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¿Qué es el egotismo? | La Lectura

¿Puede alguien, hablando únicamente de sí mismo, interesar a un lector cualquiera, incluso doscientos años después? Desde luego, si se es Stendhal y se escribe como él, o sea, si se hace de todo y de todos

Andrés Trapiello / Texto / Patricia Bolinches / Ilustración / La Lectura / El Mundo

Si nos atenemos a las dos acepciones del drae, algo ramplonas y vagas: «1. Prurito de hablar de sí mismo; 2. Sentimiento exagerado de hablar de sí mismo». Los académicos españoles no parece que tuvieran en cuenta a Stendhal, que circuló universalmente esa palabra inglesa (idioma del que tomó también su conocido lema To the happy few, «a los pocos felices»). «Tendencia a analizarse, física o moralmente, o, por extensión, la forma de expresión que constituye el diario íntimo», según el Centre National de Ressources Textuelles et Lexicales.

Cuando al académico francés Paul Valéry, un nombre sutil, le tocó ocuparse de ello, refinó la cosa: «El egotismo a lo Stendhal implica la creencia en un Yo-natural, del que son enemigos la cultura, la civilización y las costumbres». Naturaleza frente a cultura, y la naturalidad como suprema virtud literaria, o dicho de otro modo: en un medio como el francés, en el que cultura, civilización y liturgias sociales lo son todo, era imposible que Stendhal triunfara. Ni podía sufrir el exceso de lo que en París llamaban «buen gusto» ni, por supuesto, la retórica, que él resumió como nadie: «decir corcel por caballo». Todas esas reservas le llevaron a redactar en italiano, y no en francés, su célebre y apasionado epitafio («Aquí yace Arrigo [Henri] Beyle, milanés. Vivió, escribió, amó. Su alma adoraba a CimarosaMozart Shakespeare»).

Se decía la semana pasada que en los suplementos literarios debería haber una sección donde pudiera hablarse de libros fundamentales no traducidos al español. Proponía uno la Correspondencia de Stendhal en los dos tomos que publicó Michel Lévy en 1855.

Bien, he aquí otra sugerencia: una sección en la que los happy few pudieran escribir de aquellos libros leídos por ellos cinco o más veces y publicados como mínimo ochenta años antes. Yo elegiría, sin dudarlo, entre algunos pocos más, La vida de Henri Brulard, las fascinantes memorias de infancia de Beyle/Stendhal (no es tanto: Hipólito Taine presumía de haber leído cincuenta veces Rojo y negro). Esta Vida de Henri Brulard, con sus Diarios, los Recuerdos de egotismo (en los que cuenta su vida en París tras la caída del imperio hasta 1831) y su extensa correspondencia, forman la summa egotista stendhaliana.https://1546a7bb2809a678a9104112f2000199.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

La pregunta siguiente es esta: ¿y puede alguien, hablando únicamente de sí mismo, interesar a un lector cualquiera, incluso doscientos años después? Desde luego, si se es Stendhal y se escribe como él, o sea, si se hace de todo y de todos.

«En un medio como el francés, en el que cultura, civilización y liturgias sociales lo son todo, era imposible que Stendhal triunfara»

Para empezar escribe claro y conciso. «Tengo dos proyectos: ser prudente y escribir de una manera legible», le dijo a un amigo en 1831. Esto segundo lo logró desde el principio; lo otro, ser prudente, ni al final de su vida. Sus opiniones, expresadas a menudo de una manera categórica, ponían de los nervios a sus contemporáneos, que le pagaron con el desdén, lo cual le importó bien poco. Consuelo Berges, su biógrafa y magnífica traductora, se refirió a este «esfuerzo maniático por ser sincero»: «Me gusta demasiado la claridad para empezar por una oscuridad», le dirá Beyle a una amiga.

Tampoco cuenta de nadie nada que no esté dispuesto a decir de sí mismo. Baste un ejemplo: «En una palabra, y hoy como ayer: amo al pueblo y detesto a sus opresores, pero sería un suplicio para mí tener que vivir a todas horas con el pueblo». En estos ridículos tiempos nuestros la jauría de las almas bellas lo habría despedazado, por mucho que dijera amar la Revolución y a Bonaparte (hasta que este acabó con la libertad). También en La vida de Henri Brulard brilla con luz propia algo que no debe despintársele a nadie que emprenda pinitos de egotismo: «Hago por mi cuenta grandes descubrimientos escribiendo estas Memorias. Lo difícil no es encontrar y decir la verdad, sino encontrar quien la lea».

Eso mismo le llevó a uno, hace más de treinta años, a leer esta Correspondencia de Stendhal, de la que promete uno escribir al fin, como es debido, la semana que viene. Vale la pena mostrar la superioridad de quien aplicó a la novela el mismo principio que Cervantes (cuyo Quijote, por cierto, empezó a traducir al francés): «Cuando miento, me aburro». (Continuará).

Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2024/06/27/6679b3a1fc6c83e6768b4586.html

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