política.

En los últimos cinco años, el nacionalismo ha ganado terreno en todo Occidente. El Brexit y Donald Trump son los mejores ejemplos de una tendencia que también se extiende en países como Alemania y Francia, y que siempre se basa en eslóganes como «el rechazo a las élites globalistas» y «recuperar las fronteras».

Eso, en realidad, es una bendición para este tipo de corrupción, porque sus actividades son trasnacionales. «Tenemos sistemas legales y judiciales nacionales, pero aquí estamos hablando de redes criminales transnacionales. Así que, cuanto más nacionalistas seamos, mejor para estos grupos, porque les es más fácil evadir los sistemas judiciales», concluye.

El panorama descrito en Dinero Sucio invita al pesimismo más absoluto. Pero el autor del libro, contra lo que pudiera parecer, no es de esa opinión. Acaso porque Burgis lleva más de una década investigando la corrupción en todo el mundo, desde África hasta Asia Central, lo que le da una visión de conjunto mucho más amplia.

«Yo no confiaría nunca en el Gobierno ni en los Estados, pero sí en las personas», remata. «He visto a los defensores de la ley y a los activistas que combaten la corrupción hacer cosas increíbles y correr riesgos inimaginables para defender la Justicia. Los seres humanos son increíbles, y nunca van a dejar a los autócratas libertad de acción».

‘Dinero sucio’, de Tom Burgis, ya está a la venta (Editorial Ariel). Puede comprarlo aquí

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2022/01/20/61e9708521efa088528b45c4.html

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